Sep7imo

Me busca...Me encuentra...

¿Acaso alguien leerá esto? No lo creo. ¿A quién puede importarle la vida de una mujer marcada por la tragedia que definitivamente está a punto de morir? Incluso muchos seguramente se alegren por ello. Bruja se ocuparon de apodarme sabios e ignorantes del pueblo en partes iguales. En nada, absolutamente nada coincidían, pero rápidamente me convertí en un mojón, en el punto de inflexión rupturista que los unió.

Bruja...¿cómo podían ser tan imbéciles? ¿no podían diferenciar la tragedia de la alquimia? No soy una maldita bruja, nunca lo fui ni lo seré. Nunca creí en ningún tipo de supersticiones, de la Luz Mala me hablaban e incrédula me resistía, de pordioseros enanos de controladores poderes telequinéticos, incluso de monstruos marinos, moradores de las aguas más profundas e inalcanzables. Ni siquiera era creyente, el opio de los pueblos me repetía hasta el hartazgo. ¿Qué dios, que divinidad tan poderosa y real es capaz de dejar enfermar y morir a sus fieles sin hacer nada al respecto? Sin embargo, tal vez, la equivocada era yo.

Algo extraño estaba ocurriendo en la campiña. Una madrugada el gallo cantó como lo hacía habitualmente, a continuación, se le unieron los desgarradores gritos de granjeros y asistentes que no podían creer lo que yacía ante sus ojos. Lo que antes era ganado ahora era muerte.

Varias ovejas habían desaparecido, otras yacían en la maleza con sus miembros desmembrados, repartidos alrededor de sus lanudos y muertos cuerpos como si aquello simbolizara un ritual. Dos de las vacas más jóvenes, proveedoras de la mejor leche, no eran más que un despojo con profundos arañazos que abrían de cuajo sus gigantescos cuerpos, dejando al descubierto sus intestinos que a simple vista se seguían moviendo y reptando como meros gusanos blanquecinos. Los cerdos mutilados completamente, las gallinas descabezadas sin más.

La explicación era muy simple, un depredador salvaje se había colado en la campiña provocando el caos absoluto. La solución...cazarlo.

Ahora bien, ¿cómo sus víctimas no se encabritaron al verlo venir, como no olieron el peligro?, ¿o reconocieron su olor sin más dejándolo actuar?

Podría pensarlo como la mera forma de actuar de un ser humano, no de un animal salvaje sediento de sangre. Porque eso es lo que aquello era. Mataba por diversión y no por hambre, su gusto por la sangre iba mucho más allá.

La cacería recaería en mi amado esposo, un hombre extremadamente fuerte y duro, versado en el arte de la caza, con experiencia propia de un experto. Sería secundado por cuatro de nuestros hijos, lo cuales habían alcanzado y superado la mayoría de edad. Fuertes como su padre, de largas cabelleras negras como la noche más indecorosa y tupidas barbas más oscuras aún. De arrolladora y desmedida arrogancia propia de la juventud misma bajo el axioma de todo lo puedo.

Cuando la noche se asentó por completo los cinco al bosque se dirigieron en busca de su presa. El frío era desgarrador, con temperaturas por debajo de los cero grados, secundado por un furioso viento que aullaba como si de un lobo en celo se tratara. Iban ataviados con ropajes de lana de oveja, botas hechas con piel de cordero y gorros de similares características cubriendo sus oídos, apelmazando aún más sus largas cabelleras para hacerle frente al desastre climático que los aguardaba, resguardando su integridad.

Mientras más avanzaba la noche, in crescendo a la par iba mi intranquilidad, buscaba respuestas tras la ventana, pero solo había oscuridad.

Escabrosos pensamientos pasaban por mi mente, deseando fervientemente que no se hagan realidad. Con la mirada buscaba a mis otros tres hijos, los cuales junto a mí se encontraban, a la espera de noticias que no llegaban.

Con marcada ferocidad el viento aulló como nunca lo había hecho antes, haciendo que una de las enormes ramas de un viejo y nudoso árbol se estrellara en la ventana de nuestra cabaña haciéndola añicos, dejando esquirlas de vidrios por doquier.

Me volví a acercar de manera temeraria a la ventana, ante mí una enorme luna llena tan brillante, blanca y pura que en contraposición denotaba un horror propio difícil de narrar.

Me encandiló y algo inexplicable me atemorizó. Busqué con la mirada a mis restantes tres hijos. Me estremecí por completo. Allí estaban los tres en fila, como estatuas, mirándome fijamente con rostros enjutos, carentes de emociones. Ataviados de la misma forma que el primer grupo de caza, que de allí mismo había salido.

Me negué rotundamente, les rogué de rodillas, sin embargo, sin mediar palabra, a la espesura del bosque se adentraron en busca de su padre y sus hermanos mayores.

Lloré sin más.

Mis dedos estaban completamente machucados, de mis uñas ya ni rastro había, las cutículas no me dejaban de sangrar. La sangre recorría mis largos dedos o de lo que quedaba de ellos tras mordérmelos al borde del canibalismo más extremo. Habían pasado casi dos horas y ninguna señal de mi familia que sola me había dejado en esta maldita cabaña del demonio. Miedo.

Cerré mis ojos por un instante, dormitándome, cayendo en un extraño y profundo sueño.

Un grito desgarrador seguido de un despreciable aullido me despertó alertándome por completo. Instintivamente me dirigí hacia la ventana. Antes de llegar, más gritos, un segundo aullido y luego lo peor.

El olor a sangre se apoderaba de mis fosas nasales, mientras llevaba mis manos a mi rostro, mientras mis dedos cual garras mutiladas, bañadas en sangre seca se clavaban en mi rostro queriendo rasgármelo y arrancarlo por completo. Desesperada salí corriendo, dejando tras de mi la cabaña.



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En el texto hay: misterio, terror, folk horror

Editado: 08.10.2025

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