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Ya era noche, el salón más elegante de la ciudad estaba adornado de luces y alfombras, todos los invitados vestidos de gala, con trajes oscuros y zapatos relucientes, algunas mujeres llevaban las joyas más caras del mercado, y otras desfilaban con sensualidad por los pasillos.
En medio de la sala, una larga mesa de Canapés brillaba por su presencia. Los alimentos presentados eran pequeñas piezas de pan cuidadosamente acomodados: algunos, con las bases tapizadas similares a obras culinarias de un anciano chef; otros, delgados con algún fruto salado que le daba ese característico color olivo suave; unos cuantos más, destacaban por el grosor de la tapa y una base mucho más amplia que el promedio; y los últimos eran precavidos, pequeños y vistosos sandwiches de colores blancos. Estos últimos eran poco reconocibles para el ojo común, sin embargo, para los más cuidadosos, eran los bocadillos más sagrados de la mesa.
La gente pasaba al lado del mueble sin interés, su atención estaba al otro extremo del salón. En aquella parte se escuchaban los gritos de un hombre de gruesa barba liderando con euforia a una multitud de gente:
—Y de aquí, de ahora en adelante, la academia de West Hills será recordada como la preparatoria más importante de la ciudad, ¡Brindemos por este nuevo paso para la institución! ¡Brindemos con nuestras copas, pues el siguiente año será prodigioso! ¡Brindemos, pues West Hills será coronada no como una academia, si no como la academia! ¡Salud!
El sonido de múltiples copas de vidrios chocando inundaron la habitación, esos estruendos de victoria dejaron un ambiente repleto de gritos de éxito y felicidad. Segundos después, el mismo hombre que había anunciado con emoción aquellas palabras dejó su copa con cuidado en algún mueble cercano, para caminar directo hacia la mesa de postres, ignorando el sin fin de murmullos y halagos que las personas daban en celebración del brindis.
Por el contrario, un hombre de traje ostentoso, no mayor a los cuarenta años y de porte apuesto, observaba atentamente la mesa de los canapés con un plato en la mano. Con su temple tranquila y un carácter atractivo fue revisando con elegancia cada bocata posible, una por una, inspeccionándolas hasta fijar la mirada en una sola. Sonrío y con cierta alegría, extendió la mano para tomarla.
—Con que a usted también le gustan esos bizcochos... Son un canapé exquisito, poca gente los inspecciona como usted ha inspeccionado ese bocadillo —Una voz emergió por detrás del caballero con traje.
La voz no detuvo el andar de la mano del hombre de traje, que aún sin detenerse escucho plenamente las palabras del desconocido. No lo volteo a ver, tampoco añadió alguna palabra, únicamente, llevó el bocadillo al plato que sostenía, y se enderezó para ver al emitor de aquella voz frente a frente.
—Yo lo conozco —atendió con una sonrisa el hombre trajeado. —Es un gusto conocerlo, Director Wilson.
La persona que había interrumpido la inspección de los canapés, era el mismo que segundos antes se encontraba brindando. Los dos se estrecharon las manos de forma amable, mientras se miraban suavemente a los ojos.
—Es un honor haber sido invitado a su brindis, director.
—Llámame Scott, así me dicen los jóvenes.
Un hombre añejo y calvo, era quien se escondía detrás de aquella voz aguda. Scott Wilson, director de la academia de prestigio West Hills estaba siendo condecorado en un brindis por los logros de su preparatoria, con una gran satisfacción, el director Wilson había sido partícipe de una doble premiación por el desempeño de sus estudiantes, la institución había ganado dos de los tres premios más importantes para cualquier institución académica del país: el premio Henry Stuart, galardonado al equipo deportista estudiantil más destacado del año, y la Beca Terry Ford, una recompensa por el producto audiovisual más impresionante del año en talla juvenil.
El director estaba fascinado por aquellos dos logros, y cada invitado en la cena, sentía ese orgullo que transmitía.
—Scott, espero no haberle molestado agarrando el último bocadillo.
—Por supuesto que no, al contrario, me da gusto saber que hay alguien más en esta habitación con buenos gustos.
Una breve risa se hizo presente en ambos. Sinceramente, se habían caído bien.
—Lamento mi impertinencia, ni siquiera me he presentado correctamente, mi nombre es Armando Becker, a sus ordenes.
—¿Becker? Un apellido inusual ¿Lo conozco de algún lado?
—Por supuesto, soy padre de familia en su institución, mi hija es...
—La señorita Dylan Becker, ¿verdad?— el director le interrumpió, generando una apenas perceptible sonrisa en Armando, que le confirmó su respuesta. —Una joven fascinante y hermosa, de gran carácter y con mucha presencia en las convocatorias escolares, la estudiante más sobresaliente en cuestión de notas y excelente deportista. De mis mejores estudiantes, aunque si tuviera que enlistar una cualidad en especial, es su forma de vestir, siempre impecable... Ya veo de donde sacó su elegancia.
Armando sonrió. —Me da gusto que mi hija destaque... para bien.
—Es una gran señorita, y lamento preguntar lo siguiente... pero la señorita Dylan ¿Ya se graduó? ¿O aún le falta un año?
—Aún le falta un año.
—¿Y cómo la ve respecto a eso? ¿Ya se encuentra decidida hacia qué especialización o carrera cursará?
Por unos pocos segundos, Armando se perdió en sus pensamientos.
—No estoy seguro, es una chica inteligente, sin embargo nunca me había planteado preguntarle eso.
Otro silencio pauso la interacción, realmente, Armando no supo qué responder.
—Pues debería, los padres no somos adivinos, y con los jóvenes menos. Son un mundo aparte. —una leve risa se formó en las comisuras de los labios del director Wilson. —Aún así, créame que, aunque su hija no es alguien de quien debamos preocuparnos, nunca está demás ponerle atención....
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Editado: 07.09.2023