Me despierto temprano. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas de mi habitación, iluminando mi rostro con una calidez inusual para esa época del año. El trino de los pájaros en mi ventana sonaba como en aquellos días primaverales donde todo parece renacer. Me extendí lentamente antes de sentarme en la cama, sintiendo cómo la melancolía volvía a mí; ese vacío que había sentido la noche anterior, esa sensación extraña y ajena, regresaba para instalarse.
Al observar un punto fijo en la pared, comprendí que la melancolía era como una ligera neblina suspendida sobre mi conciencia. Aunque entendía perfectamente que debía investigar el origen de aquel sentimiento, decidí conscientemente concentrarme en el sol, en aquel que persiste detrás de las nubes incluso en los días más nublados. No permitiría que nada empañara mi luz interior; nada podría afectarme ese día. Me levanté de la cama, me dirigí al baño, completé mi rutina matutina y me vestí con prendas cómodas para salir.
Una vez listo todo, abandoné mi departamento y cerré la puerta tras de mí. Coloqué los audífonos en mis oídos con una melodía capaz de levantar el ánimo más decaído -en mi opinión, hasta podría revivir a un muerto-. Apoyé un pie en la calle y emprendí la caminata hacia la cafetería. El hambre me acometía y merecía un desayuno reconfortante. Aunque había dormido profundamente toda la noche, no hallaba explicación a la falta de energías. Aun así, continué mi trayecto hasta llegar a aquel establecimiento de encanto particular: un café que ocupaba una antigua casona, donde los herederos de los dueños habían sabido preservar la esencia hogareña del lugar. Me situé en la fila, con apenas tres personas delante de mí.
Cuando finalmente llegó mi turno, consulté la carta y seleccioné un desayuno completo: huevos revueltos sobre pan tostado con palta, fruta fresca cortada, un jugo de naranja natural, un sandwich tostado y una taza de café bien cargado y caliente. Finalicé mi pedido, cancelé la cuenta y me senté en la área exterior para esperar, pues el día estaba demasiado espléndido para permanecer en espacios cerrados.
La mesera se acercó con mi pedido, gesto que agradecí con una amplia sonrisa. La hambruna me embargaba, comprensible después de que la noche anterior llegara a casa, me quitara la ropa mojada, me bañara y me acostara directamente sin cenar. Comencé a desayunar con genuino agradecimiento hacia las personas que hacían posible aquel lugar. El desayuno resultaba delicioso, y dudo que existiera alguien más que yo disfrutando tanto cada bocado. Si Matt estuviera presente, ya se habría molestado varias veces conmigo; suelo hablar con la boca llena, algo que lo vuelve loco, aunque mayormente se lo hago a propósito.
Una vez satisfecho mi apetito, me levanté y acerqué la bandeja al mostrador del café, que estaba colmado de clientes. No me costaba nada ayudar a los empleados, quienes agradecieron mi gesto. Les correspondí con una sonrisa y un saludo de mano antes de abandonar el lugar.
Me detuve en la acera, reflexionando sobre qué hacer. Frente al café se extendía un parque, así que decidí dirigirme allí para sentarme un rato y disfrutar de la tranquilidad. Para ser un día sábado, no había mucha gente alrededor.
Justo cuando estaba a punto de cruzar la calle rumbo al parque, un vehículo de color rojo se lanzó hacia mí a toda velocidad. Me preparé para el impacto cerrando los ojos con fuerza, pero en lugar del choque esperado, sentí una fuerza invisible que me envolvió y empujó hacia atrás. Tambaleé y caí al suelo.
Confundida y aturdida, me sacudí el polvo y me incorporé, sintiendo un dolor punzante en la cabeza y un zumbido persistente en mis oídos. La escena parecía surgida de una pesadilla surrealista, pero por más que lo deseaba, no podía despertar. Miré a mi alrededor buscando respuestas. La calle yacía vacía, excepto por el automóvil ahora destrozado contra un árbol. Un silencio opresivo envolvía todo, roto únicamente por el sonido de mi propia respiración agitada.
Permanecí de pie, intentando procesar lo sucedido. Mi mente parecía una página en blanco, solo capaz de registrar confusión y miedo. ¿Qué había ocurrido? El impacto del vehículo contra el árbol debió ser estruendoso, y ahora varias personas del café y de los alrededores se acercaban corriendo hacia mí.
Algunos me preguntaron si me encontraba bien, si necesitaba ayuda o si deseaba que llamaran a alguien. Me sentí levemente abrumada por la atención, pero agradecida por su disposición a ayudar. Algunos se aproximaron al automóvil y comenzaron a solicitar una ambulancia; el conductor estaba herido. Era evidente que no podía salir ileso de un impacto de semejante magnitud.
Un hombre se me acercó al notar mi desorientación y me preguntó nuevamente si estaba segura de encontrarme bien. Le aseguré que sí, que solo estaba un poco conmocionada. Él me sonrió y me dijo que si necesitaba algo, no dudara en pedírselo.
Poco a poco la multitud comenzó a dispersarse, aunque algunas personas se quedaron cerca, asegurándose de mi bienestar. Me sentí agradecida por su amabilidad y preocupación. Pero las preguntas esenciales seguían girando en mi mente: ¿Qué había sucedido realmente? ¿Quién o qué me había salvado?
Cada vez que reflexionaba al respecto, la confusión crecía. Cualquiera en mi lugar afirmaría que fue mi ángel de la guarda, o incluso que pudo haber sido mi madre... pero aquel abrazo no se sintió como si hubiera provenido de ella. ¿Cómo podía estar segura? ¿De dónde podía obtener respuestas? No lograba comprender absolutamente nada.
No supe cuánto tiempo transcurrió, pero eventualmente llegaron los bomberos y una ambulancia. Debían extraer a la persona accidentada del vehículo y trasladarla al hospital. No pude discernir si se encontraba grave o si solo presentaba lesiones leves gracias al cinturón de seguridad.
Cuando todos se retiraron, me senté en el borde de la acera, intentando asimilar lo ocurrido. El accidente había sido tan repentino, tan inesperado. Mientras lo analizaba, mi mente comenzó a vagar hacia otro lugar; la adrenalina que recorría mis venas disminuyó, mi respiración y latidos se normalizaron. Fue entonces cuando recordé los sueños que había tenido días atrás.
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Editado: 09.09.2025