El silencio entre nosotros era denso, pero no incómodo. Era como si el mundo entero se hubiera detenido, dejando solo el sonido de nuestras respiraciones entrelazadas. Mi frente descansaba contra la suya, y podía sentir el calor de su piel, la cercanía de su ser. Sus manos permanecían en mi cintura, firmes pero sin apretar, como si temiera que un movimiento brusco pudiera romper el momento.
-¿Sigues molesta? -preguntó, su voz baja, casi un murmullo que vibró entre nosotros.
No pude evitar que una sonrisa amenazara con asomarse a mis labios. Lo intenté, de verdad, pero la pregunta, su tono, y la forma en que sus ojos buscaban los míos con una mezcla de preocupación y algo más, algo que no podía nombrar, me desarmaron.
-No lo sé -respondí, luchando por mantener la compostura, aunque mi voz traicionó un leve temblor de risa contenida.
Él inclinó ligeramente la cabeza, y sus labios se curvaron en una sonrisa que era tan peligrosa como encantadora. Antes de que pudiera decir algo más, lo vi morderse el labio inferior, como si estuviera conteniendo algo, una risa, una palabra, o tal vez un impulso. El gesto fue tan sutil, tan humano, que por un instante olvidé todo lo extraño que lo rodeaba.
-Eso no es una respuesta -dijo finalmente, su tono ligero, pero con un brillo travieso en sus ojos.
-Es la única que tengo -repliqué, esta vez sin poder evitar que una pequeña risa escapara de mis labios.
Él río también, un sonido bajo y cálido que me envolvió como una caricia. Y aunque no lo entendía del todo, aunque había tantas preguntas sin respuesta, en ese momento, con nuestras frentes juntas y nuestras risas mezclándose en el aire, todo parecía estar bien.
El aire cambió, y lo sentí de inmediato. Un escalofrío recorrió mi espalda, como si algo invisible hubiera atravesado la habitación. La calidez de su abrazo seguía envolviéndome, pero ahora había algo más, algo que no podía explicar. Miré alrededor, tratando de encontrar una razón para esa sensación, pero lo único que vi fueron las sombras en las esquinas, que parecían moverse de una forma que no era natural.
-¿Estás bien? -su voz me sacó de mis pensamientos. Era baja, suave, pero cargada de preocupación.
-Sí... creo que sí -respondí, aunque no estaba segura de mis propias palabras. Mi cuerpo aún temblaba ligeramente, pero no quería que él lo notara.
Sus manos seguían en mi cintura, firmes pero gentiles, y su frente aún descansaba contra la mía. Cerré los ojos por un momento, intentando concentrarme en su cercanía, en el calor que irradiaba, en lugar de en la inquietud que me invadía.
-¿Qué pasa? -insistió, su tono más serio esta vez.
Abrí los ojos y lo miré. Sus ojos estaban fijos en los míos, buscando algo, como si pudiera leer mis pensamientos. Quise decirle que no era nada, que solo estaba cansada, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta. En lugar de eso, desvié la mirada, sintiéndome vulnerable bajo su escrutinio.
-No lo sé -murmuré finalmente, mi voz apenas un susurro.
Él inclinó ligeramente la cabeza, y sus ojos descendieron hasta mis labios. Mi corazón se aceleró, pero no hizo lo que esperaba. En lugar de besarme, levantó una mano y rozó con el pulgar la marca que su mordida había dejado en mi labio inferior. El gesto fue tan íntimo, tan inesperado, que me dejó sin aliento.
-¿Sigue molestándote? -preguntó, su tono ligero, casi juguetón.
Intenté contener una sonrisa, pero fue inútil. Mi pecho vibró con una pequeña risa contenida, y desvié la mirada, fingiendo que aún estaba molesta.
-No lo sé -dije, mi voz traicionándome con un temblor leve.
Él dejó escapar una carcajada baja, y ese sonido me envolvió como una caricia. Algo en él era peligroso, lo sabía, pero en ese momento, solo era un hombre riendo, con una expresión divertida en su rostro.
-Eres terrible para ocultar tus emociones -murmuró, con una sonrisa que tenía un toque de desafío.
-Y tú eres terrible para contenerte -le respondí, sin poder evitar reír.
Su mirada volvió a mis labios, y esta vez, fue él quien dejó escapar una risa baja antes de morderse su labio nuevamente. Un gesto simple, pero que llevaba una carga que no podía explicar. Lo miré, atrapada en el brillo de sus ojos, en la cercanía de su cuerpo, en la seguridad de su abrazo.
Pero la sensación de inquietud aún estaba allí, latente en mi pecho, susurrándome que había algo en él que no encajaba. Algo que aún no entendía. Y, sin embargo, no quería soltarlo.
-¿Qué estás pensando? -pregunté, rompiendo el silencio.
Él me miró, y por un instante, pareció dudar. Luego, su sonrisa se suavizó, y su mano volvió a mi rostro, acariciando mi mejilla con una ternura que no esperaba.
-Estoy pensando... que no quiero que este momento termine -dijo, su voz tan baja que apenas lo escuché.
Mi corazón dio un vuelco, y por un momento, olvidé todo lo demás: las sombras, el frío, la inquietud. Solo estábamos él y yo, atrapados en un instante que parecía eterno. Mi sonrisa terminó por escapar, y él la vio, claro que la vio. Sus labios se curvaron más mientras me observaba, como si hubiera ganado un juego secreto que solo él conocía.
-¿Qué es lo que estás intentando esconder en esa sonrisa? -insistió, su voz apenas un murmullo entre nosotros.
-Nada -dije, encogiéndome de hombros, aunque mi sonrisa seguía ahí, traicionándome.
Zacarías soltó una breve carcajada y, antes de que pudiera reaccionar, volvió a morderse el labio inferior. Esta vez el gesto fue más lento, casi exagerado, como si me estuviera provocando a propósito.
-No te creo -murmuró, su mano aún descansando en mi cintura.
Abrí la boca para responder, pero entonces ocurrió.
El aire cambió otra vez. La risa se desvaneció de mi pecho como si alguien la hubiera arrancado de golpe. Un sonido sordo retumbó en la distancia, una vibración que no pertenecía a la noche. Y luego, el frío. No un frío común, sino algo más profundo, como si se arrastrara desde las sombras mismas, presionando contra mi piel.
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Editado: 09.09.2025