Señores Dragones y Señores Piratas

Capítulo 19

Durante la tarde habían montado una pira usando las tres hogueras que había en el centro de la aldea, troncos, ramas y hojas secas se encontraban debajo del cuerpo inmóvil del Anciano del pueblo, que restaba totalmente desnudo,  La niebla se había disipado en gran medida y las dos lunas ahora se entreveían entre las copas de los árboles, una más grande que la otra, siendo la única luz natural que iluminaba la aldea.

Kirr se acercó a Kaitlin, que estaba junto a la tripulación, con una gran antorcha encendida. Y se la dio. Ella lo miró extrañada.

—Sería un honor para el Anciano que tú encendieras su pira, Señora Dragón.

Kaitlin dudó. No conocía a aquel hombre, de hecho no conocía a ninguno de los hombres y las mujeres que había en aquel lugar, estaba segura que cualquiera de ellos sería mejor opción para honorar la memoria de aquel hombre.

Pero todos la miraban fijamente, como si contuvieran el aliento, estudiándola, y Kaitlin no pudo hacer otra cosa que tomar con la mano la antorcha de Kirr y acercarse a la pira.

Introdujo el fuego entre varios troncos y hojas secas, y repitió el proceso alrededor de toda la hoguera, cuando volvió, al lado del capitán Jacques, la pira ya había prendido casi por completo.

El humo ascendía hacia los árboles y el fuego crepitaba con fuerza. Pronto empezó a oler a carne quemada. Pero nadie se movió de allí. Y cuando Zymen y Paul quisieron irse, Kaitlin los detuvo. No iban a faltarles el respeto en un momento tan importante.

Nadie se fue mientras el cuerpo del hombre se seguía quemando. Y eso duró horas. Los únicos que se retiraron fue para regresar con comida que empezaron a compartir, todos compartieron algo, desde una salsa roja y terriblemente picante hasta patatas asadas, pasando por sopa con carne y frutas exóticas. Kirr le entregó una bandeja con unas frutas amarillas a Kaitlin, para que ella también pudiera compartir con los demás.

Solo los más pequeños de la aldea se fueron a dormir mientras la pira permanecía encendida.

Kaitlin los observaba atentamente, y se dio cuenta que, si allí estaba todo el poblado reunido, realmente eran muy pocos… no contó más de cincuenta adultos. Tenía la sensación que vio más casas que personas que pudieran habitarlas. Ahora comprendía por qué el Anciano no entregaba a más de sus aldeanos.

Después de comer durante horas, empezaron a bailar y a cantar canciones tranquilas, nada del barullo que hicieron cuando celebraron el sacrificio de Kaitlin. Los bailes eran esotéricos, moviendo los brazos de lado a lado, como si estuvieran poseídos por la niebla, la música acompañaba a aquellos movimientos tan apacibles.

El único que salió a bailar fue el capitán Jacques. Una chica joven se acercó a él y los dos empezaron a bailar al unísono con aquellos movimientos. También bailó Kirr con una chica joven, e incluso el profesor Henrich. Pero Kaitlin y los pocos tripulantes que los acompañaron permanecieron en el lugar, si tenían comida en las manos no los sacaban a bailar.

Para el amanecer la pira se fue apagando, dejando en su lugar los troncos negros y la hojaraza consumida.

Llegó una mujer joven, con los pechos descubiertos y con solo una pieza de ropa color blanco cubriendo su cintura y sus piernas, tan que la arrastraba. Llevaba una corona de flores blancas encima de su cabello oscuro. Junto a ella había dos niños, también de cabello oscuro y también vestidos con faldas que les llegaban a los pies. Llevaban consigo cuencos hechos de arcilla de tamaño grande y decorados con filigranas de color blanco.

Se subieron a la pira aun humeante, y empezaron a recoger los huesos con las manos y con suma delicadeza. Uno a uno los fueron metiendo en los diferentes cuencos. Todos esperaban en absoluto silencio. Cuando hubieron terminado, empezaron a caminar hacia la salida del pueblo, siguiendo el sendero hacia la montaña, el mismo que siguió Kaitlin cuando llegó con la carreta, pero torcieron adentrándose en la jungla.

No tardaron en llegar a un claro con un enorme árbol, cuyas ramas hacían imposible ver el cielo desde abajo.

Los niños escarbaron entre las raíces, y la mujer depositó los huesos cuando el agujero fue suficiente profundo. Las mujeres empezaron a cantar y los hombres siguieron los cantos, que fueron creciendo hasta que los pájaros se unieron a las voces.

Una vez terminaron de enterrar los huesos todos callaron a la vez y empezaron a retirarse del lugar.

—¿Se ha terminado? –preguntó en un susurro Paul, al ver que todos se iban dispersando, la mayoría regresaron al pueblo, pero otros siguieron otros senderos.

—Creo que sí –respondió Kaitlin, que en realidad seguía sin tener mucha idea.



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En el texto hay: piratas, dragones y magia, siglo xviii

Editado: 10.09.2019

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