Me desperté temprano con la intención de visitar la tumba de mamá. Hacía tiempo que no iba, y sentía que debía hacerlo, que necesitaba estar allí. Me vestí rápido, agarré un ramo de flores frescas y salí.
Al llegar al cementerio, fui directo a su tumba. Como siempre, estaba limpia y cuidada. Me senté en el banco frente a la lápida y, sin pensarlo, comencé a hablarle en voz alta.
—Hola, mamá —susurré, sintiendo una mezcla de nostalgia y tristeza—. He estado bien, o al menos lo intento. El trabajo va bien, aunque a veces me abruma más de lo que quisiera. Pero sigo adelante.
Hice una pausa, dejando que los recuerdos me envolvieran.
—Extraño tus consejos —admití, con un nudo en la garganta—. Extraño tus sonrisas y esos abrazos que siempre parecían arreglar todo. Pero sé que estás en un lugar mejor, y que, de alguna manera, sigues aquí conmigo.—dije intentando contener las lagrimas.
—Se que es egoísta de mi parte, pero te necesito tanto, suelen pasarme cosas en la vida, no importa si son buenas o malas, pero quisiera poder contarte algo, ver tu expresión o tu sonrisa plasmada en tu rostro al escucharme.—mi voz se quebró completamente.
El viento meció las hojas de los árboles, y me quedé un rato en silencio, simplemente dejando que el momento se desarrollara.
—Mamá, hay algo más que quiero contarte —dije, sonriendo suavemente, mientras limpiaba mis mejillas—. Ha aparecido alguien en mi vida. No sé explicarlo bien, pero me hace sentir cosas que hacía tiempo no sentía.— Me sorprendo sonriendo como una tonta y no sé por qué.
Solté una pequeña risa, recordando la cantidad de veces que me había descubierto pensando en él sin motivo aparente.
—No sé qué va a pasar, mamá —confesé—. Pero quería decírtelo, porque sé que, donde sea que estés, siempre encuentras la manera de darme tus consejos.
Me levanté despacio, dejé las flores sobre la tumba y acaricié suavemente la lápida.
—Te Amo, mamá —murmuré antes de marcharme, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, había hecho algo importante para honrar su memoria.
Después de dejar el cementerio, decidí tomar un camino distinto para regresar a casa. El sol brillaba alto en el cielo, y quise disfrutar de su calidez. Me detuve en un pequeño café, hice mi pedido y subí. La terraza estaba vacía, así que me acomodé en una mesa y dejé que la brisa me envolviera mientras saboreaba el momento.
Mientras daba pequeños sorbos, mi mente volvió a él. ¿Qué estaría haciendo ahora? ¿Pensaría en mí? Sonreí al imaginarlo, sintiendo una felicidad inesperada, ligera, casi nueva.
De repente, una presencia a mi lado me sacó de mis pensamientos. Levanté la vista y ahí estaba él, con esa sonrisa que parecía tener la capacidad de desarmarme por completo.
—¿Te gustó el café? —preguntó, con un brillo divertido en los ojos.
Solté una pequeña risa, sin poder ocultar mi sorpresa y alegría.
—Sí, está delicioso —respondí, mirándolo con una sonrisa.
Él asintió, su expresión suavizándose aún más.
—Me alegra que te guste —dijo, inclinándose apenas hacia mí—. Quería verte de nuevo.
Su voz era baja, íntima, como si fuera un secreto compartido solo entre nosotros. Sentí cómo mi corazón aceleraba un poco, atrapado entre el nerviosismo y la emoción.
Él se sentó a su lado con una tranquilidad que parecía casi estudiada, pero en sus ojos había un brillo indescifrable, como si estuviera midiendo cada una de mis reacciones.
—¿Cómo han estado tus días? —preguntó con voz baja.
Me encogi de hombros, jugando con mi taza entre mis manos.
—Bien, gracias. Un poco ocupada con el trabajo.—le respondí.
Él asintió con una expresión serena, pero sin apartar la vista.
—¿Y en tu tiempo libre? ¿Qué te gusta hacer?—pregunto de forma interesada.
—Leer y caminar, a veces suelo ir al cementerio a ver la tumba de mi madre, como lo hice en este día y tal vez pasar tiempo con mi mejor amigo y su novio, sin ser tan invasiva —respondí automáticamente.
Él sonrió, con una chispa de algo que parecía reconocimiento.
—¿Todavía te gusta caminar por la playa, dejar que el agua te moje los pies y sentir la brisa del mar?
Lo mire con cierta sorpresa. No sabía por qué, pero la pregunta no le resultaba extraña. Como si hubiera escuchado esas palabras antes, como si fueran parte de algo que no recordaba.
—¿Y tú? —de pronto, sin haber pensado realmente en la pregunta—. ¿Todavía te gusta observar el atardecer?
La frase salió de mi boca antes de que pudiera detenerme, y tan pronto la pronuncie, un escalofrío recorrió mi piel. ¿Por qué había dicho eso? ¿De dónde había salido esa idea? Él me miró con intensidad, su sonrisa desapareciendo por un instante, sustituida por algo más profundo... más sorprendido.
—¿Qué dijiste? —susurró, como si la pregunta lo hubiera golpeado de una manera inesperada.
Parpadeé, sintiendo un leve mareo, como si en el fondo de mi mente algo estuviera sacudiendo los cimientos de un muro invisible.
—No lo sé... —murmure, frunciendo el ceño—. Solo... lo dije.
Él me observó en silencio, como si en ese preciso instante algo en su mirada confirmara lo que él ya sospechaba. Y si eso pasaba... todo cambiaría.
Bajé la mirada a mi café, sintiendo un leve cosquilleo de inquietud bajo la piel. La pregunta había salido de mi boca sin pensarlo. No sabía de dónde había venido, pero tampoco sonaba extraña. Como si estuviera escondida en algún rincón olvidado de mi mente, esperando el momento justo para salir.
Él seguía observándome, sus ojos azules fijos en mí, como si estuviera analizando cada reacción.
—¿Por qué dijiste eso? —preguntó, su voz sonando más baja, más seria.
Me removí en mi asiento, queriendo desviar la mirada y al mismo tiempo sin poder hacerlo. Porque lo sabía. Pero no tenía idea de por qué.
—No lo sé —murmuré, la voz casi un susurro—. Solo... lo dije.
Su silencio fue profundo, cargado de algo que no podía descifrar. Sentí un pequeño escalofrío recorrer mi espalda, no por miedo, sino por esa extraña sensación de que algo dentro de mí estaba despertando.
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Editado: 09.09.2025