Una semana.
Nunca pensé que sentiría 7 días transformarse cada uno en un mes completo, sin festivos ni domingos.
Tan pesados como un lunes que se repite sin parar.
Pero lo merezco, de eso no cabe duda. Mucho menos con todos a mi alrededor recordándome lo, como si con eso pudiera hacer volver el tiempo atrás y evitar que pasara lo que ya pasó. Y siento que aún volviendo mil veces no podrían evitar que me lanzara sobre Liam.
Y no se trata solo de esa fiesta sin de todo lo que se estuvo sembrando entre nosotros desde hace mucho tiempo, como fuera iba a llegar el día de la cosecha. Lo mismo va para Eric y todo lo que estuve reprimiendo por estúpido, al dejar que mis inseguridades pasadas fueran las protagonistas de mi presente.
Claro que muy pasadas no son, dado que nunca me he permitido escucharlas para poder darles un final y un adiós.
Por eso hoy me encuentro acá, en el sitio que más he evitado visitar desde ese día. Y no estoy aquí solo por mi reacción hacia el millonario sino por la sorpresa que yo mismo sentí al decirle lo que dije, porque nunca me había detenido a pensar bien en ello.
Todo fue espontaneo, pero real. Quizás nunca lo hubiera dicho en voz alta, quizá me habría alejado y ya. La verdad no lo sé a ciencia cierta, pero aquí estoy ya con la carga de lo que dije y con otro peso aún más grande que es todo lo que he callado.
—No sé ni por dónde empezar —susurro.
Vuelvo a dar una mirada a mi alrededor para cerciorarme de que no se encuentre nadie cerca. Claro que igual escogí un día lunes en plena mañana para venir y así tener más probabilidades de hallar la intimidad que necesito.
Me acuesto en el pasto, dejando reposar mi cabeza sobre la lápida. El tiempo es fresco, el cielo está lleno de nubes grises que no parecen listas para llover sobre nosotros. Agradezco eso.
Inhaló y exhaló profundo.
—Creo que me demore mucho en despedirme y no puedo decidir si es porque te extraño o porque no quería estar frente a ti y que vieras que aún no soy nada de lo que tú hubieses querido que fuera —mi voz sale baja y calmada.
Agradezco que la respuesta sea una brisa suave que me hace estirar aún más en el pasto.
—Se que incontables veces me dijiste que me amabas y que no habrías querido tener otro hijo que no fuese yo —tomo aire con pesadez—... pero también sé que mentías y solo necesitaba mirarte a la cara. Solo necesite estar en una reunión de tus compañeros de equipo y sus hijos para caer en cuenta.
Recuerdo ese día como si recién hubiese sucedido ayer.
Solo tenía 10 años pero creo que eso marco un antes y un después que ni siquiera pude descubrir a tiempo.
Ni yo, ni nadie a mi alrededor.
—Me forcé a mi mismo a practicar deporte, ver jugadas y entrar a clubs. Quería que cuando hubiera otra reunión tú pudieras decir mucho sobre mi y mi desempeño, pero no pasó —mi risa suena tan falsa.
Sude tanto y llore aún más de impotencia al no poder hallar un deporte que pudiera gustarme practicar. Tenía que forzarme a mi mismo a seguirlo intentando aún cuando no lograba encontrarle un sentido y no hallaba todos esos sentimientos que mi padre me explicaba que experimentaba cada que estaba en la pista de hielo.
—Quería sentirme tan vivo como tú lo decías, anhelaba poder sentir lo que describías con tanta emoción —digo.
Fueron 6 largos años mintiéndome a mi mismo pero sin lograr resultados que cambiarán la mirada en el rostro de mi padre.
Odiaba que me mintiera tan descaradamente. Su boca pronunciando palabras que no lograba sentir en realidad.
—Sé que cuando renuncie estuviste muy decepcionado. Hablaste en privado con mamá y le dijiste que aquello que tanto queremos lograr lleva mucho sacrificio y que yo estaba tirando por la borda largos años de avance —confieso, ya que ese día y a esa hora, se supone que yo debía estar dormido.
Pero, ¿Cómo dormía si sabía que había invertido esos años en vano? Quizá me había divertido de vez en cuando, conocido nuevos amigos y aprendido una que otra cosa que podía permitirme defender en caso de algún juego casual. Pero lo central, la razón por la que estaba allí en primer lugar, eso sí fue esfuerzo perdido.
—Esa fue la decisión más difícil que tuve que tomar, más aún que el comenzar a "interesarme" en el deporte —digo—. Luego de eso todo se vino abajo por un tiempo y me costaba siquiera mirarte a la cara.
Cierro los ojos y respiro profundo.
—Dijiste: "¿Entonces realmente qué es lo que quieres hacer con tu vida?", en ese momento no lo había pensado con tanto detenimiento pero igual conteste: "Quiero ser diseñador gráfico".
El silencio que nos rodeo luego de mi respuesta fue tan pesado que tuve que alzar la mirada, que tenía puesta desde hace mucho rato en la baldosa del piso, y observar luego de un tiempo pasado sus ojos clavados en mí. Musite un "Lo siento" que ni siquiera sé si él escucho y me fui corriendo a mi habitación.
"Sabes que te apoyaré en cada decisión que tomes..."
—¿Por qué no podías ser sincero conmigo? —digo con molestia—. Es peor suponer que ver la realidad a los ojos. Quise tanto que me dijeras lo que en verdad querías decirme, al menos por una sola vez.
Ruedo en el pasto, apoyando mi cabeza sobre mi mano y dejando que mi codo se pose sobre la lápida.
—Si yo no estuviera aquí, hablándote, ¿Tendría que morir como lo has hecho tú? ¿Con una verdad atorada en la garganta?
Creo que mi padre enserio intentaba no verse afectado, pero cuando me gradué de secundaria y entre a la misma universidad a la cual asistió él, pero en mi caso como estudiante de diseño gráfico y sin interés en ningún club deportivo, él se vio mal.
No sé si él pensaba o tomaba en consideración lo que decía y en cómo podría afectarme, pero muchas veces sus palabras, dichas mas como indirectas o información, lograban colocarme incómodo en las cenas.
—Decías: "El hijo de uno de mis compañeros del equipo, ya logro llevar a su equipo a la victoria, haciendo unas jugadas maravillosas. Su padre está muy orgulloso de él y yo también, al fin y al cabo lo veo como un hijo también" —digo, rememorando lo más que puedo las palabras exactas que él dijo ese día.