El viento susurraba entre las hojas, acariciando las páginas del libro antiguo que descansaba en mis manos.
El sol de la tarde, dorado y perezoso, teñía el pasto de un color mágico mientras devoraba cada palabra, cada línea, como si pudiera saborear la tinta.
Ese libro no era un simple montón de páginas viejas. Me lo había regalado mi padre en mi décimo cumpleaños y, dos años después, se había convertido en mi refugio y mi guía.
Se titulaba La Historia del Niño Astral, y su lomo mostraba las cicatrices de tantas relecturas.
En Eryndor, las espadas lo son todo. La vida gira en torno a forjarlas, pulirlas y perfeccionar el filo que define quién eres. Pero en tiempos pasados hubo caos, guerras interminables... donde solo los más brutales sobrevivían.
En medio de esa oscuridad, nació un niño destinado a cambiarlo todo. La leyenda contaba que era diferente. No lloraba con rabia, sino con una calma serena, y se decía que poseía una técnica ancestral que resonaba con la armonía del cosmos, la Técnica Celestial. Un poder que no buscaba oprimir, sino unificar, un filo que no cortaba carne, sino las cadenas de la injusticia para forjar una era de verdadera igualdad.
Cuando me sentía débil, abría siempre el capítulo siete. Ahí, una ilustración mostraba al Niño tendiendo la mano hacia un guerrero enfurecido. La espada del hombre se teñía de un resplandor plateado y perdía toda su agresividad.
"La verdadera fuerza desarma sin dañar."
No entendía cómo era posible... pero esas palabras eran mi escudo contra las burlas. Para mí, aquel niño era más real que muchos de los que me rodeaban.
—¡Zayren! —Una voz como un trueno jovial cortó el hechizo de mi lectura.
Levanté la vista, aún con el dedo marcando el párrafo. Entre la espesura apareció Kairen, mi mejor amigo. Imposible no notarlo, alto para su edad, sonrisa traviesa, pura energía.
Kairen se plantó frente a mí, cruzando sus brazos ya fornidos con pose dramática.
—¿Otra vez con ese libro viejo?
Su voz jovial cortó el hechizo de mi lectura. Entre la espesura, su figura era imposible de ignorar, un torbellino de energía pura, el más alto de todos los chicos de nuestra edad.
—Tu madre te busca por toda la aldea —continuó—. ¡Cree que te tragó una bestia mitológica!
Lyanna se acercó con paso sereno. Su largo cabello rosa ondeaba con la brisa, enmarcando ese rostro de serenos ojos verdes que siempre me calmaban.
—No le hagas caso, Zay —su voz fue un suave contrapunto a la estruendosa de Kairen—. Pero sí, la cena está lista.
—¡Huele delicioso! —completó Kairen, inclinándose para mirar el título de mi libro.
Kairen se inclinó torpemente para mirar el título del libro. Soltó una carcajada.
—¿Otra vez con la historia del Niño Astral? —me dio un codazo—. Ya te sabes cada página de memoria. ¡Ese libro debe estar más gastado que las botas de un minero!
—Nunca me aburro —repliqué, defendiendo mi tesoro con una sonrisa—. Es la historia más increíble que existe. Cómo me gustaría ser como él...
Mi voz se perdió en el horizonte, imaginándome blandiendo una espada de luz. Hasta que un zape de Kairen me devolvió bruscamente a la realidad.
—¿De verdad crees que ese tal Niño Astral existió? —preguntó, frunciendo el ceño con escepticismo genuino—. Suena a cuento para que los niños se duerman. ¿Un niño que derrota ejércitos? ¡Imposible!
—¡Claro que existió! —repliqué con vehemencia, levantando el libro como si fuera un artefacto sagrado—. ¡Todo está aquí escrito! Sus batallas, sus técnicas.
Lyanna se acercó más, ignorando a Kairen. Se sentó a mi lado en el pasto, arreglando su falda con ese movimiento delicado que siempre la caracterizaba.
—¿Y quién era realmente, Zay?
Sus ojos verdes mostraban interés genuino. El último resplandor del sol se reflejaba en ellos como pequeños destellos dorados.
Cerré el libro con cuidado, sintiendo la familiar textura de cuero bajo mis dedos. Una sonrisa de orgullo se dibujó en mi rostro.
—Dominó las cinco técnicas de la espada. Algo que a los maestros veteranos les lleva vidas enteras.
Lyanna ladeó la cabeza, completamente absorta.
—¿Cinco técnicas? ¿Qué son?
—Los estilos más poderosos —dije, inflando el pecho—. Casi nadie domina más de una o dos.
Contemplé el libro entre mis manos, imaginando al Niño Astral forjando los Cinco Reinos que hoy nos protegían.
—Con ese poder... no conquistó. Unió.
Kairen bufó, impaciente.
—Bah, suena a que necesitarías nueve vidas. ¿Quién puede con tanto?
—¡El Niño Astral pudo! —insistí, golpeando la portada del libro—. ¡Y por eso es una leyenda!
La emoción me invadió. Me puse de pie de un salto, la determinación ardiendo en mi pecho.
—¡Algún día yo también dominaré estas técnicas!
Kairen rodó los ojos, pero no pudo evitar una sonrisa.
—Sí, claro, futuro Niño Astral. Pero por hoy, más te vale dominar el camino a la cocina antes de que tu madre decida que nuestra cena es para los cerdos. ¡Y no quiero que me eche la culpa!
Lyanna se rió, un sonido claro y musical, y se puso de pie.
—Tiene razón, Zay. El libro puede esperar, el estofado de tu madre, no.
Con el corazón aún acelerado por los sueños de gloria, guardé el libro bajo el brazo y los seguí. El sol comenzaba su descenso, bañando el camino en tonos anaranjados y dorados.
Kairen no paraba de bromear, su voz resonaba en el aire tranquilo de la tarde.
—¿Y si el Niño Astral fue solo un granjero con una hoz? ¡Todo un malentendido!
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Editado: 06.10.2025