Me quedé paralizada, el aire frío apretando mi pecho. La voz resonó en mi cabeza con una familiaridad inquietante, como si no fuera la primera vez que la escuchaba.
—¿No podías esperar, ¿no? Siempre queriendo saber todo antes de tiempo...
Abrí los ojos de golpe. Las velas se apagaron y una sombra difusa emergió frente a mí, aunque no podía distinguir sus rasgos con claridad. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
—¿Qué quieres de mí? —pregunté, intentando que mi voz no temblara.
—Quiero ayudarte a entender... A despertar. Pero no es el momento.
Su voz me envolvía como un eco imposible de ignorar. Las palabras no sonaban hostiles, pero había algo en ellas que me ponía nerviosa.
—¿Despertar qué? —logré decir.
Él se acercó, solo un poco y por un instante sentí que la temperatura de la habitación descendía varios grados.
—Lo descubrirás pronto.
Sentí una presión en mi pecho, como si una verdad antigua comenzara a brotar dentro de mí. Algo estaba cambiando. Y lo peor de todo era que, aunque no podía explicarlo, sabía que ya no había vuelta atrás.
Finalmente, lo vi con claridad. Las velas se encendieron de golpe, como si alguien hubiera insuflado vida en ellas. La tenue luz iluminaba su rostro, su piel pálida, el filo suave de sus rasgos... pero lo que más me impactó fueron sus ojos. Azules.
Sentí que el aire se volvía pesado en mi pecho. Esos ojos... los había visto antes.
Mi respiración se aceleró mientras las imágenes cruzaban mi mente como relámpagos. Los sueños, en aquella playa. El baile de máscaras, donde sus ojos fueron lo que me atrapó de aquel desconocido con quien choque La calle aquel dia, cuando un auto estuvo a punto de atropellarme, pero alguien me sujetó justo a tiempo.
—Fuiste tú... —murmuré, con un nudo en la garganta.
Su expresión no cambió, pero algo en sus ojos brilló con un matiz melancólico.
—Sí —respondió con suavidad.
Mi mente giraba en mil direcciones. ¿Qué significaba esto? ¿Por qué siempre estaba ahí, en los momentos clave?
—Fuiste tú quien me salvó... quien dejó las plumas, las flores...
Él bajó la mirada por un breve instante.
—No quería que te sintieras sola.
Su voz era baja, tranquila, pero la emoción que contenía me estremeció. Había algo en él, una verdad que se ocultaba detrás de sus palabras.
—¿Quién eres realmente? —pregunté, aunque en el fondo temía la respuesta.
Él levantó su mirada nuevamente, sus ojos azules reflejando algo antiguo, algo más profundo que el tiempo mismo.
—Alguien que ha estado contigo siempre... incluso cuando no lo recuerdas.
Un escalofrío me recorrió la piel. Las velas parpadearon de nuevo, como si el aire mismo reconociera la gravedad de su confesión.
Sabía que había más, pero, por alguna razón, no estaba lista para descubrirlo
Las velas seguían parpadeando, como si fueran afectadas por una brisa invisible. Su mirada permanecía fija en mí, intensa, profunda... pero no alarmante. Había algo en sus ojos azules que no lograba descifrar.
Él dio un paso hacia adelante, lento, medido, como si temiera que me alejara. Su presencia era inquietante, pero no aterradora. Al contrario, había algo en ella que me transmitía calma, a pesar de mi confusión.
—Siempre estás buscando respuestas —murmuró con una voz suave, con una calidez que no esperaba—. Esa curiosidad tuya nunca ha cambiado.
Fruncí el ceño ligeramente.
—¿Nunca ha cambiado? ¿A qué te refieres?
Sus labios se curvaron en una leve sonrisa, pero no respondió enseguida. Solo inclinó el rostro apenas un poco, observándome con una ternura que me hizo sentir extrañamente expuesta.
—Siempre te han gustado los misterios —dijo finalmente—. Y aunque creas que estás descubriendo algo nuevo... hay cosas que has sabido desde hace mucho tiempo, solo que esta oculto muy profundamente en tu mente.
Sentí un escalofrío recorrerme la piel. Su voz no tenía la intención de sembrar dudas, no había advertencias ocultas en sus palabras, solo algo casi nostálgico. Algo que me hizo sentir que tal vez... tal vez no era la primera vez que teníamos esta conversación.
Pero descarté la idea de inmediato. No tenía sentido.
Sacudí la cabeza, intentando despejarme.
—No entiendo —admití, cruzando los brazos.
Él dejó escapar una leve risa, baja, profunda.
—Lo harás, cuando sea el momento.
No era una promesa, ni una advertencia. Solo una certeza en su voz que, por alguna razón, no me atreví a cuestionar.
Mis manos temblaron ligeramente cuando tomé aire, sintiendo la necesidad de preguntar aquello que llevaba días rondando en mi mente.
—Las plumas... —murmuré, levantando la mirada para encontrarme con la suya—. ¿Por qué las dejaste?
Su expresión no cambió, pero algo en sus ojos brilló, una emoción contenida que no alcanzaba a comprender del todo.
—Son parte de un recuerdo —respondió, con una suavidad que me estremeció—. Algo que solía hacer.
Mis labios se entreabrieron ante su respuesta, pero no supe qué decir. Sentí que esas palabras tenían un peso más profundo del que podía entender en ese momento.
Tragué saliva y continué.
—Y la voz... aquella noche, cuando encontré las flores –dije, bajando apenas el tono, —Alguien susurró que me había encontrado... ¿Fuiste tú?
El silencio se prolongó unos segundos, y cuando finalmente habló, su voz fue apenas un murmullo.
—Sí.
Mi piel se erizó. Sentí algo extraño en mi pecho, como si la verdad hubiera estado siempre ahí, pero solo ahora comenzaría a revelarse ante mí.
Miré su rostro una vez más, y fue entonces cuando lo noté. La forma en que me miraba.
No era la mirada de alguien casualmente intrigado, ni la de alguien que simplemente observaba. Era una mirada profunda, anclada en algo más antiguo que el tiempo mismo. Había amor en ella.
Y, por alguna razón, eso me hizo contener la respiración.
#762 en Fantasía
#3452 en Novela romántica
novela romántica, novela romantica de misterio, fantasía drama romance acción misterio
Editado: 09.09.2025