¿será solo un Sueño? (la historia de Alexandra)

La Familia que me marco!!

Podría empezar por muchas partes en mi vida. Diría que tuve la mejor infancia del mundo, que era una niña feliz rodeada de personas, abuelos, tíos y tías, primos... pero estaría mintiendo. En realidad, la única parte feliz de mi infancia son los momentos a solas con mi madre. Ella tenía una familia donde eran seis hermanos y muchos sobrinos; cada uno de mis tíos tuvo básicamente entre cuatro y seis hijos porque, según mis abuelos maternos, esa era la forma de honrar el legado que ellos dejarían sobre la tierra. Mayormente los primogénitos eran todos varones, pero ¿a que no saben qué pasó con mi madre? Su primogénita —y bastarda, como algunos me decían— era una mujer. Así es, señoras y señores: yo soy la encargada de cortar un legado al cual yo no pedí ser parte.

Por alguna extraña razón leí, o simplemente escuché, que nosotros antes de nacer elegimos a nuestros padres, porque ellos son parte fundamental de nuestra elección, así como la de ellos de enseñarnos algo en la vida. Y creo que ya lo dije en muchas ocasiones: elegiría a mi madre en mil vidas más. Con mi padre, claramente, era el único disponible.

En fin, no voy a irme por las ramas sobre las cosas que creo y que no, pero basta con decir que luego de cuatro años, la familia de mi madre aprendió a aceptarme como tal —según mis tías—, porque en realidad eso jamás pasó. Según ellos, si yo quedaba embarazada y estaba soltera como mi madre, tal vez —y solo tal vez—, con la suerte a mi favor, tendría un varón y su maldito, bueno-para-nada e inservible legado seguiría. Gracias a Dios no soy de esas que no se cuidan; al contrario, tomo anticonceptivos orales. No pienso ser madre tan joven; prefiero ser aquello que mi amigo Matt dice: la loca de los gatos.

La cuestión es que, en un momento de mi vida —y me refiero a mis diecinueve años—, mi madre repentinamente enfermó. La llevé a sus consultas, le hicieron miles de análisis; diferentes días de la semana tomaban muestras de sangre, de médula, de todo lo que pudieran extraer de su cuerpo sin ser tan invasivos. Cuando tuvimos los resultados, nos dijeron que mi madre tenía astrocitoma grado 3.

Como tumor de grado 3, esta clasificación significa que crece más rápido y es más agresivo que los de grados 1 y 2. Aunque es menos común, puede extenderse al tejido cerebral adyacente desde donde comenzó a crecer. También se conoce como astrocitoma maligno (canceroso). Todo eso nos dijo el médico oncólogo y el neurocirujano —dos médicos, y otro personal de salud que ahora no recuerdo bien— para decirnos que mi madre, como mucho, tenía de seis meses a un año de vida. Que había medicación para prescribirle, que eso ayudaría con los dolores; cuando ya no era suficiente, debía volver por algo más fuerte. Básicamente, ayudarla a no sufrir una muerte dolorosa.

Dejé la universidad. Estaba estudiando finanzas; siempre me gustaron los números, sobre todo trabajar para empresas que crecen por invertir en cosas que usan las personas: a más uso, más dinero, mejor pago, mejor vida... etc. Tuve que dejar todos esos sueños de darle la mejor vida a mi madre, de darle todos los lujos que ella jamás tuvo. Porque una madre se sacrifica por sus hijos; una madre soltera se sube al hombro a su pequeña y hace lo necesario para salir adelante.

Fui en busca de mis abuelos. Les comenté lo que estaba pasando; me dieron vuelta la cara, prefirieron ver sobre su hombro y no ayudar a su hija. ¿Por qué? Porque su hija no pudo respetar su legado, o porque ella prefirió hacerse cargo sola de su vida y no dejar que ellos la manejaran a su antojo, que sea infeliz por el resto de vida bajo la sombra de su familia que la tendría como una persona de servicio doméstico. ¿Acaso ella no compartía su ADN? ¿Ella no salió del vientre de su madre? ¿Ella había nacido de un repollo? ¿Vino la cigüeña y la dejó en la puerta? O simplemente se escapó de Narnia para tener una vida normal.

Ese día me fui más que furiosa, porque incluso intenté hablar con mis tíos y tías, y todos decidieron que no iban a ayudarnos. Yo estaba desesperada; no sabía qué hacer. Los estudios me los pagaba con la beca que recibí por el mejor promedio en el examen de ingreso; me habían dado la beca completa. Cuando me acerqué a mis primos, ellos tuvieron la misma reacción que sus padres y sus abuelos. No entendía por qué me daban la espalda cuando los necesitaba; jamás falté el respeto a nadie, jamás levanté la vista cuando los adultos hablaban, jamás grité corriendo por la casa cuando nos juntábamos mi madre y yo con ellos. ¿Por qué me hacían esto? La respuesta fue simple: envidia. Ellos sentían envidia de la vida que llevábamos con mi madre, porque ella cortó ese círculo vicioso, porque ella fue libre, porque yo tuve una muy buena educación, porque estaba en la universidad... ¿Por esas cosas tan banales me daban la espalda?

Decidí irme. Salí a buscar trabajo, de lo que sea. No podía dejar que mi madre se quedara sin medicación; no podía dejarla sola y desamparada. Buscaba por todos lados: en Internet, en los diarios, en los avisos que pegaban en las vidrieras de los lugares que solicitaban empleados. Y así, luego de un mes, conseguí tres trabajos: por la mañana limpiaba dos casas de gente con mucho dinero, luego de eso trabajaba repartiendo comida, y luego en la noche trabajaba en una tienda que estaba abierta veinticuatro horas. Tomé el turno de la noche, y así fue como conocí a mi ex, pero ese es otro cuento para otro día.

La cuestión es que podía costear los medicamentos de mi madre, hasta que la farmacéutica decidió aumentar los precios. No le importaba, con tal de tener dinero a costa de las enfermedades. Por eso odio a esas empresas de cuarta que solo ven a las personas con enfermedades terminales —o no— como objetos que le suministran todo el dinero del mundo. Porque más allá de que sea cierto que hay enfermos todos los días, sobre todo personas con cáncer, no merecen tener que padecer dolor alguno solo porque ellos aumentaron los precios por su maldita ambición.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.