capitulo 3

Me relajo tanto que, al quedarme dormida, escucho un sonido: el sonido del mar cuando está calmo. Siento el sol en mi rostro. Abro los ojos y estoy nuevamente en ese lugar. Sonrío porque es tan hermoso estar aquí. Quisiera permanecer en este sitio solitario, sin el ruido de la ciudad, solo relajarme.

Me levanto de la arena y camino un poco sobre la orilla que moja mis pies. El agua está ideal para nadar; su temperatura es hermosa. Noto que llevo un vestido blanco puesto hasta un poco arriba de las rodillas, lo que facilita que camine mientras las pequeñas olas mojan mis piernas. Me paro de frente al mar, dejando que el aire y el salitre impregnen mis poros, cuando tengo nuevamente esa sensación de no estar sola. Cuando quiero darme la vuelta para ver, me interrumpen.

—No te des vuelta, no aún —dice él con su voz firme, que hace estremecer cada fibra de mi cuerpo—. Aún no puedes mirarme; no estás lista. Pero sí puedes escucharme.

Noto cómo sonríe; lo sé por el tono de su voz.

—¿Quie... quién eres? —mi respiración se entrecorta porque su cercanía me pone nerviosa. Siento cómo su respiración está tan cerca de mí, y es que se nota en la sombra que se ve en la arena: claramente me saca una cabeza y un poco más. A pesar de ser alta, él lo es más.

—No te preocupes, todo a su tiempo. No tienes idea de cuánto me costó poder llegar a ti —suspira como si me hubiese buscado desde hace muchísimo, pero muchísimo tiempo; creo que se quedaría corto por la forma en que lo dice—. No podía hacerlo antes; hay cosas que aún no deberías saber. Pero prometo, conforme pase el tiempo, volver a ti.

Instantáneamente me doy vuelta, y él ya no está. Miro a mi alrededor y no hay nadie.

Me despierto nuevamente exaltada. Mi corazón late tanto que siento que va a salir por mi garganta. Nuevamente ese sueño, nuevamente ese lugar, pero... él, ¿quién es él? ¿A qué se refería con que no estaba lista? Su voz... su voz me es familiar, pero ¿de dónde?

Sigo en la cama, solo mirando el techo sin quitar mis pensamientos de ese sueño. No logro entender qué significa, y además no soy de esas personas que sueñan algo y le encuentran un significado. Sí, sé que hay algo mucho más grande que nosotros los humanos; que hay algo más allá de lo que podemos saber, comprender e incluso ver. Pero digamos que no soy una fiel creyente de todo lo esotérico.

Mis pensamientos son interrumpidos por un mensaje de Matt: habíamos quedado en almorzar en su casa, ya que Brandom debía trabajar de todas formas a pesar de ser día festivo. Me levanto y entro al baño para comenzar a prepararme.

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Llego a su casa, estaciono el auto y él me está esperando en la entrada. Camino con una sonrisa hacia Matt y lo abrazo.

—Hola, cariño, ¿cómo estás? —me pregunta mientras me da un abrazo reconfortante.

—Bien, ¿y tú? ¿Cómo estás? —lo suelto mientras le regalo una sonrisa.

—Muy bien, ahora que llegaste. Pero... ¿cuándo vas a cambiar ese auto? —dice seguro mientras hace muecas al mirar mi auto.

—¡Oye! ¿Qué te pasa? Es un clásico; es un Impala 67. ¿Tienes idea de lo que costó obtener un auto así? —lo empujo con mi hombro mientras me río.

—Sí, sí, si tú y tu serie favorita, lo entiendo. Y puede que no sea tan chatarra —me dice de tal forma que me dan ganas de golpear su nuca—. Ven, entremos a la casa y vamos a almorzar.

Ambos entramos a su casa y nos dirigimos a la cocina. Está terminando con lo que va a ser nuestro almuerzo dentro de la cacerola, y es que sale un aroma espectacular. Si hay algo más por lo que se destaque Matt, además de ser muy notorio su estilo de la moda, es lo gran chef que resultó ser. Estudió antes de entrar a la empresa para ser uno de los mejores chefs del país; tenía un trabajo estable, pero lo pospuso cuando su padre enfermó. Se dedicó de lleno a cuidarlo; luego, cuando se quedó sin su puesto en la cocina del hotel en el que trabajaba, salió la oportunidad de ingresar a trabajar conmigo, y gracias a eso fue que conoció a Brandom. Por eso me dicen su consentida; ambos me tratan como si fuera su hija pequeña, y no es que me desagrade; todo lo contrario. Ambos son la familia que la vida me dio.

—Eso huele delicioso, Matt —inhalo el aroma—. ¿Qué preparaste? —le pregunto mientras me siento sobre la isla de su cocina.

—Es coq au vin (gallo al vino) —deja ver su perfecto francés, y la facilidad que él tiene en los idiomas, pero sobre todo en la comida.

Es mi favorito de los que él prepara. Es un estofado que tiene como protagonista a la carne de gallo, pero que su sabor viene dado por una mezcla fabulosa entre las verduras —zanahoria, cebollas, ajo, etc.— y un buen vino francés. Y cabe destacar que sólo abre uno o dos al año cuando me prepara este platillo.

—¡Qué delicia! Imaginé que era coq...au lo que sea —nunca puedo pronunciarlo bien; no importa cuántas veces me ayude a decirlo correctamente, jamás me saldrá hablar en francés, y él solo se ríe.

—Cariño, ya sabemos que el francés no es tu fuerte —dice casi riendo a carcajadas—. Pero sabía que te iba a gustar. Además, señorita, usted anoche me cortó el teléfono; eso no se le hace al gay —me dice casi ofendido por dicha acción de mi persona hacia la suya.

—Lo siento, Matt. Es que tú te pones melancólico, y yo solo necesitaba un momento para pensar, para agradecer y para... no sé, tal vez más silencio del normal —lo miro de todas formas culpable, porque no es costumbre en mí cortarle una llamada; no importa de qué estemos hablando, jamás le corto.

—Lo sé, cariño. No te preocupes, sí; no me enojo. Es solo porque sé que no es tu costumbre hacerlo. No te preocupes —somos interrumpidos por el temporizador, dándole aviso de que la comida está lista.

Sirve en los platos y nos sentamos juntos en la mesa de la cocina, que está muy bien decorada. Sonrío feliz mientras almorzamos y hablamos de varios chismes. Me cuenta cómo es que muchas mujeres de su oficina se babean por Brandom cuando lo ven, y la maldad que hace para dejar en claro que es su novio; solo le falta decir que viven juntos a los cuatro vientos.