Agotado. Sí, aquella palabra que te informa que lo que quieres, ya no está disponible.
Quizás Jack Weston era el ser con mayor mala suerte en el planeta, o así se consideraba a sí mismo después de leer la noticia en la pantalla de su ordenador; pero de algo estaba seguro, sus planes de año nuevo se habían arruinado por completo.
Apagó su laptop un tanto apenado y se preparó para salir del trabajo y regresar a casa.
—¿Por qué esa cara? —le preguntó Fred al encontrarse con él en el elevador. —Luces como si se hubiera muerto alguien.
—Es mucho peor que eso. —respondió Jack, acomodando su abrigo de lana. —Se agotaron las entradas para la convención de Harry Potter en año nuevo.
—¿Se compran entradas para eso? —preguntó el moreno con cierta ironía.
—Sí; es de ingreso limitado. —Jack soltó un ligero suspiro. —El año pasado se celebró en Hopmond, y este año, en Wibston. —añadió. —¡Se agotaron como pan caliente en tiempos de hambruna!
—Suenas como niñita caprichosa.
—¿Acaso no comprendes mi sufrimiento? —se quejó Jack. —Estoy seguro de que ni todo el felix felicis del mundo podría ayudarme con la mala suerte que me cargo.
—El ¿Qué?
—Nada, nada. —respondió Jack rodando los ojos. —No es asunto de simples mortales, como tú.
…
—Buenas noches, señora Gales. —saludó Fred al encontrarse con la mujer en la recepción del edificio. —¡Qué alegría verla por aquí!
—Oh, bello niño, la alegría es mía. —respondió la mujer envolviéndolo en un fugaz abrazo. —Y tú debes ser Jack.
—Sí, buenas noches. —saludó el aludido esbozando una ligera sonrisa.
—¡Eres mucho más alto que en las fotos! —comentó la mujer soltando una pequeña risa.
Ella era de baja estatura, un tanto regordeta, y de cabello castaño ondulado. Jack pudo notar que era casi tan amable como su hija, aunque mucho más recatada al hablar.
—Supongo que sí. —respondió él, rascando su nuca.
—Bueno, chicos, esperaré a Winnie y volveré a casa luego; ha sido un gusto poder verlos. Hemos estado viajando mucho por las capacitaciones al nuevo personal en Hopmond; en las últimas semanas he llegado a casa sólo para dormir. —comentó la mujer. —Qué bueno que ya estamos muy cerca de las vacaciones de navidad.
—Lo imagino. —respondió Fred con una sonrisa. La verdad era que Rebeca Gales era muy querida por todos; muy comprensiva con los trabajadores y siempre buscando mantener el ambiente adecuado para que puedan laborar con tranquilidad. —¿Por qué no las llevamos a casa? ¿Qué opinas, Jack?
—Sería bueno. —respondió el joven con una ligera sonrisa. —No es seguro que vayan las dos solas a estas horas.
—Son unos ángeles —les dijo la mujer con una notoria sonrisa de agradecimiento, y caminaron hacia el auto de Jack.
Winnie no tardó en llegar a la editorial, y después del llamado de su madre, subió al vehículo del joven. Al inicio se sorprendió de encontrar a Rebeca en el auto de Jack, pero no comentó nada al respecto; saludó a todos un tanto apagada y tomó asiento junto a su madre.
Se sentía un tanto incómoda, y hasta avergonzada de tener que ver a Jack de nuevo. Desde la última vez en la que él fue muy claro con ella, no se había acercado al joven ni por accidente.
—¿Y qué planes tienen para navidad? —preguntó Rebeca al notar el profundo silencio que albergaba el interior del vehículo. —Estamos a una semana de noche buena.
—Mi familia se reunirá en Hopmond; viajarán desde Nueva York para pasarla con la abuela, así que me voy para allá. —respondió Fred con una sonrisa.
—Qué bueno, hijo. ¿Y tú, Jack? ¿Qué planes tienes?
—Pues...supongo que me quedaré en casa. — respondió. — No tenía planeado viajar. Mi familia vive en Australia, y con los planes que tenía para año nuevo, decidí quedarme aquí para ahorrar un poco. Aunque eso ya no importa; mi año nuevo se arruinó y es muy tarde para comprar un vuelo ahora.
Por la mente del joven pasó el visitar a sus amigos en Hopmond, pero recordó que la carretera hacia la ciudad se encontraba bloqueada por mantenimiento, y desechó la idea de inmediato.
Después de todo, Amelie e Isaac se irían a Merrel, y Amanda a visitar a sus padres del otro lado de la ciudad. Lo menos que quería era incomodarlos.
—Eso suena tan mal. —comentó Rebeca un tanto apenada. —No puedes pasar navidad solo en casa.
—Claro que no, Jack. —le dijo Fred. —Pedro también se irá a visitar a su familia.
—¿Por qué no la pasas con nosotros? —preguntó la mujer con una tierna sonrisa. —Vivimos al frente y nos pondrá muy feliz el recibirte en casa.
Jack la observó a través del espejo, meditando en su invitación; posó la mirada en Winnie, quien lucía muy callada, y sintió un pequeño remordimiento en su interior. Él la había rechazado hacía algunos días ¿Cómo pretendía pasar navidad en su casa?
—No se preocupe. —respondió después de unos segundos. —Estaré bien en casa.
—No, no. Pásala con nosotros. —insistió. —A los chicos les agradará el tenerte como invitado, ¿Verdad Winnie?
La joven se armó de valor para intervenir en la conversación, y después de un breve contacto visual con Jack respondió a la pregunta:
—Es una buena idea. —habló, y volvió la vista al paisaje que le ofrecía la ventana del auto.
Daba igual si se negaba o no. Nadie merecía pasar navidad sólo en casa.
…
Y así, Jack Weston se presentó en la puerta de los Gales la noche de la cena; con un rico panettone entre las manos, lleno de frutas confitadas y pasas, y un atuendo muy cómodo y acorde a la situación.
Tanto Pedro como Fred intentaron ofrecerles múltiples posibles soluciones, pero ninguna resultaba efectiva para Jack.
— Pasarás navidad con Winnie, viejo. —le había dicho Pedro antes de partir. —Sólo no te vayas a enamorar de ella. Recuerda: está loca.