Sensitive

Empecemos desde el principio

Solía ver historias de un día, para imaginar una vida que nunca creí alcanzar, devorando minutos de vidas que no eran la mía e imaginaba una que talvez este a mi alcance. Cuando todo se complica, prefiero recordar esos momentos en donde perdía mí tiempo buscando algo que, creía o no, podría llegar. Prefiero no pensar en las posibilidades, sino perdería más tiempo del que ya perdí y, sobre todo, arruinaría el presente que hoy disfruto, pero también sufro.

Atormentado por mis ideas, por el dolor, por el pasado. Empecemos desde el principio... esa frase me acompaño toda la vida e incluso el resto de la mañana, la última que pase en mi casa, solo y sin nadie más a mí alrededor.

Desperté sin ningún recuerdo e intente levantarme, pero creo que no pude. Tubos y más tubos me rodeaban, mi rostro estaba cubierto de ellos; algunos cables que pendian de mis brazos y un tanque de oxígeno, que al parecer me mantienen estable, me retenian. Creo que estoy en el hospital. Mi último intento de suicidio también fallo al parecer, aunque esta vez no estuve tan lejos, no me queda mucho, mi hora está llegando.

¿cómo llegue a esto y qué fue de mi vida? supongo que no esta de más contarla, aunque todo me de vueltas en este momento.

***

Vivía con dos de mis hermanos mayores, y mi mama. El resto de mis hermanos vivían con sus respectivas familias. Nos visitaban de vez en cuando y, esos días resultaban ser muy pesados: eran largas horas de música sin sentido, y griterío de los hijos de estos, que por suerte solo eran cuatro: tres niñas y un niño. Podría asegurar que solo con ellos era más que suficiente para poner de mal humor a una persona.

Odiaba esas reuniones, pero disfrutaba tenerlos reunidos. Cuando terminaba todo, y otra vez me encontraba en mi cama mirando a la nada, pensaba el porque me molestaba algo que realmente me gustaba. Pensaba demasiado y me atormentaba hacerlo. Varias noches terminaron en lágrimas silenciosas que callaba para no despertar a nadie.

Los días pasaban, y todo era rutinario: ir y venir de la escuela, leer en los viajes algún libro (si tenía ánimos), estar en casa, comer con parte o toda mi familia, despertar en la mañana, hacer mis deberes, distraerme con alguna cosa (no siempre funcionaba), pero de todas formas lo intentaba. Y repetir esto a lo largo de la semana. Los findes de semana trataban de hacer cosas que pudiera dejar pendiente, o a lo que no llegara a hacer por falta de tiempo. No me llevada mucho, eran pocas las cosas que podía haber dejado pasar, pero que de igual forma prefería dejarlas para cuando ya no tenga otra cosa que hacer.

A veces, al salir del colegio, tomaba unos largos paseos en soledad. Quería organizar mis ideas antes de llegar a casa, pero en tanto me percataba, podía recordar de que tan perdido en mis ideas podría llegar a estar. Pensamiento tras pensamiento sin luz ni conciencia del mundo que me rodeaba. Perdía horas en un estado de negación ante el hecho de que, muy en el fondo, no sabía realmente en que estaba pensando, pero creo que eso no importaba, y mi subconsciente lo sabía, porque mis lágrimas fluían sin cesar, como si quisieran calmar un incendio que había dentro mío, aunque fuera inútil, porque ya estaba consumiéndome de a poco.

Mis piernas perdían estabilidad, mi cuerpo me obligaba a doblegarme. Mis manos sangraban, como si hubiera tenido una batalla interminable. Cubrí mis heridas como me fuera posible y volvia casa. Miraba a mis alrededores, observaba los rostros llenos de sonrisas vacías y pensaba. Pocas veces manchaba mis manos, aunque las marcas se mantenian... pasando los años creo que era lo unico que todavía perdura, aquellas marcas surcando mi piel. Pasaba el tiempo, y ya se hacia la noche y por cosas como estas seguiría callendo día a día.

 

Noches de insomnio

Pasaron algunos años del hecho, yo estaba en secundaria, salía después de pasar casi todo el día en la escuela, por suerte, ya casi era verano, y la noche tardaba en llegar. Me gustaba volver caminando, no era muy fan del transporte público, además, por esas horas, viajar se tornaba algo desastroso. Solo el hecho de subir a un ómnibus te dejaba con dos opciones, o estar hasta muy tarde y conseguir un asiento, o estar pegado contra la ventana, amontonado con muchas personas.

Caminar no era la mejor opción, pero algunos días prefería hacerlo, un poco de aire me ayudada a pasar lo que resta del día hasta llegar a casa.

Pasando esos días, comenzaba otra semana rutinaria. A veces pienso, que hubiera preferido que fuera así, y no como lo fue esa mañana. Era lunes, y uno de mis hermanos decidió acompañarme, me parecía raro, usualmente no contaba con mucho tiempo, ya que trabajaba todos los días.

Salimos tarde de casa, aunque no era frecuente el que yo llegará pasada la hora, así que no podé evitar apurarme, odiaba llegar tarde, pero para mí hermano el tiempo pasaba lento como si las horas y minutos no avanzara. Siempre solía decirme, que aunque acelerara el paso o me apurara, eso no me haría llegar antes de todos modos. Supongo que el tenia razón.

A solo unas cuadras de llegar, quedaba una calle que carecía de semáforos, peligrosa por naturaleza. Ningún vehículo que pasara por ahí bajaba la velocidad, y uno tras otro impedían el paso a varias personas. En cuanto se producía una pequeña brecha, de no más de unos cuantos minutos, lo suficiente para pasar al otro lado, con paso acelerado y sin detenerse, las persononas que estuviesen ahí, podían ciercular.



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En el texto hay: historias de la vida, sensible

Editado: 14.12.2020

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