¿será solo un Sueño? (la historia de Alexandra)

Capitulo 26 Muchas Dudas.

Pasé el resto de la noche abrazada a él. Su presencia era tranquilizadora, un refugio en medio de la tormenta de pensamientos que invadía mi mente. Pero aquel sueño seguía rondando mis pensamientos una y otra vez, como un eco persistente que no quería desvanecerse. Sus palabras se parecían demasiado a las de aquel extraño que había aparecido en mi casa semanas atrás, cuando Zacarías desapareció sin explicación alguna.

Mi pecho se sentía oprimido, lleno de dudas que me ahogaban y preguntas que se acumulaban sin respuesta. Mi mente trabajaba sin descanso, como si estuviera intentando encontrar una pieza perdida en un rompecabezas incomprensible. Incluso cuando cerraba los ojos y buscaba desconectarme, la intriga me arrastraba de nuevo. Era un peso que no podía ignorar, un ciclo interminable de incertidumbre que empezaba a desgastarme.

—No puedo seguir así—, pensé con firmeza.— No podía permitir que tantas dudas dominaran mis días y fingir que todo estaba bien. Necesitaba respuestas, algo que me ayudara a entender lo que estaba ocurriendo. Mi mente buscaba desesperadamente una salida, un plan, una solución. Y entonces, un nombre surgió entre todos mis pensamientos caóticos: Sofía.

Sofía. Ella tal vez podría ayudarme a descifrar el significado de aquel sueño y lo que estaba sucediendo en mi vida. Su habilidad para ver más allá de lo evidente la convertía en la mejor opción para encontrar claridad.

Decidí que no podía esperar más. Sofía sería mi próxima puerta hacia las respuestas que tanto necesitaba. Y con esa resolución, sentí que, por primera vez en días, mi mente se calmaba ligeramente, aunque la incertidumbre todavía acechara en la oscuridad.

Me encontraba en el trabajo, intentando concentrarme en mis tareas, pero mi mente estaba en otro lugar. Las preguntas y los recuerdos rondaban mi cabeza, distrayéndome de cualquier intento de productividad. Finalmente, decidí que no podía aguantar más. Durante mi descanso, tomé el teléfono móvil y marqué el número de Sofía, buscando una claridad que solo ella podría ofrecerme.

Esperé mientras el tono sonaba, hasta que finalmente su voz calmada y profesional llenó el silencio.

—Hola, Alexandra —dijo Sofía, con esa serenidad característica—. ¿En qué puedo ayudarte?

Respiré hondo y traté de organizar mis pensamientos antes de hablar.

—Necesito hablar contigo —comencé, mi voz vacilante—. Es sobre... algo que ha estado sucediendo en mi vida.

Sofía, siempre directa y comprensiva, respondió con curiosidad genuina.

—¿Has estado experimentando algo extraño? —preguntó, su tono firme pero sin perder calidez—. ¿Se trata del ritual de clarificación?

Sentí un leve nerviosismo al escuchar esas palabras, pero también un atisbo de alivio al saber que Sofía estaba dispuesta a escucharme.

—No exactamente —respondí, con cierto titubeo—. Es solo que... algunas cosas han ocurrido desde entonces. Necesito tu ayuda para entenderlo.

Sofía guardó silencio por un momento, como si estuviera procesando lo que acababa de escuchar. Luego, su respuesta fue tan tranquilizadora como siempre.

—Está bien —dijo, con su habitual profesionalismo—. Ven a mi casa después del trabajo, y hablaremos de esto en persona.

Sentí un peso levantarse de mis hombros con esas palabras. Sofía siempre tenía una habilidad única para hacerme sentir que estaba en buenas manos.

—Gracias, Sofía —dije, con un suspiro de alivio—. Nos vemos más tarde.

Colgué el teléfono y, aunque mi mente todavía estaba llena de preguntas, la tranquilidad de saber que Sofía estaría allí para ayudarme empezó a asentarse. Sin embargo, la incertidumbre seguía latente. ¿Qué le diría cuando llegara? ¿Qué descubriría sobre lo que estaba ocurriendo en mi vida?

Con estas dudas aún persistentes, me dispuse a terminar mi jornada laboral con una mezcla de ansiedad y esperanza, sabiendo que pronto tendría respuestas, o al menos, un paso más hacia la verdad.

Me senté frente a Sofía en su sala, el aroma de incienso llenando el aire mientras la suave luz de una lámpara creaba sombras en las paredes. Su mirada, tranquila pero penetrante, me observaba con profesionalismo y una pizca de curiosidad. Había algo reconfortante en su presencia, como si nada pudiera perturbarla, no importa lo extraño que fuese.

—Bueno, Alexandra —dijo Sofía mientras entrelazaba sus manos sobre su regazo—. Estoy aquí para ayudarte. Cuéntame, ¿qué fue lo que soñaste?

Tomé aire profundamente. No sabía exactamente cómo empezar, pero el sueño seguía tan claro en mi mente que las palabras comenzaron a fluir sin esfuerzo.

—Fue... extraño —comencé, bajando la mirada hacia mis manos—. Me encontraba en un lugar oscuro, como si todo a mi alrededor estuviera cubierto de sombras y fuego. Podía sentir el calor en mi piel, sofocante, como si fuera parte de ese lugar. Lo peor era la atmósfera: era densa, pesada... casi opresiva. Y había figuras, personas, o algo parecido a personas, que estaban alrededor mío. No podía reconocerlas. Sus rostros eran borrosos, distorsionados, pero sus ojos... sus ojos ardían como si tuvieran fuego dentro de ellos.

Sofía inclinó ligeramente la cabeza, su rostro mostrando interés sin interrupciones.

—¿Y qué sentiste en ese momento? —preguntó, su tono calmado y preciso.

—Sentí miedo, pero también curiosidad —admití, mientras jugaba con un mechón de mi cabello—. Fue como si supiera que estaba en peligro, pero algo me impulsaba a seguir adelante. Entonces, comencé a caminar, tratando de encontrar una salida, pero cada paso que daba parecía llevarme más adentro de ese... infierno.

Hice una pausa, recogiendo mis pensamientos, antes de continuar.

—De repente, vi a Zacarías frente a mí —dije, mi voz temblando ligeramente al pronunciar su nombre—. Estaba ahí, completamente tranquilo, como si el lugar no le afectara en lo más mínimo. Su rostro estaba iluminado por la luz del fuego, y sus ojos... Sofía, sus ojos también ardían. Pero no de una forma aterradora, sino intensa, como si llevara un secreto que yo no alcanzaba a comprender.




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