Pasó una semana desde que hice el ritual de clarificación y él apareció ante mí por primera vez. Después de ese momento, intenté repetir el ritual varias veces, esperando que él volviese a aparecer. Pero no importaba cuántas veces lo intentara, no hubo suerte. Él no regresó.
A medida que pasaban los días, mi frustración crecía. ¿Por qué había aparecido solo una vez? ¿Qué había hecho mal?
Pero no podía permitir que mi frustración me consumiera. La semana anterior, en la reunión de la empresa se habló de invertir en algún proyecto, el cual el hospital oncológico ganó, y ahora era el momento de poner nuestro plan en acción.
Me sumergí en la preparación de la presentación final, asegurándome de que todos los detalles estuvieran en orden. Y, para mi suerte, todo salió según lo planeado. Mis jefes estaban encantados con los resultados, y mis colegas me felicitaron por mi dedicación.
La semana había sido un éxito. La inversión era un paso importante hacia adelante, y yo me sentía orgullosa de haber sido parte del proceso. Pero, a pesar de mi éxito, no podía sacudir la sensación de que algo estaba faltando. Algo que no tenía que ver con mi vida profesional, sino con mi vida personal.
Me sentí feliz, por un lado, por el éxito de nuestro proyecto, pero, por otro lado, me frustraba no poder hacer que él apareciera nuevamente. ¿Por qué no podía encontrar la forma de hacer que él regresara?
Mi mente estaba llena de preguntas, pero no había respuestas, como siempre. Solo la certeza de que él había estado allí, y que yo lo había sentido. Y ahora, solo quedaba la espera, en ese momento salgo de mis pensamientos cuando sonó mi teléfono. Al contestar, una voz seria me di cuenta de que era el señor Andrade, mi abogado.
—Necesito que venga a mi despacho lo antes posible —dijo sin rodeos.
La ansiedad me golpeó de inmediato.
—¿Qué sucede? —pregunté, tratando de mantener la calma.
—Señorita Santaola, han presentado una demanda en su contra —explicó—. Su prima Casandra está reclamando parte de la herencia que su madre le dejó a usted.
El desconcierto se mezcló con la irritación. ¿Por qué haría algo así?
Horas más tarde, llegué al despacho del señor Andrade. Me recibió con una sonrisa tranquilizadora.
—No se preocupe —dijo con firmeza—. La demanda no tiene fundamento. Su madre dejó claro en su testamento que la herencia es exclusivamente suya.
Suspiré, sintiendo cómo la tensión aflojaba un poco.
El abogado continuó explicando: por ley, los hijos son los herederos, los sobrinos pueden reclamar, solo si no hay descendencia directa, pero en este caso, yo era la única beneficiaria.
El alivio fue inmediato, pero también el enojo. ¿Casandra realmente estaba dispuesta a llevarme a juicio por algo que no le pertenecía?
—¿Qué debo hacer ahora? —pregunté.
—Déjelo en mis manos —respondió el abogado con seguridad—. Solo necesitaré algunos documentos y declaraciones suyas para defender su caso.
Asentí, sintiendo, por primera vez en todo el día, un verdadero respiro.
Eran las cinco de la tarde cuando salí del despacho del abogado Andrade. Finalmente podía respirar. La demanda de mi prima Casandra no tenía fundamento y, por primera vez en días, sentí que el peso en mi pecho se aligeraba.
Decidí conducir hasta la costa. Me hacía falta un momento a solas, lejos de todo. La lluvia caía suavemente, pintando el parabrisas con gotas inciertas. Detuve el auto en un rincón apartado, donde el mar rugía con fuerza contra las rocas.
Envolviéndome en el silencio, miré las olas. Eran inquietas, como mis pensamientos.
Entonces, sin previo aviso, sentí una presencia a mi lado.
Mire y ahí estaba él.
Sentado en el asiento del pasajero, como si hubiera estado ahí todo el tiempo. No me asusté, pero la sorpresa me recorrió de pies a cabeza.
—¿Cómo llegaste aquí? —pregunté, intentando que mi voz no temblara.
Él sonrió, esa sonrisa que emanaba certeza y algo de misterio.
—No importa cómo llegué —respondió en tono sereno—. Lo que importa es que estoy aquí.
Había algo en su mirada. No urgencia, no exigencia. Solo una calma que hacía que el aire pareciera más ligero.
—¿Qué quieres de mí? —intenté sonar firme, pero mi voz no fue tan tajante como esperaba.
Él se inclinó levemente y tomó mi mano con una seguridad tan delicada que no supe cómo reaccionar. Su piel estaba cálida, a pesar del frío.
—Quiero ayudarte a descubrir algo, algo que has estado buscando sin saberlo —dijo con una voz que era a la vez profunda y suave—. Pero para eso, tienes que confiar en mí. Creer en lo que no puedes ver.
Su cercanía, el roce de sus dedos en mi piel, me hicieron contener la respiración. Algo en sus palabras despertó una verdad escondida en mí, como si supiera algo que yo aún no comprendía.
Asentí, sin estar del todo segura de por qué.
—Sí, estoy lista —murmuré.
Él sonrió, y esta vez su expresión fue casi cómplice, como si ya supiera mi respuesta desde el principio. Me apretó la mano con un gesto firme pero sutil.
—Entonces, comencemos —susurró.
Su voz se desvaneció en el aire húmedo, dejándome con más preguntas que respuestas... pero también con una extraña sensación de certeza
Él me observó durante un rato, notando mi nerviosismo. Sus ojos recorrían mi rostro como si intentara descifrar cada pensamiento que pasaba por mi mente. Luego, con una suavidad inesperada, tomó mi mano.
Su toque era cálido, firme, pero al mismo tiempo delicado.
—Aún no estás lista para esto —dijo en voz baja, con una ternura que me desarmó por completo. —Pero no te preocupes... pronto llegará el momento en que puedas saberlo todo.
Suspiré, sintiendo una mezcla de alivio y frustración.
—¿Por qué no apareciste cuando te llamé de nuevo? —pregunté, tratando de sonar serena, aunque el leve temblor en mi voz me delataba.
Él esbozó una sonrisa ladeada, como si esperara esa pregunta. Se mordió el labio levemente antes de responder.
#762 en Fantasía
#3452 en Novela romántica
novela romántica, novela romantica de misterio, fantasía drama romance acción misterio
Editado: 09.09.2025