El tiempo parecía detenerse mientras caminaba hacia casa. Cada paso se sentía pesado, cargado con la determinación de lo que estaba a punto de hacer. Las palabras de Sofía resonaban en mi cabeza: Hay bloqueos que no podrás superar hasta que él decida abrirse. Eso me enfurecía y me frustraba en igual medida. ¿Cómo podía esperar que yo simplemente me quedara en silencio mientras él seguía escondiéndose detrás de su calma impenetrable?
Cuando llegué a la puerta, tomé aire profundamente. Era ahora o nunca. Zacarías tenía que entender que no iba a aceptar más evasivas. Ya no podía seguir manteniendo este juego de preguntas sin respuestas. Abrí la puerta, mi corazón acelerado pero mi voluntad firme.
Él estaba en el salón, leyendo como siempre, con esa apariencia tranquila que solía desarmarme, pero hoy no me iba a dejar engañar. Me quedé observándolo unos segundos, sintiendo cómo mi enojo crecía con cada movimiento indiferente que hacía. Finalmente, decidí romper el silencio.
—Necesitamos hablar —dije, mi voz resonando con determinación.
Zacarías levantó la mirada, sus ojos oscuros buscándome con una mezcla de curiosidad y cautela. Cerró el libro y lo dejó a un lado, inclinándose levemente hacia adelante.
—Te escucho —respondió, su tono tan calmado que me enfureció aún más.
Me senté frente a él, cruzándome de brazos mientras buscaba las palabras adecuadas para empezar. