No había podido dormir bien toda la semana pensando en ese pobre señor Gutiérrez que podría haberse quedado sin trabajo por culpa de Katy y, quizás un poco, mía también. Ya que el plan inicial era hacer todo sin ser descubiertos por nadie.
Claro que los planes no siempre salen como uno los tiene previstos pero en definitiva ningún ser inocente merece pagar por los errores de otros. Además, como buen amigo que soy, no les comente nada sobre esto a las chicas para no tener que preocuparlas; Katy probablemente se hubiera puesto a llorar y a lamentarse por todo lo sucedido, culpándose sin cesar por la situación, aún sin antes estar segura.
De igual forma, a medida que me acerco a la mansión y, aún más, a la cabina del vigilante, pienso en qué se supone que haré si efectivamente el señor Gutiérrez ha sido despedido. Ni siquiera idee un plan para esto, solo he venido todo el camino rezando.
Porque, ¿Qué se supone que haga? Lo mas probable es que el millonario quiera chantajearme con el nombre de su enamorada para poder devolverle el trabajo al señor Gutiérrez y me va a doler demasiado pero por nada del mundo podría terminar traicionando a Katy.
—¡Hola señor Gutiérrez! —llegue a la ventana de la cabina, saludando al chico joven que estaba sentado allí comiéndose un dulce.
—No soy el señor Gutiérrez —corrige, apuntando a la placa en su uniforme, donde dice claramente: “Gómez Alonso”
—Oh, disculpe, ¿Sabe cuándo podría encontrar al señor Gutiérrez acá? —pregunto cuidadoso.
—Hoy está de des… —comienza a hablar pero una voz a mis espaldas le hace callar de golpe.
—El señor Gutiérrez ha sido despedido —su voz suena firme y mi alma abandona este pobre cuerpo.
—¿¡Qué!? —mi grito se mezcla con el celador Gómez.
Volteo a mirarlo extrañado y su expresión es de total sorpresa.
—¿No deberías estar al pendiente de las cámaras? —pregunta el millonario molesto.
No puedo evitar la sonrisa que se forma en mis labios.
—Sígueme —me ordena. Le observó con una ceja enarcada y los brazos cruzados sobre mi pecho. Suspira —. Acompáñame, por favor.
—Por supuesto señor —digo, detrás de sus pasos.
Al menos puedo decir que he entrado a la mansión del millonario por la puerta principal y no solamente como un vil acosador. Se siente extraño, dado que quienes hablan sobre venir a acá siempre a como si el chico les hubiera dado una copia de la llave, ya que se enaltecen de una manera estúpida.
Me causan mucha gracia, la verdad. Sobretodo porque yo me siento muy fuera de lugar en este momento y eso que solo estamos de pie en medio del extenso frente de la mansión. No quiero imaginarme dentro de ese lugar.
—¿Entonces…? —pregunto al ver que lleva varios segundos solo observándome.
—¿Quién me envió el regalo? Quiero solo un nombre —ordena.
—¡Por favor! —me burlo— Ya sé que el señor Gutiérrez está de descanso. Debiste planearlo mejor.
—Bueno, está en un descanso indefinido así que bien podría llamarle y decirle que esta despedido.
Me inquieta un poco la seriedad con la que lo dice.
—Pues con todo el dolor de mi alma tendría que ir a pedirle disculpas de rodillas, pero jamás diré un nombre —contesto con firmeza.
—De todas formas tengo más oportunidades de ganar y tú de perder —camina tres pasos hacia mi y yo retrocedo uno—. Se que solo tienes dos mejores amigas así que no será tan complicado descubrirlo.
Una pequeña alarma se activa dentro de mi. Retroceso dos pasos más y me cruzo de brazos.
—¿Quién te dijo eso y por qué uno de tus jugadores de baloncesto? —casi gruño esa pregunta.
Sé que el imbécil mayor y, ahora, sub-capitán del equipo, buscaría la forma de joderme. Aún no supera que Lisa lo rechazará y dijera que somos pareja. Supongo que no me considera competencia, pero aún así me preguntó por qué la espina se le quedo clavada tan profundo.
—¿Qué te hace pensar eso? —cuestiona.
—Solo hay un jugador que podría reconocerme y darte esa información. No es sorpresa —respondo con rabia.
