Será porque te odio

20. ¿El adiós?

El lunes llega con su habitual pereza y me pregunto si la semana que paso realmente la viví o simplemente me dedique a existir y estar en cuerpo en casa clase, porque mi mente no ya dejado de sobre pensar un montón.

Nunca sentí está semana de actividades extras tan innecesario como me ocurre ahora.

—¿Estás emocionado? —un profesor me pregunta.

Despierto de mi trance al verlo y me coloco recto en mi lugar. Me cuestiono si lo dice con sarcasmo, dado que llevo como media hora recostado en una de las paredes de la cancha de baloncesto, viendo a los demás yendo de un lado a otro, organizando el espacio para alguna presentación sorpresa que han armado las porristas, además de que acá mismo dará la directora su usual charla de comienzo de vacaciones.

—¡Si, por supuesto! —elevo un brazo con el puño cerrado, sonriendo.

—¡Esa es la actitud! —exclama— ¡Sigue colaborando le a tus compañeros! —no espera respuesta de mi parte y se va por el lado contrario por el que vino.

Bueno, definitivamente estaba siendo sarcástico.

Me vuelvo a recostar en la pared, suspirando con pesadez.

¿¡Colaborar!? Deberían agradecer que estoy acá. Con la pereza y el sueño que me invadió en la mañana, fue un trabajo duro el poder despertar. Además de que me vi obligado a bañarme con agua fría.

—¿Por qué estás haciendo tanto? —pregunta la nueva pelirroja, trayendo consigo unos adornos de globos.

—Porque me gusta ayudar —contesto.

Rueda los ojos y sigue de largo con su encargo. Me río bajito para que no pueda escucharme.

Agradezco que la rizada este encargada del área de la comida, porque ella si me habría arrastrado del cabello al verme parado como si fuese alguna clase de privilegiado.

En mi defensa mi noche fue horrible, razón por la cual levantarme resultó aún más complicado. Ayer Alex decidió que mejor que ver un maratón de una serie policiaca que aseguraba distraernos y ponernos a pensar en cada pequeño detalle que ocurría, mejor debía escuchar su charla de 6 horas sobre lo ocurrido el domingo pasado.

Narrando todo lo sucedido como si yo no hubiese estado allí y vivido la experiencia en carne propia. Repitiendo cada palabra y pausa hecha entre el millonario y yo como si fuera de ayuda para algo. Golpeándome como tuvo que reprimirse de hacerlo ese día, según dijo él mismo. Y gritando como si estuviésemos en habitaciones separadas y no sentados en la misma cama.

Fue una tortura.

Incluso tuve que ver un vídeo ridículamente animado llamado: "¿Por qué debemos admitir nuestros errores y ofrecer disculpas!?". Dónde lo único que entendí es que el creador estaba demasiado apurado como para crear una historia visual decente.

Y eso resume mi nulo entusiasmo en la decoración y organización de este sitio. Creo que si pudiera, ya me habría quedado dormido de pie. Igual no creo que alguien sospecharía.

—Oye, ¿En serio piensas quedarte parado ahí todo el día? —Katy está de vuelta con otro adorno, pero esta vez son cintas de colores onduladas.

—No, solo hasta que terminen de decorar —respondo.

Nos quedamos ambos en silencio, mirándonos fijamente como si de esta forma también pudiéramos comunicarnos.

Esto nos lleva prácticamente un minuto, mientras los demás pasan por nuestro lado y se quedan mirando curiosos nuestro extraño duelo de miradas, dado que hemos parpadeando mucho se sobre entiende que esa no es la meta a la cual aspiramos.

Pero a estas alturas ni siquiera yo sé cuál es el propósito.

—¿Qué haces? —cuestiono luego de otro largo minuto.

—Te admiro. ¿Por qué? ¿Te molesta? —pregunta de vuelta, sin despegar la mirada de la mía.

—Es que creo que confundiste la mirada de admiración con la de odio —digo, elevando levemente mis hombros.

—Si vuelvo a pasar y no estás ayudando, no va a ser solo una mirada lo que recibas —amenaza.

Se marcha con sus adornos ondeando por la brisa que entra de los ventanales y casi quiero reírme de su intento de pasarela, sino fuera porque estoy muy seguro de que ella hablaba en serio.

Así que debo tener algo de miedo.

Observo en varias direcciones y decido unirme a un chico que está intentando conectar algún aparato al equipo de sonido, a medida que me acerco puedo lograr distinguir que está quejándose entre dientes.

—Hola, ¿Puedo ayudarte con algo? —mi voz parece indicar la respuesta que espero recibir de su parte.

—¿Si? —dice dubitativo.

Dejo escapar un suspiro y le miro, elevando ambas cejas con rapidez hacia el aparato en su mano. No parece entender la señas porque continúa absorto, con sus ojos taladrando mi cara. Siento que comienzo a avergonzarme.

—¿En qué te ayudo? —digo de una vez.

El chico parpadea repetidas veces como si sus ojos se hubieras secado, pero continúa sin responder. Osea que además de todo es sordo.

—¿Cómo te puedo ayudar? —gesticulo con mi boca exageradamente.

—Permíteme.

Me quedo congelado en mi lugar, por lo cual, aún con un montón de espacio a nuestro alrededor, prefiere colocar su mano en mi cintura y moverme levemente hacia un lado. Su aliento chocando contra mi mejilla.

Se arrodilla junto al chico, quien le saluda con una amplia sonrisa. En menos de un segundo ya está todo conectado y el equipo enciende. Me cruzo de brazos, observando a ambos en la misma posición, conversando amistosamente.

—Quedo todo listo —dice con una sonrisa.

—Agradezco tú interés en ayudarme, ¿Quizás podríamos...?

—Lo siento, tengo que llevármelo para que me colabore en algo más —no puedo ni negarme, ya que le toma del brazo con suavidad y caminos hacia el otro lado de la cancha.

—Adiós —es lo único que puedo gritarle al chico y, para mi mayor sorpresa, lo escucha y corresponde con una amplia sonrisa.

—¿Estuviste aquí todo este tiempo? —le pregunto confundido.

Estuve mirando por toda la sala con tanta insistencia que casi parecía que estaba esperando a alguien. Y no es del todo mentira, solo que no lo esperaba, lo evitaba. El problema es que me distraje y aquí nos encontramos ahora.




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