Sentimientos encontrados. Parte 2.

Corofobia

Después de recorrer algunas zonas turísticas cercanas con el grupo, regresaron a casa de sus padres. En la propiedad de los Tsuyuri había una explanada llena de cerezos y se había hecho tradición que, todos los años, celebraban el Hanami haciendo una cena en los jardines con toda la familia, y Yuki y Andrea fueron invitados.

―Andy-chan ―la madre de Yuki se sonrojó al hablar―, entre tus vestidos vi uno negro con flores, muy hermoso y ya que vamos a celebrar el Hanami… ¿será posible que me lo prestaras? En verdad me enamoré de ese vestido.

―Si tanto le gustó ―dijo Andrea con una sonrisa―, se lo regalaré.

―¿Qué? ―la madre de Yuki estaba asombrada―, ¡claro que no! No puedo aceptarlo, es tu vestido de baile…

―Tengo uno un poco más viejo ―dijo Andrea con una sonrisa―. El que usé hoy lo hice para bailar con el grupo, y en este baile lo estrené, así que está prácticamente nuevo. Pero los vestidos bailados tienen mayor valor, así que mi vestido viejo, aunque algo maltratado, significa más para mí.

―¡Oh Andy! ―la señora Tsuyuri se levantó y se perdió en su recámara, casi en seguida salió llevando una caja de madera, la cual entregó a Andrea.

―¿Qué es?

―Cuando estudiaba en la universidad ―explicó ella―, yo había estado ahorrando para ir de vacaciones a Okinawa, pero fue para esos días que mi marido tuvo al fin el valor de confesar sus sentimientos y me pidió una cita ―la señora Tsuyuri abrió la caja, en donde había una prenda entre papeles perfectamente doblados―, yo fui a comprarme una yukata para salir con él y, en mi búsqueda encontré esta bella prenda de seda.

―¿De seda? ―exclamó Andrea, asombrada.

―Sí ―la señora Tsuyuri rio―. La vendedora me dijo que todas las yukatas de seda de su tienda garantizaban una vida de felicidad para aquellas personas que los usaban en una cita. Gasté todos mis ahorros en esta prenda y… ella tenía razón. Sólo un año después me casé y me considero muy feliz y afortunada.

―¡No puedo aceptarlo! ―exclamó Andrea.

―Si tú no aceptas mi regalo, yo no aceptaré el tuyo ―dijo la señora Tsuyuri―. Este kimono me ha traído mucha suerte. Este Hanami será como una cita para ti y Yuki, estoy segura de que este kimono les dará mucha suerte. Por favor, úsalo.

Andrea sonrió y la señora Tsuyuri tomó a Andrea de la mano, la llevó a su recámara y mutuamente se ayudaron a arreglarse. Ambas salieron, la señora Tsuyuri con un peinado trenzado con listones de colores y un moño en forma de flor sobre su oído y el vestido chiapaneco que Andrea le había regalado. Andrea llevaba el kimono de color blanco con flores azules y rosas, y un peinado con agujas de plata. Justo en ese momento, el señor Tsuyuri entró en la casa.

―Querida, ya casi es hora de irnos ―dijo mirando su reloj de pulso―, será mejor que te… ―él al fin volteó a verla y se quedó sin palabras. Con una sonrisa se acercó a su mujer y le besó la mano―. ¡Pareces una princesa!

―Lo mismo digo yo ―dijo Yuki acercándose a Andrea.

―¡Oh, qué hermoso! ―exclamó Rinko―, el amor puede sentirse en el aire. Andy, ¿me podrías hacer el mismo peinado que mamá?

Toda la familia cercana de Yuki se reunió en mesas improvisadas que había entre un bello jardín lleno de cerezos en flor. El ambiente era tal como lo recordaba, sus tíos y primos conviviendo con ellos entre bromas, anécdotas y sonrisas, sin embargo, esta vez hubo algo diferente. Ni el abuelo Takashi ni la abuela Yuina estaban en el festejo.

Después de la cena, Hiroshi regresó con su familia a casa, pero Yuki no fue con ellos, en cambio, se dirigió por un sendero entre los jardines hasta llegar a aquella lujosa mansión de tres pisos. Como lo esperaba, la puerta estaba abierta, y se aventuró a entrar sin anunciar su llegada.

Una mujer mayor estaba en la mesa, limpiando un tazón de azukis a un lado de dos niños pequeños. Los ojos de la anciana se iluminaron al ver a Yuki en la entrada.

―¡Yuu-chan! ―exclamó en un susurro. Se levantó y fue de inmediato a abrazarlo―. ¡Oh, mi niño! ¡Hace tanto que no te tenía entre mis brazos! ―dejó de abrazar a Yuki y lo miró con los ojos llenos de lágrimas―, ¡pero qué alto y apuesto estás!

―¿Yuu-chan? ―su tía Nanako entró―. ¿Qué haces aquí?, papá está…

―En casa ―el abuelo Takashi salió de su despacho con un gesto hosco―. ¿Cómo te atreves a venir sin permiso?

La abuela Yuina agachó su cabeza y se alejó de inmediato. La tía Nanako por el contrario flanqueó a Yuki cuando el abuelo se acercaba a él con paso firme, ordenó a sus hijos irse con la abuela y se puso frente a su padre.

―Al menos déjale decir a qué viene ―suplicó.

―Lo que este mono amaestrado quiera decir…

―Vine porque quiero saber ―Yuki hizo a su tía a un lado―, ¿por qué odias tanto la idea de que yo hallara gusto en el baile?

―¿Qué? ―el abuelo frunció el entrecejo―, ¿vienes a cuestionarme?

―Vengo porque quiero comprenderte ―dijo Yuki―. Lo único que escuché de ti, es que me odias por querer esta actividad como distracción, pero jamás entenderé ese odio si no conozco su origen.

La tía Nanako vio con aprensión las miradas tensas que había entre ellos. Se paró frente a su padre y se inclinó.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.