—Excelente. Con eso quedaría todo listo para imprimir los nuevos libros; hasta luego señor Carl. —Jack colgó la llamada un tanto más aliviado y se concentró en terminar de hacer sus tareas pendientes. Ser jefe no era algo sencillo, y aunque aún le pesaban ciertas cosas, hasta el momento lo había manejado todo bien.
Deseaba haber hecho lo mismo con su vida privada; pero aquello había sido en vano. En lugar de encontrarse cenando con la chica que le gustaba, se encontraba un domingo, en el trabajo, rodeado de documentos y archivos por revisar. ¡Excelente plan!
—¿Trabajando un domingo? Eso si es algo pesado.
Nina Bruce se asomó a través de la puerta de su oficina, un tanto curiosa. Llevaba puesto un buzo relajado, muy distinto a su atuendo de oficina, y traía el cabello recogido en una coleta alta.
—Hola, Nina. ¿Qué haces aquí tan tarde?
—Bueno, trabajar no. —contestó la rubia, ingresando a la oficina. —Vine a recoger unas cosas, y me enteré de que estabas aquí. ¿Te encuentras bien?
Jack se detuvo por un instante, meditando en la pregunta de la joven. Posó su mirada en aquella bolsa de regalo que tenía en el sofá de su oficina y asintió sin dirigirle la vista.
—Sí, estoy bien. Sólo tengo que terminar algunas cosas pendientes.
—Entiendo...pero no te desveles. Son casi las siete.
—Lo sé, gracias por preocuparte. —respondió Jack esbozando una pequeña sonrisa, y la observó caminar hacia la salida.
Aquella habría sido una noche normal para él, pero gracias a la repentina acción que tomó por impulso, su velada tomó un rumbo muy inesperado, así que, dominado por aquel pensamiento, salió corriendo a través del pasillo en búsqueda de la única mujer que tenía cerca.
—¡Nina!
—¿Qué pasó? —le preguntó ella, regresando por donde había caminado. Que Jack Weston la llamara de aquella forma no era algo normal.
—No estoy bien. —confesó. —Y no sé qué hacer.
—¿Café o té? —le preguntó Nina.
—¿Qué?
—Elige. ¿Café o té?
—C-afé.
—Excelente. Vamos a la sala de descanso.
...
No entendía por qué. Simplemente, en un impulso por soltar lo que sentía, decidió confiar en la única chica que tenía al frente suyo: Nina Bruce.
Ambos se encontraban sentados en la sala de descanso de la editorial, con dos tazas de café caliente entre las manos.
—¡Vaya! Entonces te gusta Winnie Gales...pero yo creí que tú... ¡Oh vaya! Ahora lo entiendo todo.
—¿Que yo qué?
—Bueno...yo creí que tú eras gay.
Jack estalló en risa en aquel instante.
—¿Por qué creíste eso?
—Bueno, digamos que tu actitud fría me hacía dudar mucho sobre tu orientación sexual. Eso, además de un rumor reciente de que vives rodeado de chicos porque... bueno... por esas cosas.
—¿En serio se dice eso de mí? —preguntó Jack con ironía. —Que viva con puros chicos no significa nada de eso.
—Lo sé, y lo comprendo ahora. Bueno, el punto es que te gusta Winnie ¿Ok? ¿Qué esperas para ir a buscarla?
—¿Buscarla? ¿En medio de su cita? No, creo que mi oportunidad ya pasó.
—¿Y qué tal si ella lo rechaza? ¿Qué tal si Pierce no llega al lugar pactado?. Hay muchos factores que pueden influir en que aquella "cita" no se lleve a cabo. Yo que tú, no me rendiría hasta verlos juntos de verdad.
—¿Me estás diciendo que la busque y que impida su cita?
—No... bueno...quizás un poco. Mi filosofía de vida es: "No te rindas hasta saber que la persona que te gusta es gay, o le gusta otra chica"
Jack Weston enmudeció en su sitio al comprender la gran confesión que acarreaba esta última frase.
—¿Me estás confesando que te gusto?
—Gustabas. —corrigió ella. —No soy como esas chicas, Jack.
—¿Cómo esas chicas?
—Sí, esas con la que estás cuando te gusta alguien más.
—¿Te han dicho que eres genial? —le dijo Jack esbozando una sonrisa amigable.
—Muchas veces. —respondió la rubia con mucha confianza. —Ahora corre, y búscala.
Jack asintió muy animado y corrió hacia su oficina en busca de su saco, y del regalo que había preparado para Winnie.
No había escrito la carta aún. El desánimo que sintió al saber que Winnie tendría una cita con Pierce, no lo había dejado escribirla, pero en aquellos momentos, aprovechando la repentina inspiración que inundó su corazón, se dejó guiar por lo que sentía, y plasmó en una hoja de papel una hermosa confesión de amor.
Se la daría, aún si su oportunidad con ella hubiera pasado. No podía guardar lo que sentía, no si sabía que tarde o temprano aquella impotencia le haría daño.
Bastó una llamada a la madre de Winnie, para saber el paradero de la joven. No tenía los detalles exactos del restaurante en el que se encontraba, pero al menos, tenía tiempo para buscarla en cada uno de ellos.
Cada segundo importaba, cada segundo que pasaba era una oportunidad menos para encontrarla; si llegaba a tiempo, podría tener chance. Nina tenía razón: Él debía buscarla.
—¡No puede ser! —exclamó cuando se topó con una calle bloqueada debido a las obras de alcantarillado. Meditó por un momento en lo que debía hacer, hasta que se decidió a arriesgarse.
No había opción.
Bajó del auto aferrado a la bolsa de regalo y caminó por la acera solitaria. Observó el cielo, oscuro debido a las nubes negras, y apresuró el paso entre los locales del lugar.
No se detuvo, ni siquiera cuando la lluvia estalló sobre él y comenzó a mojarlo sin piedad. Estaba concentrado en una sola cosa, y no se detendría hasta lograrla.
—¿En dónde estás Winnie? —susurró para él mismo en medio de la calle.
Justo cuando se había armado de valor para tomar su celular y marcarle, una cabellera rojiza, empapada por la lluvia, captó su atención.
Winnie Gales, con una caja de cartón en la cabeza, corría en su dirección con el rostro perdido. Si bien la lluvia caía en gran cantidad, aquella no era suficiente para camuflar las notorias lágrimas que adornaban su rostro.