Había estado llorando toda la tarde, me sentía abrumada y solitaria. Pensaba mucho en Jester, en como no dudo en hacerle daño a un chico, y de alguna manera me sentía responsable por esa pelea... Además, le había pedido a Jester que parará esta locura, que si no, rompería con él... Nunca paró...
No paré de llorar hasta que mi padre tocó la puerta de mi cuarto, anuncio con una frase de llegada y cerró la puerta con delicadeza. En esos pocos segundos fue cuando regresé a la realidad. No le contesté nada, y hubo un breve silencio hasta que...
—Dylan, ¿Quieres cenar?
Accedí.
Fuimos al comedor y me senté en frente de mi padre, expectante. Estaba callada, triste, con los ojos rojos y el maquillaje corrido. En un estado complejo de describir, poco interesada en el ambiente que se desenvolvía a mí alrededor. Encerrada en mis pensamientos, recordé los sucesos de ese día. A su vez mi padre me acercaba un plato repleto de verduras y frutas junto a un tenedor plateado.
Solo lo observé, no tomé nada.
Al contrario mío, mi padre agarró su tenedor y comenzó a llevar los alimentos a su boca sin ningún reparo a las porciones enfrente suyo.
Después de unos bocados, él bajó sus cubiertos y me preguntó:
—¿Está todo bien Dylan?
Mi padre me preguntó seriamente, su tono no era de dudoso o prejuicioso, tampoco estaba preocupado, era más como una frase para iniciar una conversación.
Al ver que no respondí, él decidió hablar:
—Me habló el director de la escuela esta tarde. Me dijo que hubo un conflicto saliendo de la escuela, y un chico llegó a la enfermería. También me platico que resultaste afectada... Qué el chico lastimado te agredió verbalmente y causante de sus heridas fue tu novio.
—Ex...
—¿Ex? —mi padre se escandalizó un poco y preocupado me repitió la pregunta.
No contesté, mi padre sabía todo, menos eso. ¿Qué más quería saber? ¿Qué lloré todo el día? ¿Qué me sentí impotente de ver a mi propio novio siendo un animal dañando sin temor a otro ser humano? ¿Qué esa carta de color rosa se mojó y no la pude leer? ¿Qué yo me siento culpable por todo? ¿Qué...?
—¿Dylan, me estás escuchando?
Respiré hondo.
—No quiero hablar de eso...
Callé enseguida, e intenté agarrar el tenedor del plato para comenzar a comer, pero no sentía hambre, y solo observaba el plato cabizbaja mientras el tenedor picaba cada pedazo de verdura residente en el plato.
—Esta bien si no quieres hablar.
Mi padre retomó sus cubiertos, pero casi al instante los dejó nuevamente en la mesa, solo para después quedarse observando.
Respiró.
—Cuando era joven me peleaba mucho en la escuela. Siempre me llevaban a la dirección. ¿Sabías eso?
No lo sabía. Me quedé expectante, por supuesto que no tenía ni idea de eso, nunca me había imaginado a mi padre siendo un delincuente juvenil, siempre tan perfecto y lejano a un mundo ordinario... Por supuesto que no sabía eso, nunca me dirigía la palabra, y esta era la primera vez que hablábamos frente a frente en años.
Decidí escucharlo. Esta dinámica era nueva y misteriosa.
—Un día, recibí un puñetazo de un chico mayor, y como venganza, en la salida, le tiré una silla desde el techo de la escuela. El director estaba furioso... —una pequeña risa salió de la comisura de sus labios, era extraño, siempre sonreía, pero nunca había reído en mi presencia. Y menos con algo tan poco gracioso como la agresión de un niño a otro..
—Ese día casi me suspenden del colegio, recuerdo a mi madre furiosa conmigo, me agarró a golpes —se río levemente. —Así era ella... Fuerte, intocable y dura. Pero esa noche, la encontré llorando... Tu abuela nunca lloraba, y esa vez, la escuché rezar entre sollozos pidiendo que me compusiera. Desde ese día, mi madre fue más implacable que nunca.
No supe qué decir, mi padre solo calló y siguió comiendo su ensalada con el tenedor, como olvidando lo que acaba de contar. Nunca había mencionado a mi abuela, de hecho, nunca me lo había planteado. ¿También tendré abuelo?
Hubo un silencio eterno hasta que no pude evitarlo y pregunté.
—Y... ¿Qué pasó Papá? ¿Te recompusiste?
Sonrió brevemente.
—No creo—y río amablemente, contrariamente a todo lo que había dicho, se le veía calmado, como si esas escenas fueran muy lejanas en su mente. —Ella nunca supo que la vi llorar, pero desde ese día fue muy estricta conmigo, nunca volvió a ser igual, ella vivió mucho tiempo pensando que la dureza y la violencia fueron la solución para un buen aprendizaje, pero la vulnerabilidad y la empatía son aún más poderosos. No cambie por recibir golpes, yo cambie porque entendí porque debía cambiar.
Respiró lentamente para después enseñarme su plato de vegetales vacío, completamente limpio.
—Cuando estaba triste, veía que los papás de mis amigos les compraban pizza cuando cumplían años o festejaban algún logro, o por el mero hecho de verlos felices... Tu abuela me obligaba siempre a comer todos los vegetales del plato. Siempre quise que ella, cuando me viera triste, me comprara una pizza... Ahora dime, ¿Qué quieres cenar?
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Editado: 07.09.2023