Señorita Gales (completa)

2. "Tú puedes, Jack"

Winnifred Gales, sí, cómo la nación perteneciente al Reino Unido, había trabajado por meses en una nueva pieza musical con ayuda de su gran amigo, Peter, su saxo alto dorado. Suena muy raro el saber que llama a su instrumento como una persona, pero Winnie lo veía así, él tenía vida propia.

De la señorita Gales, la del apellido al estilo de la realeza, lo único que podemos decir es que es una joven extremadamente extrovertida, siempre con algo que decir y muy apasionada en cuestión del arte, de su arte, con el que deslumbra cuando toca alguna pieza de jazz después de salir del teatro en la que trabaja.

A sus veintitrés años había terminado ya su carrera de música, y debido a su gran talento, logró encontrar un buen trabajo en el teatro principal de Wibston, el cual era muy visitado por la realeza de Vrend.

Claro, muchos supondrían que los músicos de tal lugar serían muy refinados y con tendencias reales muy marcadas, y aquello no era mentira; sin embargo, y cómo en toda ley existente en el mundo, siempre hay una excepción para todo, y en este caso, la señorita Gales era una. No era impuntual, pero sí algo atolondrada; solía guardar sus partituras con cierto nerviosismo, y raras veces no las regaba por el suelo como toda una principiante, sin embargo, nadie era capaz de tocar el saxo como ella lo hacía, por ende, el maestro de la orquesta la tenía en alta estima. Su talento era algo que no podía pasar por alto.

Mientras practicaba la nueva pieza de mambo que había compuesto, un llamado a su puerta la hizo detenerse. Sus padres y su hermano se encontraban fuera de casa, por lo que había aprovechado para ponerse a ensayar con Peter.

—¡Hola Pedro, que gus...

—Winnie, por favor no hagas más bulla. El nuevo chico está en casa y tu música lo aturde.

—¡¿Ya llegó?! —preguntó la joven ignorando el reproche de su vecino.

Pedro observó a la chica con desespero.

—¿No escuchaste lo que dije? Ya bájale a tu ruido.

—¡Qué molesto eres! —se quejó la joven. —Vale, pararé con mi ensayo. —aceptó. —Pero dile al nuevo chico que iré en unos minutos; mi madre y yo preparamos un rico pie de manzana. Yo misma las cultivé en el jardín trasero, justo en el árbol que se ve desde tu cas...

—Ya me voy, Winnie. —interrumpió Bruno un tanto abrumado por el exhaustivo palabreo de la joven. —Adiós.

Winnie sonrió un tanto emocionada, casi sin notar la molestia que le causaba a sus vecinos. Era un tanto despistada en aquellas cosas, creyendo que ninguno de los dos era apático especialmente con ella, de hecho, consideraba que ellos eran así con todos.

Esperó por unos segundos a que le abrieran la puerta. Estaba segura que el chico nuevo se encontraba en casa, lo había visto a través de la ventana, aunque el grosor de cristal no le permitió diferenciar sus facciones con facilidad.

La puerta se abrió de manera lenta, revelando a un lindo chico de rulos castaños del otro lado. Él la observó por unos segundos, con sus ojos cansados. Winnie casi podía jurar que lucía algo asustado, aunque aquello solo lo hacía parecer más atractivo.

—¡Hola!, Soy Winnie Gales, tu nueva vecina. —saludó la pelirroja, entregándole el pie con una notoria sonrisa. Jack pudo notar que sus mejillas, llenas de pecas, se habían enrojecido ligeramente.

Intentó sonreír un tanto nervioso, y asintió en agradecimiento.

—¡Vaya! Eres de pocas palabras. —comentó Winnie sonriendo. —Yo soy todo lo contrario; presiento que nos llevaremos bien. Si necesitas ayuda con algo, puedes buscarme, vivo al frente y conozco casi toda la ciudad. Wibston es un lugar muy bonito; sus parques son muy limpios, aunque el otro día encontré una ardilla muerta debajo de un árbol, pero bueno, es una excepción.

Jack asentía en silencio. Quería hablar, pero no sabía precisamente qué decir. Era grosero de su parte no decir nada, pero presentía que, si emitía palabra alguna, terminaría lamentándose luego. Winnie parecía ser de las chicas que jamás se callaba.

—Muchas gracias por el pie, Winnie. —intervino Fred, asomándose por la puerta. —Nos vemos luego.

—Per... —trató de decir la joven, pero no tuvo chance; el moreno le había cerrado la puerta en la cara.

—Luego me lo agradeces. —le dijo a Jack, e ingresaron nuevamente al comedor con el pie entre las manos.

—¿Siempre es así de explosiva? —preguntó el joven un tanto extrañado. Sin duda, la primera impresión que se había llevado de aquella bajita chica era muy irritante.

—No tienes idea. —respondió Bruno comiendo un poco del espagueti que había preparado Jack, que, por cierto, le había quedado exquisito.

Para el lunes en la mañana, Jack Weston se encontraba finalmente en su nuevo trabajo. Había sido presentado ante todos como el nuevo jefe de edición literaria, para luego, ser ubicado en la que sería su nueva oficina.

La editorial no era muy diferente a la que había en Hopmond, aunque admitía que era mucho más pequeña que ésta. Llena de elegancia y de mucha modernidad.

El equipo de editores literarios era muy reducido, siendo exactamente siete, dentro de los cuales, se encontraba Fred.

Jack le dio ciertas indicaciones a su equipo, y comenzó con algunas tareas que consideró importantes. Se sentía muy animado; quería hacer bien su trabajo y demostrar que tenía todo lo necesario para ser un buen líder.

Para la hora del almuerzo, Fred pasó por su oficina a buscarlo, proponiendo que bajaran juntos a la cafetería del edificio. Se acomodó el cabello —recién cortado —y de despojó del saco que traía puesto, depositándolo en un pequeño sillón de su oficina. El sol el Wibston era mucho más cálido que en Hopmond, algo que agradeció dentro suyo, ya que usar saco no era algo que le gustara demasiado.

Descendieron hasta el comedor de la editorial encontrándose con Pedro en el camino. Jack pudo notar que él era mucho más extrovertido que Fred, lo cual, supuso, tenía que ver con su crianza al estilo de Norteamérica.



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En el texto hay: comedia, musica, amor amistad

Editado: 04.07.2023

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