¿será solo un Sueño? (la historia de Alexandra)

Capitulo 20 Una Mañana diferente

El aire frío de la mañana se filtraba por las rendijas de la ventana, envolviendo la habitación en una quietud reconfortante. La luz tenue se deslizaba entre las cortinas, pintando sombras suaves sobre las paredes. Sentí el calor de unos brazos firmes alrededor de mí, un contraste que me envolvía como una manta, protegiéndome del frío exterior.

Abrí los ojos lentamente, todavía atrapada entre el sueño y la realidad. Por un momento, temí que al despertar, todo desapareciera, que el calor que sentía no fuera más que una ilusión. Pero al girar levemente la cabeza, lo vi. Zacarías estaba ahí, su rostro tranquilo, su respiración pausada. La realidad era tan palpable que casi me dolía.

Me quedé observándolo, memorizando cada detalle de su expresión relajada: la curva de sus labios, el leve movimiento de su pecho al respirar, la forma en que su cabello caía sobre su frente. Era increíblemente humano en ese momento, tan cerca de mí que podía sentir su calor, su peso, su presencia.

Un leve susurro escapó de mis labios sin darme cuenta.

—Es real...

No sabía si hablaba para él o para mí, pero el sonido pareció romper el silencio de la habitación. Él se movió ligeramente, como si mi voz hubiera llegado a él incluso en su sueño. Su brazo se tensó alrededor de mí, y su respiración cambió, volviéndose más consciente.

Finalmente, sus ojos se entreabrieron, encontrando los míos de inmediato, como si ya supiera que estaba despierta.

—Buenos días —murmuró, su voz ronca por el sueño, pero cálida como siempre.

—Buenos días —respondí, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas.

De pronto se asomo esa sonrisa ligera que parecía capaz de desarmarme con sólo verla. No soltó su abrazo, y durante un momento, ambos nos quedamos en silencio, simplemente compartiendo el espacio.

—¿Siempre despiertas tan temprano? —preguntó finalmente, su tono suave, pero con un toque de curiosidad.

—No siempre. —Me reí ligeramente—. Pero no todos los días despierto así.

Él arqueó una ceja, su expresión divertida pero expectante.

—¿Así cómo?

—Así... contigo. —Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas, y al hacerlo, sentí mis mejillas arder.

Zacarías dejó escapar una risa baja y suave, acercándose un poco más. Su mirada, siempre tan intensa, me atrapó sin remedio.

—Pues espero que te acostumbres, Alexandra —dijo, su voz baja y cargada de algo que no podía definir por completo—, porque no tengo intención de irme

Sus brazos se aferraron con más fuerza alrededor de mi cuerpo, como si quisiera asegurarse de que realmente estuviera allí, de que no fuera a desaparecer. Cerró los ojos, y pude sentir el leve movimiento de su respiración, pausada pero profunda, como si estuviera buscando algo que solo podía encontrar en ese momento.

Sin pensar, moví mis manos para rodear su espalda, devolviéndole el abrazo. Mi rostro quedó cerca de su cuello, y fue entonces cuando lo sentí. Ese aroma. Ese extraño y familiar aroma que me había perseguido durante tanto tiempo. Nunca había podido identificar de dónde provenía, pero ahora, mientras estaba tan cerca de él, lo entendí. Siempre había sido él.

Respiré profundamente, permitiéndome ser envuelta por esa fragancia que parecía contener algo más que un olor. Era como si cada nota estuviera cargada de significado, de una conexión que nunca había podido explicar. Mi pecho se llenó de una calidez indescriptible, y por un momento, cerré los ojos, dejándome llevar por la sensación de seguridad y paz.

—Es increíble —murmuré, sin poder contener las palabras que resonaban en mi mente.

—¿Qué cosa? —preguntó Zacarías, su voz baja y aún cargada por la quietud del momento.

—Tú. Esto. Ese aroma que siempre estuvo ahí... y nunca entendí que eras tú —admití, sintiéndome vulnerable pero extrañamente reconfortada al decirlo.

Zacarías abrió los ojos lentamente, y aunque nuestros cuerpos aún estaban tan cerca, su mirada me atrapó una vez más. Era profunda, como siempre, pero había algo más en ella ahora: una calidez que no estaba allí antes.

—Alexandra... —su voz era apenas un susurro—. No sabes cuánto significa escuchar eso.

Me quedé en silencio, sin saber cómo responder. En su lugar, dejé que mi abrazo hablara por mí, aferrándome a él con la misma urgencia con la que él me había sostenido. El frío de la mañana seguía presente en la habitación, pero se sentía tan lejano, casi inexistente, porque el calor que compartíamos era más que suficiente para enfrentarlo.

Su abrazo se mantenía firme, como si no quisiera dejarme ir. Permanecimos así por un rato, en un silencio que no era incómodo, sino lleno de significado. Pero eventualmente, mis dedos comenzaron a trazar pequeños círculos sobre su brazo, un gesto que siempre hacía cuando quería romper el silencio.

—¿Es siempre así? —pregunté en voz baja, mi cabeza aún apoyada contra su pecho.

—¿Así cómo? —respondió, su tono lleno de una suavidad adormilada.

—Tan... perfecto. —Una pequeña sonrisa curvó mis labios, aunque sabía que mi pregunta sonaba más seria de lo que pretendía.

Zacarías dejó escapar un leve suspiro, y pude sentir cómo su pecho se movía bajo mi mejilla. Luego, inclinó ligeramente la cabeza, dejando un suave beso en mi cabello.

—Perfecto no es la palabra que usaría —dijo finalmente, su voz apenas un susurro.

—¿Entonces qué palabra usarías? —pregunté, levantando ligeramente la cabeza para encontrarme con sus ojos.

Sus labios se curvaron en una de esas sonrisas que siempre parecían guardar algún secreto.

—Real —respondió, y algo en la forma en que lo dijo hizo que mi corazón se encogiera y se expandiera al mismo tiempo.

Me quedé mirándolo, buscando algo más en su mirada, pero todo lo que encontré fue esa calma que siempre me desconcertaba. Me mordí el labio, luchando con las palabras que querían salir.

—Zacarías... —comencé, pero su mirada se suavizó aún más, y su mano subió para rozar mi mejilla, deteniendo cualquier intento de hablar.




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