Sentimientos encontrados. Parte 1.

Trabajo de autoestima

Andrea Goicoa había sido recibida con gran alegría en la familia Matsumoto. La señora Matsumoto, madre de Haruto, sólo tenía dos hijos varones, Haruto de dieciséis años y Shuhei de trece. Siempre deseó tener una hija, pero por problemas de salud, su marido quedó estéril justo después de que Shuhei naciera y les fue imposible tener más hijos. El hecho de recibir a Andrea en su casa era como realizar su sueño.

Shuhei y el señor Matsumoto sintieron agrado por Andrea desde el momento en que la conocieron, pero Haruto simplemente no podía aceptarla. Cuando recién la conoció no sintió interés ni desagrado por ella, simplemente la consideró una chica algo bonita. Sin embargo, cuando vio que comenzaba a vestirse con moños y holanes, la consideró una niña tonta. El sentimiento de desagrado empeoró cuando su madre lo arrastró por tres meses, tienda tras tienda, a comprar cursilerías para decorar con hadas y unicornios la habitación de la nueva huésped.

Haruto tuvo que levantarse temprano tres días seguidos para acompañarla al colegio, y su desagrado creció todavía más. Ella no se molestaba siquiera en hablarle, simplemente se concentraba en alguna red social en su teléfono móvil, seguramente hablando tonterías con algunos banales amigos que dejó en México. Y de algún modo se molestó todavía más cuando al cuarto día, después de levantarse y alistarse, se encontró con que ella se había ido sola. Ni siquiera tomó el desayuno, simplemente se fue corriendo por la calle, buscándola.

―¡Eh, Goicoa! ―gritó al verla cerca de la estación de tren. Ella dejó de mirar su teléfono y volteó la mirada hacia él―, ¿por qué no me esperaste?

―Porque a ti no te agrada acompañarme ―dijo ella, simplemente. Haruto se detuvo en seco al escuchar esa respuesta.

―Bueno… en eso tienes razón. Pero…

―No te sientas obligado a hacer algo que no te gusta ―Andrea echó a caminar y Haruto fue tras ella―, como sea, yo me aprendí el camino desde el primer día.

―¿Desde el primer día? ―gruñó Haruto.

―Sí, pero mamá insiste en que me acompañes.

―¿Ya la llamas “mamá”?

―Ella me pidió que así la llamara ―Andrea encogió los hombros―. No te preocupes, yo continuaré mi camino.

―No ―Haruto mismo no sabía por qué, pero de algún modo se sentía obligado a cumplir con esa labor de acompañarla―, iré contigo.

―¿Estás seguro de querer acompañarme? ―insistió ella.

―Creo que es mejor. Como sea, cuando vivías con los Kinomoto, ellos no te permitían andar sola en las calles, así que…

―No te preocupes ―ella sonrió―, he sobrevivido en lugares más peligrosos.

Pero Haruto no la dejó, entró con ella al tren, recorriendo las estaciones en silencio. Estaban por entrar al colegio cuando una joven atractiva se acercó a Haruto.

―¡Hola, Haruto-kun! ―ella le saludó con alegría―. ¿Quién es ella?

―Ella…

―Andrea Goicoa ―dijo Andrea, estuvo a punto de darle la mano, pero titubeó y se inclinó corrigiéndose―, perdón Goicoa Andrea. Siempre olvido que aquí usan primero el apellido… ¿Es correcto hacer reverencia en una presentación informal?

―¿Acaso es tonta? ―se burló la joven.

―Sí, es algo tonta ―gruñó Haruto.

―¡Tontos sus traseros! ―gruñó Andrea y Haruto se quedó boquiabierto. Jamás nadie se había atrevido a insultarlo y menos de ese modo―. Si me disculpas ―se dirigió a la joven―, tengo que llegar a clase. Puedes dejarme aquí, Haruto.

―Pero ¡qué atrevida! ―Kyoko, exnovia de Haruto, observó con indignación a Andrea quien entraba a la escuela tranquilamente―. ¿Qué no sabe de modales?

―Es una niña tonta, no le prestes atención.

―¿Puedo preguntar por qué vienes con ella? ―Kyoko se cruzó de brazos―, ¿y por qué te llama por tu nombre con tanta confianza?

―Ella estará viviendo con mi familia por algunos años, pero creo que en su país no les enseñan nada sobre modales. No le tomes importancia, por favor.

Detrás de esa aparente calma, Haruto en realidad estaba furioso. Sólo algún par de chicos se atrevieron a insultarlo cuando era pequeño, pero con esa frialdad y habilidad que él tenía para herir con unas pocas palabras, se había ganado un respeto que nadie se atrevía a quebrantar.

Esa tarde no fue por ella al colegio, sino que la esperó en casa, dispuesto a confrontarla y hacerle pagar por esas palabras.

―Siento mucho no haber ido por ti… ―dijo en cuanto la vio llegar.

―Ya te dije que no es problema ―Andrea le interrumpió con una sonrisa―, yo ya conozco perfectamente el camino a casa ―y se dirigió a las escaleras para subir a su habitación. Haruto se levantó del sofá y la llamó.

―¡Oye! Con respecto a eso de llamarte tonta…

―¡Oh sí! ―Andrea sonrió aún más ampliamente―. No te disculpes, no fue un insulto para mí, al contrario. Me haces sentir que ya me consideras una hermana.

―¿Hermana? ―exclamó él, asombrado.

―No tengo hermanos, pero sí muchos primos que me ven como una hermana y, aunque entre nosotros nos insultamos tal y como lo hicimos tú y yo esta mañana, sé que nunca es en serio, así que no te preocupes, sería muy inmaduro de mi parte ofenderme por algo tan trivial como eso.




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