¿será solo un Sueño? (la historia de Alexandra)

capitulo 1

Me despierto y me recibe una mañana fría, de esas mañanas de invierno donde el sol sale, pero no calienta. Días en los que desearías quedarte en tu cama sintiendo el calor debajo de las mantas, sin ningún plan más que permanecer allí. Pero, lamentablemente, las obligaciones hacen que retome la rutina.

Era lunes y debía ir a trabajar. Claro, las facturas y el departamento no se pagan solos. Tampoco es que necesite tanto dinero, pero tampoco soy millonaria. Puedo tener una buena vida, así que no me queda más que levantarme, ir a tomar una ducha y realizar mi rutina. No solo cuido mi piel; mi cabello también es importante, por eso le dedico tantos productos.

Una vez que finalizo, salgo envuelta en una toalla para elegir mi ropa. Miro la hora en mi teléfono y maldigo internamente porque se me está haciendo tarde. Elijo una camisa blanca, un suéter gris, pantalón negro y unos zapatos negros. Me maquillo solo un poco, me peino y me apresuro a terminar de arreglarme. Tomo mi bolso, las llaves y bajo al estacionamiento para ir en mi auto, si es que se le puede llamar así. Es un clásico, diría yo. Otros… bueno, otros dirían que es una chatarra y que debería cambiarla.

En fin, llego a mi oficina, subo al piso y me adentro en mi escritorio para comenzar a trabajar.

—¡Alexandra! —dice mi jefa, fingiendo su enorme sonrisa con sus dientes perfectos, con carillas y blancos, mientras se acerca a mí—. El informe que me entregaste es perfecto. Está claro que eres un genio.

La miro sonreír con toda su falsedad matutina.

—Gracias, Paula. —Sonrío de la misma forma, solo porque necesito un ascenso. Hace años que trabajo para la empresa y jamás di problema alguno; soy excelente en mi trabajo—. Me alegro de que te haya gustado y que sea de tu agrado.

—Pero claro, querida. No podría faltar más. Es un cumplido. —Mira su reloj, intentando ser educada para terminar la conversación—. ¡Oh! Mira la hora, tengo una reunión. —Posa su mirada en mí—. Sigue así, mi genio. —Sonríe nuevamente y se va a su oficina.

Yo, por otro lado, me siento en mi escritorio feliz de que haya sido rápida la conversación. No quiero saber de su hermoso y arduo fin de semana. Después de todo, ella siempre se lleva el crédito de todos en esta empresa. Trabajo como asesora financiera en Wotorcoorp, una empresa que se encarga de apoyar muchos proyectos importantes y financiarlos. Pero los proyectos que más amo son los que tienen niños involucrados: hospitales, orfanatos, todos esos lugares donde necesitan ayuda.

Que conste que solo trabajo porque soy demasiado inquieta como para no hacer nada y estar en mi casa todo el día.

—¡Alex! —Levanto la vista de mi ordenador y veo a Matt acercarse a mí—. No respondes mis mensajes. ¿Qué ocurre? ¿Estás engañando al amigo gay con otro gay? —Entrecierra los ojos mientras lo dice, acercándome un café fuerte y caliente.

—Hola, Matt. —No puedo evitar reírme mientras recibo el café—. Claro que no, es solo que estuve muy ocupada y tú demandas todo el tiempo del mundo. —Bebo un sorbo de café; está tal cual me gusta.

—No sé si deba creerte. —Me clava una mirada de esas que parecen penetrar hasta el alma en busca de respuestas—. Pero bueno, sé que no vas a conseguir uno como yo, que te ame y que traiga tu café a punto de generar una úlcera de lo caliente que está.

—¡Hey! Amo mi café así. No seas esa clase de persona que juzga los gustos diferentes de los demás.

—No lo soy, cariño. No lo soy. Ahora, ¿vas a decirme por qué no respondes mis mensajes? —pregunta insistente.

—Ya te lo dije: estuve ocupada. Sabes bien que aprovecho para adelantar trabajo de la oficina. ¿Tú no lo haces, verdad? —Lo miro riendo porque sé la respuesta.

—¡No, claro que no! —me dice obviando la respuesta—. Sabes que los fines de semana se los dedico de lleno a mi amor. —Lo dice con un tono tan tierno que hasta da risa.

—Bueno, Matt, me alegro por ustedes. —Sonrío y dejo mi café en el escritorio para continuar en mi ordenador.

Matt suspira tanto que casi puedo adivinar lo que está pensando. Y también lo que piensan los demás: cómo una chica joven de treinta y dos años vive para su trabajo y nada más. La respuesta es simple: a ellos, ¿qué les importa?

—¡No puede ser, Alexandra Santaola! No tienes citas desde que tú y ese imbécil bueno para nada terminaron. —Me mira esperando una respuesta.

—No es eso, sí tengo citas. Además hace... —No me deja terminar de hablar; gira mi asiento y hace que lo mire.

—Sé lo mal que terminaron, sé cuánto sufriste, pero no puedes cerrar tu corazón. No todos los hombres son malos, manipuladores ni mucho menos interesados. Deberías darte una oportunidad algún día. ¿O qué pretendes, llegar a los cuarenta y ser una solterona toda tu vida?

Lo miro, soportando lágrimas en mis ojos, porque es el único que sabe lo que pasó. Es el único que me levantó de esa cama en la que llevaba semanas llorando por culpa de alguien que no solo me lastimó físicamente, sino que quebró todas mis partículas.

—Lo sé, no debes recordarme nada de eso. Ya es pasado. Prometí salir y tener citas, pero ¡por favor! Hoy me doy cuenta de que los hombres que me cruzo o son idiotas, o son gay. —Río cuando veo su cara mientras niega con la cabeza.

—Lo sé, cariño. Solo no quiero que te sientas sola y luego te conviertas en la loca de los gatos, ¿sí?—Acaricia mi rostro con tanta ternura que me hace sonreír.

—Tranquilo, ¿sí? Ahora vete. Deberíamos trabajar y no estar hablando de mi vida privada. Vuelve a tu escritorio si no quieres que nos despidan a ambos.

Lo empujo suavemente; él se ríe y se va a su puesto. Vuelvo a mi lugar para seguir trabajando. Si hay algo que me hace feliz es tener un mejor amigo como él en mi vida. Nos conocemos desde los 19 años y la forma en que nos conocimos nadie la creería; por eso siempre decimos que nos conocimos en la universidad, lo cual él y yo sabemos que es mentira.




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