Kaitlin reaccionó dando un paso al frente y agarrando al anciano por las axilas, evitando que cayera en el suelo. El hombre tenía los ojos y la boca abiertos; había sido tomado totalmente por sorpresa. En medio de la plaza se encontraba el hombre al que habían llamado Barruk, con el arco destensado y mirándolos fijamente.
Su mano libre se dirigió al carcaj que llevaba colgado en la espalda, al mismo tiempo que Kaitlin soltaba el anciano en el suelo y se levantaba, sosteniéndole la mirada. El hombre sonrió de medio lado cuando sacó una nueva flecha, y Kaitlin agarró el cuchillo que llevaba en su cinto.
Él empezó a preparar la flecha en el arco, y ella empezó a correr haciendo pequeñas eses que desconcertaron al hombre. Él soltó el arco y la flecha tirándolos al suelo, y se armó con el puñal que llevaba en la cintura, pero Kaitlin ya había llegado a él.
Sin mediar palabra y cogiendo el cuchillo del revés, dio un pequeño salto al darse empuje con una piedra y se lo clavó en el cuello, tirándolo directamente en el suelo de espaldas, cayendo ella con él. Apoyó la rodilla en su abdomen y lo vio balbucear y escupir sangre, cuando ella le arrancó el improvisado cuchillo hecho con una costilla humana, la sangre salió a borbotones de su cuello.
Kaitlin se lo quedó mirando hasta que él expectoró por última vez.
Había gente a su alrededor que había exclamado desde que él había lanzado la flecha, pero no fue hasta ahora que llegaron los que iban armados, entre ellos aquel hombre de pelo trenzado.
No fue necesario preguntar, cuando vieron el anciano muerto entendieron lo que había ocurrido. Y se veían impresionados, al fin y al cabo, Kaitlin era una chica bastante menuda, joven y de aspecto inocente, incluso con el pelo corto.
Una mujer corrió hacia ellos y se agachó al lado del hombre al que Kaitlin había matado, empezando a llorar mientras miraba con odio a la extranjera.
—Gracias por vengar a nuestro anciano –le dijo el chico, haciendo una seña para que se llevaran a Barruk, la mujer gritó, pero el chico la apartó de golpe, arrancándola de los brazos inertes del hombre–. Ya sabes qué pasa con los traidores.
—¡Él no ha sido un traidor! ¡Todos vosotros lo sois! –Escupió con fuerza a Kaitlin, que dio un respingo cuando su saliva golpeó su cara.
—¿¡Acaso quieres correr su suerte!? –exclamó el primero, agarrándola con fuerza del brazo y obligándola a mirarlo.
Un hombre y una mujer más, de edades aproximadas, corrieron hasta ella y la tomaron de los brazos, separándola del hombre para llevársela. Siguieron a los dos hombres que se estaban llevando al fallecido.
—¿Estás bien?
—Sí. –Se limpió el escupitajo de la mujer con la mano, haciendo que su rostro se manchara más con la suciedad.
—Has sido rápida.
—No habría sobrevivido de no serlo –respondió girándose y mirando cómo otros dos hombre se llevaban el cuerpo del hombre mayor con la flecha clavada en la cabeza. No se refería a la isla, ni al dragón, se refería a los últimos años de su vida en general, todo por lo que había pasado tras la muerte de su familia la obligaron a espabilarse; a cambiar–. ¿Qué va a pasar ahora?
—Seguimos a tu disposición, es lo que decidió el Anciano, así que no influye que haya sido asesinado. Cualquiera que se oponga correrá la misma suerte que Barruk. Eres nuestra líder.
No podía decir que le pareciera bien, ser de repente la líder de un culto no era algo que hubiera entrado nunca en sus planes, pero tampoco lo era ser la compañera de un dragón.
Asintió a sus palabras.
—Gracias. –Fue todo lo que pudo responder, estaba agradecida, pero aun se sentía algo traspuesta por la muerte del anciano y también por la vida que ella misma había puesto fin.
—¿Por qué te hacías pasar por hombre?
Kaitlin lo miró. Allí las mujeres iban armadas, parecían tener una posición importante, si bien los que mandaban era un hombre mayor y aquel chico que parecía ser el jefe de los guerreros, no daba la impresión que ellas estuvieran en una categoría inferior. Si aquello era cierto, le sorprendería saber el papel de la mujer en su sociedad.
—Porque soy una mujer, y eso es una desventaja, sobre todo para embarcarse.
Como creía, él no pareció comprenderlo enseguida. Arqueó las cejas y se la quedó mirando para finalmente hacer una nueva pregunta.
—¿Por qué es una desventaja ser mujer para embarcarse? –Pero Kaitlin decidió ignorar aquella pregunta–. ¿Y por qué quisiste embarcarte?
—Para ser libre. –Y lo fue, nunca se sintió tan libre como cuando era pirata… claro que no le apasionaba el abordar otros barcos, pero así era como más libre se sentía, tomando lo que quería de quién quería. Ahora, no obstante, se sentía todavía más libre.
—Soy Kirr –dijo él de pronto–. Te lo dije, pero supongo que no me comprendiste.