Un pacto de sangre. Eso era lo que quedaba por hacer para que Kaitlin se convirtiera en la Señora Dragón de aquel dragón rojo y destellos violetas. Ni siquiera sabía cómo iba a hacer aumentar su tesoro, en realidad sabía muy pocas cosas, pero allí estaba, delante del dragón, dispuesta a llegar hasta el final. Ya no sabía si era por un deseo egoísta de ser más poderosa o un deseo altruista de querer ayudarlo… se conformaba con pensar que era una mezcla de ambos.
Según el dragón, el pacto era algo muy simple, los dos debían beber sangre el uno del otro. En el caso de Kaitlin solo debía beberlo ella, y no sería necesario que sus descendientes lo hicieran, quedaría registrado en su sangre y sería pasado de generación en generación, solo los que llevaran la sangre del dragón en sus venas podrían ser sus herederos, algo que el dragón sabría bebiendo su sangre. Por eso todos los herederos deberían dar a beber su sangre al dragón en el momento de su nombramiento en Señores Dragones.
Sí. Era simple. Pero no fácil ni indoloro, y además era bastante asqueroso.
Antes, pero, Kailtin necesitaba colocarse el hombro en su lugar, algo que no fue sencillo al estar sola. Colocó el brazo entre dos rocas e hizo un movimiento de cuerpo hacia adelante. Bramó de dolor y casi perdió la consciencia, sintiéndose mareada y con ganas de vomitar. Pero logró contenerse.
Tras unos minutos de sudor frío, miró al dragón, que la observaba reposando junto al estanque de agua. Totalmente ajeno a su dolor.
Tras un buen rato de descanso, se levantó y recogió del montón de huesos una costilla. Se pasó buena parte del día afilando la punta. Había intentado afilar piedras, pero se le deshacían en las manos, haciendo imposible darles forma, y si bien a ella le bastaba con morderse la mano, al dragón no podría hacerle un corte solo con sus dientes.
Lo miró y le mostró el arma improvisada que había hecho.
—Un cuchillo de ceremonias muy interesante –dijo el dragón–. Afortunadamente tengo un montón de sitios sin escamas, así que te será sencillo cortarme, debes llenar un plato.
Fue hasta la carreta y vació un cuenco lleno de frutas ya echadas a perder, luego rodeó al dragón, buscando un lugar fácil para hacerle un corte, eligió la pata delantera. Miró a la criatura, que estaba mirando hacia el fondo de la cueva, y apoyó el cuchillo encima su piel. Sí, no había escamas, pero fue igualmente difícil clavárselo. Tuvo que apretar con fuerza, y casi resultó imposible. Creyó que el cuchillo improvisado acabaría rompiéndose.
Pero al final logró hacerle un rasguño y con eso pudo hurgar un poco más, logrando el primer gruñido del dragón. Sorprendida, vio cómo la sangre del dragón era de color azul brillante. Pudo llenar la mitad del cuenco, antes de que dejara de emanar sangre.
—¿Es suficiente? –le preguntó, mostrándole el recipiente.
—Supongo que sí –respondió, acompañando sus palabras con un movimiento de cabeza–. Ahora debes cortarte tú, deja caer tu sangre directamente en mi lengua. Los dos debemos beber a la vez.
Como si fiarse de un dragón fuera tan sencillo, Kaitlin tendría que cortarse y poner su mano dentro de su boca, ¿y si la sangre lo volvía loco y se la comía? Debería poner a prueba, una vez más, su confianza.
Cortarse ella fue mucho más sencillo, dejó el cuenco al suelo y se hizo un corte en la palma de la mano, cuando la sangre empezaba a emanar, manchando el suelo, recogió la sangre del dragón y acercó su brazo a él, que abrió la boca.
Cuando hubo caído suficiente de su sangre y el dragón se separó, ambos se miraron a los ojos, y como si contaran hasta tres para hacerlo a la vez, ambos bebieron la sangre del otro.
La sangre azul, caliente y espesa del dragón tenía un sabor ácido que le escocía en la garganta. No tenía mal sabor, pero tampoco era agradable. Se terminó toda la sangre del cuenco con ganas de vomitar, y lo miró. Él ya se había bebido la sangre hacía rato.
—Pues ya está hecho, ya eres mi Señora Dragón.
—Me siento igual –respondió ella, lo único que había cambiado era el mal sabor que tenía ahora en la boca.
El dragón rio, cada vez parecía estar más alegre.
—No es algo que notes de la noche a la mañana.
Kaitlin se acercó a la orilla del estanque, y se agachó para limpiarse la herida de la muñeca, se la vendó con una hoja de palmera.
—Mañana deberás irte. Cogerás mi tesoro y reclamarás como tuya esta isla ante tus congéneres humanos.
—¿Qué? ¿La isla? ¿Cómo van a entregarme la isla?
—No deben entregártela. Es tuya. Nuestra. Cuando alcances el poder suficiente podrás manipularla como lo hago yo.
—¿Manipularla?
—Habrás notado que esta isla no es normal. Fue creada por un dragón, y posee la magia de un dragón, te obedecerá a ti: podrás crear caminos, hacer crecer árboles, cambiar el curso de los ríos, mover la isla por el basto océano hasta dónde tú quieras, esconderla de los invasores o sumergirla en el fondo del mar.