Me desperté temprano, sintiendo aún la conexión emocional y espiritual que había compartido con Zacarías la noche anterior. Habíamos pasado una noche muy íntima, y nuestras almas se habían conectado de una manera que nunca había experimentado antes. Me sentía renovada y revitalizada, como si hubiera encontrado una parte de mí misma que había estado buscando durante mucho tiempo.
Mientras cocinaba en la cocina, Zacarías se acercó a mí y me rodeó la cintura con sus brazos.
—Buenos días —me susurró al oído, su voz baja y suave, sus labios rozándome.
Me reí y me volví hacia él.
—Buenos días —le respondí, sonriendo. Me gustaba la forma en que me miraba, con una sonrisa pícara en su rostro.
Zacarías me miró con una sonrisa aún más amplia.
—¿Qué estás cocinando? —preguntó, su curiosidad genuina.
—Un desayuno especial —le respondí, sonriendo—. Tortillas de huevo y tocino.
Zacarías se río.
—Suena delicioso, quiero probarlo —dijo con anticipación.
Justo entonces, me gire y un objeto cayó al suelo, al ser empujado por mi codo. Me volví para ver qué era, y Zacarías se movió con una velocidad y agilidad inusuales para atraparlo en el aire.
—¡Wow! —exclamé, sorprendida—. ¿Cómo lo hiciste?
Zacarías se río y me sonrió.
—Solo es cuestión de reflejos —dijo, como si fuera algo normal.
Me reí y lo miré con admiración. Aun que no se si esas eran las palabras correctas. Pero no le di mayor importancia.
—Eres muy ágil —le dije, mi curiosidad estaba presente.
Zacarías se encogió de hombros.
—Supongo que sí —dijo, su sonrisa aún presente en su rostro.
Después de desayunar, decidimos salir a pasar el día juntos. Zacarías sugirió que visitáramos un museo, y yo estuve de acuerdo. Me gustaba la idea de pasar el día aprendiendo algo nuevo y disfrutando de su compañía.
Mientras caminábamos por las salas del museo, Zacarías me hablaba sobre la historia detrás de cada obra de arte. Me sorprendió su conocimiento y profundidad, y me encontré escuchándolo con gran interés.
—¿Cómo sabes tanto sobre esto? —le pregunté, mientras nos deteníamos frente a una pintura antigua.
Zacarías se río.
—Supongo que he tenido mucho tiempo para aprender —dijo, su sonrisa pícara aún presente en su rostro.
Me miró con una sonrisa aún más amplia.
—Además, me gusta aprender sobre la.... historia y la cultura —dijo—. Me parece fascinante cómo las personas vivían y pensaban en diferentes épocas.
Me reí y lo miré, algo extrañada, hace unos días no sabia como enviar un mensaje, y ahora sabia sobre cultura, me resulto extraño pero tampoco quise darle mayor importancia.
—Eres muy culto —le dije.
Zacarías se encogió de hombros.
—Supongo que sí —dijo, su sonrisa aún presente en su rostro.
Seguimos caminando por el museo, disfrutando del arte y la historia. Me sentía muy cómoda con el y me gustaba la forma en que me hacía sentir. Me sentía como si fuera la única persona en el mundo, y me gustaba esa sensación.
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Zacarías y yo paseábamos por el parque, envueltos en la luz cálida del sol y el canto distante de los pájaros. Al llegar al jardín de flores, Zacarías se detuvo y se agachó frente a una flor marchita.
—Es una lástima que esté marchita —murmuró, con una tristeza que parecía ir más allá de lo evidente—. Era una flor tan hermosa.
—Sí, es una pena —respondí encogiéndome de hombros—. Pero tal vez pueda revivir.
Zacarías levantó la vista y sus ojos se encontraron con los míos. Una sonrisa enigmática se dibujó en sus labios.
—Tal vez —dijo con suavidad, arrastrando las palabras como si ocultaran algo más—. Tal vez.
Mientras él tocaba la flor con la punta de su dedo, aparté la mirada por un instante. Al volver mi atención, la flor, antes marchita, había recuperado vida. Parpadeé, sorprendida, pero decidí guardar silencio, fingiendo que no había visto nada.
Zacarías se puso de pie y me ofreció una sonrisa tranquilizadora.
—¿Quieres seguir caminando? —preguntó.
—Claro —respondí, obligándome a actuar con naturalidad.
Tomé su mano y continuamos nuestro paseo por el parque. Aunque disfrutaba de su compañía, una sensación incómoda se aferraba a mi mente. Algo en él me parecía velado, algo que no terminaba de entender.
—¿Qué estabas haciendo? ¿algo llamo tu atencion? —pregunté, tratando de sonar casual.
Zacarías giró su rostro hacia mí, y su mirada destilaba una inocencia que parecía demasiado perfecta.
—Nada, solo admirando las flores —respondió.
Esbocé una sonrisa forzada. Sus palabras eran simples, pero había un matiz en su tono que no me convencía del todo.
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Estábamos sentados en la sala, charlando y riendo. La conversación fluía con facilidad, como siempre ocurría cuando estábamos juntos. Sin previo aviso, la luz se apagó. Me sobresalté por un segundo, pero el no se sorprendió, como si no le inquietara en absoluto, se levantó con calma.
—No te preocupes —dijo con una voz suave y tranquilizadora—. Voy a buscar una vela.
Lo observé desaparecer en la oscuridad, cuando encendí la linterna de mi teléfono y algo en su porte, en la fluidez de sus movimientos, hizo que mi atención se agudizara. No encendió la luz de su teléfono, ni tropezó con los muebles; en cambio, se desplazaba como si pudiera ver perfectamente.
Me quedé inmóvil en el sofá, mis ojos tratando de adaptarse a la penumbra mientras mi mente se llenaba de preguntas. Finalmente, no pude contener mi curiosidad.
—¿Cómo puedes ver en la oscuridad? —pregunté. Mi voz apenas fue un susurro, y el leve temblor en ella traicionó mi inquietud.
Zacarías se río, un sonido bajo y casi musical que no ayudó a disipar mi inquietud.
—No lo sé —respondió con una tranquilidad desconcertante—. Supongo que simplemente puedo.
Arqueé una ceja, aunque sabía que probablemente no podía verme hacerlo. Sus palabras, aunque simples, no lograban convencerme. Había algo más, algo que él elegía no decir. Intentando relajarme, me forcé a sonreír.
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Editado: 09.09.2025