Había algo en el ambiente que me impulsaba a hacer algo diferente, como si el aire fresco y la luz del atardecer , me llamaran desde el otro lado de las ventanas. Giré hacia Zacarías, que estaba sentado en el sofá, hojeando un libro con esa calma característica que siempre parecía llevar consigo.
—Estaba pensando... —comencé, intentando sonar casual mientras recogía mi chaqueta del perchero—. Tal vez podríamos salir un rato.
Él levantó la vista, arqueando una ceja en un gesto que era pura curiosidad.
—¿Salir? ¿A dónde?
—No sé. A dar una vuelta, tomar algo... —hice un gesto amplio con las manos, como si eso explicara todo—. Ya sabes, hacer lo que hace la gente normal.
Zacarías dejó el libro sobre la mesa con una lentitud que casi me desesperaba, y cuando sus ojos encontraron los míos, su expresión tenía ese brillo juguetón que siempre me desarmaba.
—¿La gente normal? —repitió con una sonrisa apenas perceptible—. ¿Estás diciendo que no somos normales?
—No he dicho eso —protesté, sintiendo el calor subir a mis mejillas—. Solo... bueno, llevamos días aquí encerrados, y pensé que podría ser bueno... ¿distraernos un poco?
Él se levantó, acercándose hasta quedar a unos pasos de distancia. Su mirada, siempre tan intensa, parecía estudiar cada uno de mis gestos, como si estuviera tratando de leer algo más allá de mis palabras.
—¿Distraernos? —dijo con un leve tono inquisitivo que me hizo sentir terriblemente expuesta.
—Sí. Distraernos. ¿Es tan raro? —intenté sonar más firme, pero mi voz flaqueó al final.
Zacarías inclinó ligeramente la cabeza, como considerando mi propuesta. Entonces, una sonrisa diferente, más abierta, apareció en sus labios.
—¿Y esto sería una especie de... cita? —preguntó, ladeando un poco la cabeza, su tono lo suficientemente coqueto como para hacerme estremecer.
Abrí la boca para responder, pero las palabras no salieron de inmediato. La idea de una "cita" con Zacarías nunca la había expresado en voz alta, y el mero pensamiento hizo que mi rostro se calentara al instante.
—No lo llamaría... exactamente así —dije finalmente, aunque la inseguridad en mi voz traicionó mis palabras.
Él dio un paso más cerca, lo suficiente como para que casi pudiera sentir el calor de su presencia. Su sonrisa se volvió un poco más traviesa, algo raro en él, pero que me tomó completamente por sorpresa.
—¿Por qué no? —insistió, su tono bajo y suave—. ¿Acaso no somos... una pareja?
El golpe directo de esa palabra hizo que mi corazón se acelerara y mis mejillas ardieran. Estaba a punto de soltar una protesta, pero algo en su mirada me hizo detenerme. No estaba bromeando del todo. Había una seriedad subyacente en sus palabras, una intención que me desarmó por completo.
—Yo... —intenté responder, pero mi cerebro parecía haber olvidado cómo formar frases coherentes—. ¿Una pareja?
Zacarías inclinó un poco más la cabeza hacia mí, su expresión llena de esa tranquilidad que a veces me sacaba de quicio y, al mismo tiempo, me encantaba.
—Es solo una palabra, Alexandra. —Sonrió, aunque esta vez su tono tenía una extraña mezcla de dulzura y desafío—. Pero dime, ¿te hace sonrojar?
No pude evitar llevarme una mano al rostro, como si eso pudiera ocultar el evidente rubor que seguramente lo estaba divirtiendo. Él soltó una risa suave, y antes de que pudiera intentar una defensa torpe, tomó mi mano y, con una naturalidad que me dejó sin aliento, añadió:
—Vamos. Salgamos. Aunque sea solo para que puedas enseñarme lo que hacen.....las parejas normales.
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Salimos al aire fresco de la tarde, y la sensación de estar afuera después de tantos días se sintió extrañamente liberadora. Zacarías caminaba a mi lado, su postura relajada, aunque no dejaba de observarme de reojo de vez en cuando, como si intentara descifrar algo en mi expresión.
—¿Adónde vamos primero? —preguntó, rompiendo el silencio con ese tono suave pero lleno de curiosidad.
—No sé —respondí, mirando a mi alrededor mientras trataba de pensar en algún lugar interesante—. Hay una cafetería cerca que me gusta mucho. Podríamos ir allí.
Él asintió, y sin decir más, comenzamos a caminar hacia el lugar. Era curioso cómo incluso en algo tan sencillo como caminar juntos, su presencia hacía que todo se sintiera diferente, más consciente, más significativo. No sabía si era por cómo siempre parecía tan atento, o por la forma en que sus pasos se sincronizaban con los míos.
Al llegar a la cafetería, encontré una mesa junto a la ventana. El lugar tenía esa calidez acogedora que siempre me había gustado, con el aroma de café recién hecho llenando el aire. Me senté frente a él, y por un momento, me quedé en silencio, observando cómo estudiaba el menú con una seriedad que me hizo sonreír.
—¿Te gusta el café? —pregunté, rompiendo el silencio.
Zacarías levantó la vista, su expresión pensativa, como si estuviera sopesando mi pregunta.
—No lo se, supongo que si, cuando te vi en la cafetería en la terraza probe de tu taza —respondió con una honestidad que me desconcertó.
—Cierto, si lo hiciste —no pude evitar sonreír, porque él lo hizo ligeramente.
—Si hay muchas cosas que no he probado —dijo, y aunque sus palabras eran simples, había algo en su tono que me hizo sentir que llevaba implícito mucho más.
Decidí no insistir. En su lugar, pedí dos tazas de café y algo dulce para acompañar. Cuando llegaron, le pasé una taza, esperando su reacción con curiosidad. Él tomó un sorbo, y su expresión se mantuvo impasible, aunque noté un leve brillo en sus ojos.
—¿Y? —pregunté, tratando de contener mi entusiasmo.
—Es... interesante —respondió, eligiendo sus palabras con cuidado, lo que me hizo soltar una pequeña risa.
—Eso mismo dijiste de las galletas. Me empiezo a preguntar si "interesante" es tu forma de ser educado —bromeé, y su sonrisa se amplió ligeramente.
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Editado: 09.09.2025