Perdida entre los ríos de gente azotada por el frío invierno en sus pies, adolorida en el alma, desquiciada de emociones desbordante que le entregan los recuerdos, cómo si perdiera el norte. Invisible para la civilización adelantada, el corazón lo dejó en aquella oscura habitación con los restos de su ropa y dignidad.
Sumida en un letargo incesante, el zumbido en sus oídos le hacían olvidar el dolor agudo en su parte baja.
Cegada por las lágrimas caminó sin rumbo por aquella fría calle cubierta por la gran manta blanca, el tiritar de sus dientes hacían un ruido espantoso para cuándo fijo su vista estaba muy lejos de lo por desgracia conocido.
No había nadie y la noche ya había caído, sin más divisó un pequeño parque adentrándose en el camino entre los árboles desnudos, tan desnudos cómo sus heridas, cómo su piel expuesta ahora rojiza. Cómo su alma está manchada.
Manchada por una mano hermana que les destrozó los sueños, la vida y la dejó marcada, una marca imborrable que dolerá eternamente.
Morí aquel día…
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Editado: 18.03.2025