Sentimientos encontrados. Parte 2.

Yucatán

SENTIMIENTOS ENCONTRADOS

C.C. Uctari

Todos los derechos reservados. 

Cualquier copia total o parcial de este libro requiere autorización de la autora

 

Habían pasado cinco meses desde que Yuki y Andrea se hicieron novios. Se acercaban las vacaciones de verano y ambos se preparaban para viajar con familia de Yuki hacia México, en donde conocerían a la familia de Andrea para evaluar la posibilidad de llevarlos a Japón como sus empleados.

Después de algunas escalas, su vuelo llegó a la ciudad de Mérida, en la península de Yucatán. Tomaron un taxi que los llevó entre las calles de la hermosa ciudad colonial hasta un barrio al norte. Pararon frente a un edificio de color marfil y Andrea se acercó a un portón de hierro forjado, tocando el timbre.

―¿Este es el edificio que te heredó tu abuelo Benito? ―preguntó Yuki.

―Sí, sólo lo visité un par de veces ―Andrea señaló hacia arriba―, tiene cuatro apartamentos que están rentados desde antes de que él falleciera. Creo que él sabía que su salud decaía y que no podía confiar en que mi padre se haría cargo de mí. Compró este edificio ―y ahora señaló hacia la puerta―y esta casa para que yo tuviera donde vivir y una entrada de dinero que, aunque no es mucho, al menos me habría permitido mantenerme estudiando. Es un lugar muy sencillo así que la renta no puede cobrarse muy cara, pero es suficiente para ayudar con algunos gastos.

Una mirilla en forma rectangular se abrió y un par de enormes ojos castaños aparecieron al otro lado. Se volvió a cerrar y se escuchó un grito.

―¡Abue! ¡Ya llegó Andy! ―La puerta se abrió y Micaela apareció al otro lado con una enorme sonrisa en los labios.

―¡Andichá! ―Javier salió de la casa hacia un pequeño patio interior, seguido de su hermano Uriel. Andrea encogió los hombros como si le hubieran dado un golpe.

―¿Por qué tengo la sospecha de que Ricardo ya te fue con el chisme de cómo me dicen en Japón?

―¡Esa Andichá! ―gritó Uriel. Andrea los miró de forma inquisidora.

―Mejor ni se burlen, si van a Japón ―señaló uno a uno ― ustedes serán Javiku, Uriku y Micacha.

―¿Por qué tanta burla porque te llamemos Andy-chan? ―preguntó Yuki.

―Porque así somos aquí ―dijo Javier―, nos burlamos hasta de la muerte, así que acostúmbrate. Tú eres Yuki, ¿no es así?

―Sí, soy el novio de… ―Pero Yuki no pudo continuar, tanto Andrea como sus primos se apresuraron a cerrar su boca.

―La palabra novio no existe en esta casa, ¿de acuerdo? ―dijo Uriel en lo bajo.

El padre de Yuki terminó de pagar al taxista y se acercó a la puerta con su hija y su esposa. Rinko, la hermana de Yuki saludó haciendo una reverencia justo al momento que la abuela de Andrea salía al fin de la casa.

―¡Hija! ―exclamó―, gracias a Dios que llegaron sin contratiempos. Pasen, deben estar muriendo de calor.

Los Tsuyuri cruzaron el patio interior y entraron en la casa, la cual tenía un clima mucho más agradable. El señor Tsuyuri se desplomó en el sofá de la sala abanicándose con un pedazo de cartón.

―¡Muy caliente, México! ―expresó.

―Sí, y más Yucatán ―dijo la abuela Mary―. Micaela, trae la jarra de agua que deben venir deshidratados.

―¿Y mi abuelo? ―preguntó Andrea.

―Fue a la costa con tu tío Ernesto. Teníamos pensado tenerles una paella con marisco fresco, pero llegaron antes de lo que esperábamos. ―la abuela se volvió hacia Yuki―. Haruto, no sabes el gusto que me da verte de nuevo, ¿cómo has estado?

―Eh… él no es Haruto, abuela, es Yuki ―dijo Andrea.

―¿Yuki? ―la abuela frunció el entrecejo―. ¡Ah, pero mira qué taruga soy! Y la vez pasada yo me la pasé diciéndole Haruto, ¿por qué nadie me corrigió?

Yuki miró a Andrea arqueando las cejas. Ella dejó salir una risita.

―No se lo tomes a mal ―dijo Andrea―. Mi mejor amiga de la primaria tiene una hermana menor y hasta la última vez que vine, mi abuela seguía pensando que esa niña y mi mejor amiga son la misma persona.

Micaela salió con una charola con vasos de vidrio soplado. Sirvió agua de sandía a cada uno de los recién llegados, quienes la bebieron de un trago.

―¡Refrescante! ―expresó el señor Tsuyuri.

―Es deliciosa ―dijo Yuki―, ¿puedo tomar más?

―Toda la que quieras, hijo ―dijo la abuela.

El abuelo Rutilo y el tío Ernesto llegaron llevando un costal entero lleno de mariscos, tan frescos, que todavía escurría agua de mar. Saludaron y, después de disculparse por la tardanza, llevaron todo a la cocina. El abuelo salió secando sus manos para presentarse formalmente con los Tsuyuri y, en cuanto vio a Yuki, lo hizo levantarse del sofá y le dio un fuerte abrazo.

―¡Haruto, muchacho! ¡Qué gusto verte!

―No es Haruto, abuelo ―Andrea puso los ojos en blanco―. Haruto es el hijo de los Matsumoto, la familia que me adoptó. Ellos son los Tsuyuri, son la familia que está interesada en contratarlos.




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