El tiempo en la isla pasaba de forma distinta. El sol nunca salía. Aquella niebla permanente impedía que realmente uno supiera cuando amanecía u oscurecía, pues las lunas se mantenían siempre en el horizonte, siendo una el reflejo de la otra, siempre iluminando. Cuando la claridad era mayor significaba que era de día, pero si era un día nublado, podía parecer que seguía siendo de noche.
Ganarse la confianza de los aldeanos no fue fácil. En muchos no lo consiguió, y no lo conseguiría hasta que demostrara realmente ser una Señora Dragón, todo lo que había hecho había sido matar a Barruk, después de que convenientemente éste asesinara al Anciano. No eran pocos los que especulaban que todo era un maquiavélico plan para ella convertirse en la Anciana de la isla.
Desde que el capitán Jacques se fue, Kaitlin estuvo leyendo mucho de los libros que el doctor Heinrich le prestó. A veces leía en la cabaña que había adoptado como suya, o se iba al árbol donde le apareció la marca en la mano, a menudo se quedaba en la plaza de la aldea, pero su lugar favorito era la playa. Había un gran tronco y piedras que le servían de asiento, y allí se podía pasar horas, leyendo o mirando el horizonte.
Pero de su marca apenas encontró información.
El uroborós, nombre que le había dado el doctor, era un concepto empleado en muchas culturas a lo largo de muchos años, incluso milenios. Tal y como le explicó, representaba la naturaleza cíclica de las cosas, el eterno retorno y otros conceptos que comienzan de nuevo cuando concluyen. Descubrió que su uso más antiguo provenía de Egipto y de Grecia, lugares en los que Kaitlin ni se había acercado. También leyó que era un símbolo que se había empleado en el norte de Europa, donde la serpiente crecía tanto que rodeó el mundo y apresó su cola con sus propios dientes. Este símbolo representaba también los fenómenos naturales como la salida del sol, que sale cada mañana y se hunde en el horizonte para volver a salir el día siguiente.
Así que aparte de haber descubierto y aprendido sobre símbolos y conceptos relacionados con la alquimia que antes ignoraba, seguía como al principio.
En este momento Kaitlin estaba en la playa. Su cabello había crecido hasta cubrir las puntas de sus orejas, creciendo sano, fuerte y muy rojo. Caminaba por la orilla recogiendo conchas de la arena que iba metiendo en una cesta, el agua le acariciaba los pies con el vaivén de las olas. Era una actividad relajante, y necesitaba evadirse un poco de todo.
Aquella mañana se habían enfrentado a ella un grupo de aldeanos. Todo había empezado porque preguntó si el alimento estaba siendo suficiente, de esto, algunos llegaron a la conclusión que ella quería robarles para dárselo a sus “amigos del mar”, y se habían encarado. No aprobaban que hubiera entregado alimento y agua a Jacques. Por culpa de esto, Kirr se había metido y lo habían llamado traidor, habían otros que la defendían, y recibieron el mismo adjetivo, provocando más gritos y más discusiones.
Así eran todas las reuniones que celebraba con la aldea, y eso era cada pocos días.
—Kaitlin.
Se levantó después de recoger una bonita concha de color azul. Allí las conchas tenían muchos colores, y algunas, colores de lo más variopintos. También había encontrado pequeñas piedras preciosas en la orilla; seguramente aquella isla tuviera algún depósito de gemas.
Kirr la había alcanzado corriendo. Su cuerpo estaba ligeramente perlado de sudor, y a Kaitlin el costó apartar la mirada de sus pectorales y abdominales, pues seguía cubriéndolo únicamente aquel taparrabos.
Su relación había mejorado mucho desde que el capitán Jacques se fue con la Bella Dama y la tripulación. A ella le costó perdonarle cómo la había tratado al principio, pero si quería que los aldeanos le dieran una oportunidad, ella tenía que darla primero. Y Kirr estaba demostrando que la merecía.
—Debes esconderte.
—¿Esconderme?
—Van a venir a buscarte, quieren matarte. Podríamos enfrentarnos a ellos, pero no es una buena idea… somos pocos, no podemos permitirnos ser menos.
Ella se lo quedó mirando sorprendida. ¿Querían matarla? Pues sí que habían llegado lejos.
—¿Dónde propones que me esconda?
—En la vieja aldea, está al otro lado de la isla, allí no nos buscarán.
—Porque está maldito. –No es que ella lo creyera, pero le habían contado muchas historias y leyendas de la isla.
—Pues por eso mismo. Vamos.