Cuando era niña para el comienzo de clases, mi mamá me compró unos zapatos con luces de las tortugas ninjas, a mi hermana unos de barby, el segundo día los míos estaban todos rotos en la parte delantera, y ya no
les funcionaba la luz...
a Maira, mi hermana, le duraron todo el año!
Pero fui feliz mientras los rompía, lo recuerdo.
Lo que no recuerdo, por mas que intente, son otros días de felicidad de mi infancia...
Crecí torcida
Insegura
Sola
Y así seguí.
Mi mamá se casó con un hombre al que le mostraba devoción y amor sin medidas.
Lo amaba mucho, lo hacía mal!
Creía q su amor alcanzaba
se conformaba, se mentía y se lo creía.
Jactándose de aquella mentira de familia feliz ante los ojos del mundo.
Y ahí yo, rehén de ese amor despiadado, una niña infeliz.
Aprendiendo que somos el sexo débil, que la meta en la vida es casarse, tener un hombre que nos proteja, que nos cuide, que nos de un hogar, que así seremos felices y comeremos perdices...
Que ser sumisa y obediente es muestra de respeto
Que si nos reprende el hombre, es para educar.
Que es obligación permitir la impermisible.
Los golpes no dolían tanto como aquellas palabras hirientes que hasta ahora retumban en mis oídos.
Abandonada! Así sentí, el ser que por derecho natural y obligación
divina me debía su amor incondicional, no cuido de mi, no me escuchaba, no me veía, simplemente me entregó.
No vio mis mejillas rojas ni mis calzones rasgados?
No sintió el dolor en mis pupilas?
No lo sé! No lo sabré
Solo soporté día tras día con la ilusión de que un día iba a pasar, no pasó, yo soporté, mi madre no vio.
Maira desde el primer día corrió y buscó refugio no la seguí, no me animé... tenía que salvar a mi mamá, ciega de amor o miedo, no lo sé, no lo sabré.
Ya había cumplido mis 16 años, él se acercó, como siempre lo hacía, el asco me invadía solo con escuchar su respiración, fui poseída por
demonios, o monstruos que se yo! Junte las lágrimas de aquellos doce
años y con ellas las fuerzas que antes no me atreví, tomé un palo grande, que hasta ahora no se que hacía allí y lo golpeé, tantas veces
como la ira me dejó, su sangre corría y mi alma se volvía al cuerpo...
allí cayó el gigante, que por desgracia no murió.
Nadie se entero, puso excusas que se accidentó.
Mamá no pidió detalles.
Él nunca más me tocó.
Mamá hasta su muerte, muerta vivió, eligió su destino, no la salvé, se rehusó.
Me pesan aún las heridas, nunca lo conté.
Me hice fuerte, gélida como un iceberg, y dura como aquel palo con el que ferozmente le pegué.
Los días, los años y la vida inevitablemente fueron pasando, me remendé, como pude, seguí, me negué a aprender y hacerme cargo de aquel legado.
Me hice grande, amé, como pude y sin amor propio amé.
Hoy cumplo 36, a prepo aprendí y me gusta ir por la vida enseñándole a
todos, que "la vida es lo único que nos pertenece, nosotros decidimos
cuando donde y con quien.