Pasaron semanas antes de que el capitán Jacques regresara a la isla, después de enterrar en el árbol de la vida lo que quedaba de los cadáveres incinerados. El odio no se disipaba, y había peleas entre los que la defendieron y los que la atacaron, si bien Kaitlin les recordaba que iban a cumplir su condena, el ambiente estaba crispado. A nadie le gustaba encontrarse con el asesino de su padre o de su hermana.
Pero finalmente fueron avisados de la llegada de un navío entre la niebla, y cuando Kaitlin fue a ver, se encontró con la Bella Dama dirigiéndose a la isla. Se acercaron a la orilla, los ayudaron a anclar el barco en la arena y los recibieron con frutas y diferentes alimentos.
―Así da gusto –bromeó el capitán Jacques, bajando del navío y tomando una fruta de color rojo.
El cabello de Kaitlin crecía rápido, y ya le estaba asomando por debajo de las orejas, llevaba un vestido blanco de lino, y ya se había acostumbrado a ir descalza. Llevaba colgantes y brazaletes de conchas, y ahora estaba todavía más morena que cuando viajaba con la Bella Dama.
―Bienvenidos de nuevo, ¿cómo os ha ido?
―Bastante bien. Sin un médico en el barco se nos ha subido el rango de dificultad, pero nos las apañamos. Zymen está aprendiendo a curar heridas… pero no es tan bueno como lo era John.
Kaitlin sonrió con cierta nostalgia, y observó con curiosidad cómo bajaban cajas del barco. Jacques abrió una de ellas, y le mostró vasijas de porcelana preciosas, con filigranas de oro.
Era un tesoro perfecto, Kadelooi estaría orgulloso. Y los aldeanos también, aunque todavía ignorasen lo importante que era gozar de una buena reputación en el nuevo mundo al que se dirigían…
―Hemos abordado barcos españoles muy interesantes, pero esta isla está lejos y es peligroso llevar esta mercancía por alta mar. Hemos escapado de otros piratas por poco, sabían que llevábamos riquezas valiosas.
Podía parecer increíble lo rápido que corrían los rumores en alta mar, pero así era… bastaba con un hombre vivo para que todos se enteraran, o sospecharan, de lo que llevaba cada barco. El truco era no dejar nunca a nadie vivo, no hacer rehenes y rodearse de hombres de confianza… el capitán Jacques nunca fue bueno para ninguna de las tres cosas.
―¿Habéis tomado vuestra parte?
―Todavía no. Necesitamos descansar primero, recuperar fuerza y lamentar las bajas que hemos sufrido.
Después de bajar todos, Kaitlin no tardó en notar que Jeff no estaba entre ellos, pero sí otros que habían decidido abandonarla primero y finalmente se habían quedado. Sonrió a Paul cuando lo vio, y Zymen, tenía muchas preguntas sobre medicina.
Aquella noche fue una de fiesta y alegría.
La chica había estado practicando con la alquimia, se había hecho un huerto en la parte trasera de su cabaña y cultivaba algunas de las más extrañas plantas de la isla, aunque todavía no habían dado frutos, ya había empezado a experimentar con las que sí que tenía entre sus manos.
Con una fruta roja como la pasión, creó un licor dulce y agrio a la vez. Al servirlo, todos se desinhibieron, olvidaron sus diferentes procedencias, los motivos, y sobre todo las venganzas y los rencores.
Fue curioso, y divertido, ver a Kirr hablando y riéndose con el capitán Jacques, mucho más acostumbrado a beber. Pero no tenía el ceño fruncido, no parecía enfadado como solía parecer en público… pues en privado era otra persona. Tanto Kirr como Kaitlin se comportaban de un modo totalmente diferente. Con respeto pero distanciados cuando estaban rodeados de gente, y con amor y cariño en la intimidad. Desde aquel primer beso en la playa, estos no habían dejado de suceder, y por las noches no eran solo sus labios los que se unían y adoraban.
Pero aquella noche, y por primera vez desde que había vuelto de su sacrificio, Kaitlin se adentró sola en la espesa jungla. Caminó, sola, hasta aquella aldea abandonada. Allí donde vio los símbolos alquímicos en las paredes, donde se encontraba el pozo por el que bajaron Kirr y ella, y donde se encontró con el esqueleto de Inamaraya. Fue un viaje rápido, como si la distancia se hubiera acortado bajo sus pasos, como si las piedras, las hierbas y la arena, la acompañaran facilitándole el camino.
Caminó hasta el pozo y acarició sus piedras superiores y los cuatro elementos alquímicos grabados. Pero esta vez no entró. Esta vez colocó con esfuerzo la enorme placa de metal que habían retirado de encima la primera vez y se subió para sentarse de piernas cruzadas.
Cerró los ojos y dejó la mente en blanco.
Recorrió con su mente el mapa del Caribe, Isla Tortuga, Holetown y Nassau. Lugares donde había estado durante los últimos años. También vio a Rosalía en su burdel, el cura que la ayudó después de perder a toda su familia y los primeros médicos que le enseñaron la mayoría de cosas que ahora mismo sabía.