Ante ella se encontraba un dragón enorme y negro que la observaba detenidamente. Kaitlin simplemente se encontraba allí, con los pies descalzos en la arena, en la cala donde habían emergido Kirr y ella. Pero Kirr no estaba allí, estaba sola.
—Llevas mi marca, la isla te ha elegido, pero… noto algo más en ti, la fuerza de un dragón… Eres una humana extraña y desconcertante, ¿quién eres? –La voz era gutural pero suave, femenina.
—Me llamo Kaitlin. Soy la Señora Dragón de Kadelooi.
—Oh. ¿Kadelooi sigue vivo?
—Sí.
La dragona la observó detenidamente y la olfateó, acercándose a ella. Kaitlin no se movió, pero cerró los ojos al sentir su aliento ardiente. Se volvió a separar y Kaitlin pudo volver a abrir los ojos, estaba siendo atentamente observada.
—Los humanos me lo arrebataron todo, humana. Mi isla, mis hijos… y a mi amor. Pero él ha sobrevivido. Y te ha elegido. Su resentimiento debe haberse perdido con el tiempo. Si él confía en ti yo también lo haré. –Se irguió–. Mi nombre es Inamaraya, y quiero que tú sigas con mi legado.
—¿Tu legado?
—Sí. Antaño era una dragona conocida por mi experto uso de la magia. Fui una de las más grandes maestras de las artes mágicas… todos los dragones pueden usarla, pero yo era la mejor.
—Pero… entonces… ¿me convertiría en una bruja?
La dragona rio. Una risa corta y divertida.
—No. La magia de los dragones no es compatible con los humanos… os concedemos ciertos dones cuando un dragón os elige Señor Dragón, una forma de magia primaria que se adapta a vuestra biología. Mi legado te lo cederé en forma de conocimientos. –Se acercó a ella de nuevo–. Has visto y sentido muchas cosas, y has experimentado muchas emociones: ira, odio, rencor… pero también amor, sabiduría y lealtad. No me sorprende que Kadelooi te eligiera, eres una humana poco común.
En cualquier otra situación habría sido incómodo haberse sentido tan estudiada, pero no era lo que sentía Kaitlin en este momento. A pesar de todo estaba emocionada. Se encontraba enfrente de otro dragón, criaturas que empezaba a venerar.
—¿Y qué haré con estos conocimientos?
—Lograr que no se pierdan. Kadelooi te dio un papel, ¿no? Seguramente el primario deseo de hacer que su tesoro aumentara y su poder creciera… los dragones y sus delirios de grandeza. Yo no deseo tantas riquezas como creyeron, a mí me importa el conocimiento, y quiero que tú impidas que se pierda. Tendrás hijos que serán Señores Dragones, y estos Señores Dragones traspasarán mis conocimientos a sus hijos Señores Dragones.
—¿Y si no tengo hijos…?
—Los tendrás. Eres una Señora Dragón. Debes ceder esta responsabilidad a tus descendientes, y tus descendientes a los suyos. Si Kadelooi no te lo dijo, te lo digo yo, es intrínseco en tu título. En el caso de no tenerlos, lamentablemente se perdería una gran fuente de conocimiento y Kadelooi perdería a su Señora Dragón y cualquier posibilidad de volver a ser un dragón respetable. Cuando un dragón elige a un Señor Dragón, deposita plena confianza en este humano… una estupidez, y también un acto desesperado.
Sí, Kadelooi le habló que perseguiría a sus descendientes en el caso de no cumplir con su parte del pacto, pero no mencionó explícitamente que tener hijos iba con el pacto que hicieran. Aunque si lo pensaba, era lógico.
—Entonces, vas a cederme tus conocimientos… ¿Sobre qué? ¿Sobre magia? Pero si no voy a poder usarla…
—A veces, los conocimientos son útiles por su propio saber, y no por poder utilizarlos. Sin embargo, mis conocimientos no son solo sobre la magia de los dragones… tu marca en la mano es un símbolo alquímico. Mi símbolo favorito, en realidad. Te entregaré todo lo que necesitas saber sobre la alquimia, pero… te sugiero que no abuses de ellos. A mí los humanos me asesinaron por saber demasiado, y soy una dragona, a ti como humana te van a considerar mucho menos peligrosa.
El poder del saber de la alquimia era algo poderoso, lo sabía bien. Ella era médico, y en las últimas semanas había leído mucho sobre ello… muchos eruditos buscaban poseerla. Algunos decían que habían logrado la fórmula de convertir metales en oro, otros hablaban de la Piedra Filosofal: la vida eterna.
—¿Eres la dragona que dicen creaste esta isla?
—Sí. Creé esta isla. Pero no lo hice sola… Kadelooi me ayudó.