Será porque te odio

10. Avivando recuerdos

Creo que debí hacerle caso al señor Rodríguez, alias chofer y guardaespaldas del millonario, y quedarme en el vehículo solo.

Sé que mi reacción no fue la mejor y que he estado huyendo de los recuerdos para no tener que enfrentarlos, pero cada día se vuelve más pesado el fingir que no haber llorado en su partida, para poder ser el apoyo de mi madre que estaba prácticamente destruida, no me afectó en nada.

Tengo un montón de llamadas perdidas de el millonario, aunque ese mismo viernes al llegar a casa le envié a todos avisándoles que estaba bien y que necesitaba que, con mucho amor y cariño, me dejarán solo.

Menos mal el día de ayer, sábado, solo debía ir yo por un examen que coloco la profesora a últimas horas, ya que el lunes se le haría complicado asistir a la universidad. Aproveche la soledad y me puse a dar vueltas por el edificio al salir de clase, terminando como de costumbre en la pista de patinaje sobre hielo.

Alex se había enterado de lo sucedido porque Eric le contó, y me dijo que lo había escuchado muy preocupado y triste. Mi primo lo comento con mi mamá, ese sábado a la tarde, pero decidí que ni siquiera con alguno de ellos quería decir una solo palabra sobre lo que pasó.

Seguía observándome a mi mismo como si todo lo ocurrido fuese una escena de una película y yo un simple espectador más.

Lo peor de todo es que no podía simpatizar con el personaje en esa escena y lo veía todo como muy exagerado y sobre actuado de su parte.

Sentía que había mil formas en las cuales él pudo hacer reaccionado y en ninguna de ellas se encontraba corriendo como si estuviera huyendo del recuerdo de su padre. A quien en vida amo y, ahora en muerte, amaba el doble pero de una forma que solo llegaba a dolerle.

—Eric hable muy en serio este viernes —mi voz suena ronca.

Solo escucho un suspiro del otro lado del teléfono.

—Lo siento —su voz es apenas un susurro.

—Tu no hiciste nada —le aclaro—. Soy yo el que tiene mucho en qué trabajar en si mismo.

—De igual forma no debí llevarte a ese karaoke en específico y juro, por lo que más amo, que no tenía idea del significado de esa canción para ti —dice.

—Eric, no es tu culpa —insisto—. Yo mismo estoy decidiendo hacerme daño con esto y, la verdad, necesito comenzar a trabajar en eso. Lamento haberlos apartado así, pero en serio necesito estar solo.

No logro escuchar su respuesta, cuelgo al terminar de hablar.

—Esta muy preocupado por ti.

La voz de Alex me hace saltar asustado, observándolo parado en la puerta con los brazos entrecruzados en su pecho.

—¿No quieres salir un rato? ¿Al parque, a caminar hasta que lleguemos a otro país? ¿A dar una vuelta a la manzana? —vuelve a hablar ante mi silencio.

Me giro en la cama en dirección a la pared como una corta pero muy indirecta respuesta. Lo escucho resoplar.

—¿Sabes que estás actuando como ese día? —pregunta con molestia.
Volteo de inmediato a mirarlo al oír sus palabras.

—Siento que estoy de vuelta a hace un año cuando te enteraste de la noticia —murmura.

—Por primera vez un año se siente como un mes —murmuro de vuelta.

—Por primera vez no sé cómo ayudarte, sobretodo porque tú no quieres ayuda pero tampoco quieres enfrentarlo solo.

—Siento que será un adiós definitivo —susurro.

—Ya lo fue, aunque no quieras escucharlo, solo te quedan los buenos recuerdos, todo lo que aprendiste de él, lo que compartieron, lo que vivieron —dice, tomando asiento en una esquina de la cama.

—No seas tan cruel —murmuro, sintiendo mis ojos llenarse de lágrimas.

—He sido demasiado amable —su tono de voz es un poco más fuerte ahora—. Está muerto, ¿Ok?

Niego levemente con la cabeza, sintiendo la primera lágrima rodar por mi mejilla izquierda.

—¿¡No!? ¿¡Entonces dónde está!? —Alex me mira enfurecido— ¿Prefieres pensar que te abandono, a ti y a tu mamá, antes de aceptar que Joseph falleció en ese autobús junto con todos los demás?

—El chófer está vivo —mascullo con rabia, ya mis ojos no dejan de lagrimear.

—¿Y a eso te aferras? —su voz baja dos tonos.

—No me aferró a nada.

—¿Por qué mientes? —cuestiona.

—¿Qué quieres que te diga Alex? ¿Estás feliz y satisfecho al verme así? —le pregunto con molestia.

—Si, si lo estoy —responde sin temor—. Estoy feliz de verte llorar por la muerte de tu padre —dice tajante.

—Alex…

—¡Dilo! —demanda.

Me hace sobresaltar su voz, por la fuerza que emplea en una simple palabra, y ya me encuentro llorando como el primer día que mi mamá me llevo al kínder y resultó que solo yo podía entrar ahí, y que ella debía irse para poder asistir al trabajo.

Sentía que me estaba abandonando en ese lugar que, en mis recuerdos de niñez, se veía oscuro y tétrico. Con esas personas que no conocía de nada y que hablaban en un tono demasiado empalagoso y me tomaban de la mano, alejándome de mi mamá, quién me observaba con ojos tristes mientras me despedía con la mano. Su boca se movía pero las palabras no lograban llegar a mis oídos y eso me hacía explotar en llanto y gritos desenfrenados, mientras pataleaba intentando llegar a ella.

Hasta que desaparecía por completo y a mi alrededor todo era oscuridad. Porque la luz, que eran mis padres, no estaba más.

—Esta muerto, Alex —mi voz suena tan rota que me sorprende—…y lo extraño tanto que siento que apenas se fue ayer.

No sé cómo logré pronunciar estás palabras, estoy hipando y mi labio inferior tiembla con brusquedad. Estoy hecho un desastre lloroso y mocoso que no puede ni respirar bien y me aferró a los brazos de Alex como si fueran anclas que van a impedir que termine ahogándome.




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