El aire seguía sintiéndose extraño, denso, como si algo invisible estuviera presionando cada rincón de la habitación. Mis manos seguían temblorosas, y mi mente repetía una y otra vez esas palabras en mi cabeza. No me olvides.
Pero antes de que pudiera intentar escucharlo de nuevo, antes de siquiera poder entender lo que estaba ocurriendo, lo sentí.
No estaba sola. El frío se intensificó, pero no de la misma manera que antes. Este no era un aviso silencioso. Era una presencia real, tangible.
Y luego, una voz.
—Se les dijo que ustedes no pueden estar juntos.
Mi corazón se detuvo. Me giré de golpe, y ahí estaba. No era como Zacarías, no tenía la misma intensidad en sus ojos ni su calor en su piel. Pero tampoco era como yo.
La figura frente a mí tenía un aura que no entendía. No podía decir si pertenecía a la luz o a la sombra, solo que su mera presencia alteraba el aire.
—¿Quién eres? —pregunté, obligándome a mantener la voz firme.
La figura inclinó la cabeza levemente, como si analizara mis palabras. Su rostro no tenía ninguna emoción clara.
—Eso no importa —respondió. Su tono no era agresivo, pero tampoco calmado. Era una afirmación absoluta, como si la información sobre su identidad fuera irrelevante en comparación con lo que había venido a decirme.
Me obligué a dar un paso hacia atrás, pero la figura no se movió. No atacó. Solo me observó con detenimiento, como si estuviera tratando de comprender algo.
—Y aun así —continuó, ignorando mi pregunta— siempre encuentran la forma de hacerlo.
No tenía que preguntar de qué hablaba. Ya lo sabía. Zacarías. Él y yo. Pero... ¿por qué? ¿Por qué alguien que no era él, alguien que no parecía pertenecer a su mundo, tampoco quería que estuviéramos juntos?
Mi garganta estaba seca. —¿Dónde está? —murmuré, apenas capaz de pronunciarlo.
La figura no respondió de inmediato. Solo me miró. Luego, lentamente, esbozó una sonrisa.
—Eso depende de ti.
Mi pecho subía y bajaba, mi respiración aún errática por la tensión que se acumulaba en el aire. Las palabras de aquella figura resonaban en mi mente, llenando los espacios vacíos con un peso desconocido.
—¿Qué significa eso? —logré decir, mi voz más firme de lo que me sentía.
La figura me observó con una calma que me resultó inquietante. No era la mirada de alguien que buscaba asustarme, pero tampoco tenía la intención de tranquilizarme.
—Significa que esto no debió ocurrir —su tono fue neutral, casi aburrido, como si estuviera explicando algo obvio.
Mi garganta se cerró. Todo en su presencia me decía que sabía más de lo que estaba dispuesto a decirme.
—No te entiendo —admití, sintiendo la frustración crecer en mi interior—. ¿Por qué no podemos estar juntos? ¿Qué tiene que ver todo esto contigo?
Sus labios se curvaron en una sonrisa lenta, como si esperara que hiciera esa pregunta.
—Porque las reglas existen por una razón —dijo—. Y porque tú aún no sabes lo que eres en todo esto.
Mi cuerpo se tensó ante sus palabras. No lo que Zacarías era, sino lo que yo era. Negué con la cabeza, sintiéndome atrapada en una telaraña que no comprendía.
—Yo no soy parte de nada —afirmé—. Solo quiero que vuelva.
La figura inclinó ligeramente la cabeza, como si analizara cada palabra, cada reacción en mi rostro.
—Eso es lo que siempre dices —respondió, con un tono que sonó casi... resignado.
El escalofrío recorrió mi espalda antes de que pudiera evitarlo.
—Siempre... —repetí en un susurro—. ¿Qué quieres decir con eso?
El aire en la habitación pareció volverse más pesado, más frío, como si mi pregunta estuviera abriendo una grieta en algo que no debía tocarse.
La figura sonrió, pero no respondió. Solo dio un paso atrás, como si hubiera terminado lo que vino a hacer.
—Recuerda mis palabras, Alexandra. Porque cuando vuelvas a verte en este mismo instante, cuando lo hayas olvidado todo otra vez... entenderás que el destino es una espiral, y ustedes nunca han sabido cómo detenerlo.
Mi corazón latió con fuerza.
Y antes de que pudiera preguntar más, la figura desapareció, dejándome sola con la verdad que aún no comprendía.
El silencio que había dejado aquella figura no era natural. No era el tipo de vacío que llega cuando alguien simplemente se marcha. Este silencio tenía un peso, una presencia, como si se quedara impregnado en el aire, en la piel, en cada rincón de la habitación.
Mis manos siguen temblando. Intento cerrarlas en puños, obligarme a recuperar el control, pero la sensación de abandono sigue presente. No como una ausencia común, no como la partida de alguien que decidió marcharse. Esto fue diferente. Zacarías no se fue por voluntad propia.
Respiro hondo, tratando de encontrar algo a qué aferrarme, pero cada inhalación me deja más vacía. La luz de la luna proyecta sombras largas en la habitación, sombras que antes no me inquietaban, pero que ahora parecen tener vida.
La frase se repite en mi mente, cada palabra cayendo como gotas heladas sobre mi piel.
"Siempre encuentran la forma..."
La forma de ¿qué? ¿De estar juntos? ¿De desafiar algo que no entiendo?
Aprieto los labios, sintiendo el temblor en mi respiración.
—No puede ser cierto —murmuro, como si decirlo en voz alta pudiera cambiarlo.
Pero es cierto. Porque Zacarías estuvo aquí. Porque me besó, porque me sostuvo entre sus brazos, porque su risa todavía está atrapada en algún rincón de la habitación.
Porque escuché su voz incluso después de que se lo llevaron.
Cierro los ojos con fuerza, intentando encontrar un pensamiento que me calme. Pero en lugar de paz, todo lo que veo es el instante en que desapareció, el miedo en sus ojos, la presión en el aire antes de que todo se rompiera.
Y luego, otra vez, su voz en mi mente.
"No tengas miedo... Estoy aquí."
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Editado: 09.09.2025