—Y no hace falta ser adivino para saber que su relación no es amistosa —se burla.
—Seguro lo notaste apenas él te hablo de mi —comento.
—De hecho si.
Sonrío de lado. Definitivamente es una espina envenenada.
—Bueno, si es tan sencillo ahora. Descúbrelo y ya, tengo mucho que hacer y poco tiempo. Adiós —no termino de dar la vuelta cuando me toma del hombro.
—Espera, tengo otra pregunta —dice en voz baja.
Me doy la vuelta de nuevo en su dirección, con curiosidad.
—¿Cuál es? —pregunto.
—¿Qué problema tienes conmigo? Muchos de los chicos dicen que no te agrado e incluso hablé con una de tus amigas y me dijo que mejor y ni te comentará nada sobre ir al juego de baloncesto en la ciudad vecina —dice sin pausa.
No hizo falta que dijera un nombre para saber con qué amiga se tropezó.
—No me gusta mucho el baloncesto, prefiero el hockey sobre hielo —digo como si nada.
Ahora pensará que no me agrada solo por el deporte que práctica. Pero en mi defensa, es culpa del imbécil mayor por poner incómoda toda escena en la cual ambos nos tropecemos por casualidad. Por él no quiero ni asomarme a ver un partido de esos. Solo hago excepciones por Alex.
Pero eso es un tema aparte.
—¿Es en serio? —pregunta sorprendido.
—No. Pero si prefiero el hockey —digo.
—Entiendo. Es solo que me sorprendió, la verdad —dice—. Porque yo ya te había visto antes de que allanaras el patio de mi casa y te veías como alguien muy divertido y agradable.
—Si, así me veo solo cuando estoy con mis amigas —explico.
—Entonces espero conocerte mejor —comenta en voz baja.
Le miro confundido por un momento pero decido pasarlo por alto para no alargar el encuentro.
—Bueno, ya quedó todo claro, debo irme —no termino de despedirme y ya está tocando de nuevo mi hombro.
—Tu papá jugaba hockey, ¿Cierto? —su manos presiona levemente, como si fuera un masaje.
—No me gusta hacia donde se dirige está conversación —comento con solo una pizca de humor.
—Lo siento, solo escuche a tu amiga comentarlo. No quise incomodarte —luce muy apenado, su mano deja mi hombro.
Cambio de tema.
—Para aclarar, solía mirar los partidos de baloncesto de nuestro equipo pero tú sub-capitán es un imbécil insufrible que no soporto y, puedo decir con seguridad, que el sentimiento es recíproco —digo con una sonrisa.
—No podrá asistir al evento en la ciudad vecina de este fin de semana —comenta con una sonrisita.
—Podría considerarlo, solo si tú dejas que mi amiga —suspiro—… tengo muchos amigos, que conste —agrego, alzando la voz.
—Estoy muy seguro que si —se burla.
Le empujó del hombro. El ríe.
—Deja que ella exprese sus sentimientos como lo crea conveniente. No intentes buscarla para que no se sienta presionada a hablar —digo, portando mi mejor rostro de seriedad.
—Entiendo. De todas formas espero le hayas agradecido por la camiseta que me obsequio. Realmente se ha vuelto mi favorita —dice.
—Claro que le agradecí—digo—. Y también reclame el no tener un regalo de ese estilo primero.
—Bueno, hay niveles —comenta burlón, comparando nuestras medidas.
Le empujó nuevamente en el hombro.
—No puedes comparar —me quejo.
—¿Por qué no?
—Aun soy un joven en crecimiento —aseguro, alzándome de puntillas.
—¿Quién te mintió tanto? —pregunta sarcástico.
—De todas formas no me quejo, logro enamorar chicas con esta estatura —comento, riendo por fuera y llorando por dentro.
El rostro del millonario es de chiste y me provoca golpearlo por burlarse de mí.
—Si tú lo dices —se ríe—. Solo espero que esas chicas de las que hablas no sean tus mejores amigas.
Le observó sorprendido.
—¿Cómo puedes siquiera insinuarlo? —me quejo.
Se encoge de hombros, riendo aún más fuerte.
—Bueno, me voy. Ya es suficiente humillación por hoy y más a manos de un extraño millonario —agrego, dando media vuelta y caminando hacia la salida, escuchando en todo ese corto camino su risa divertida.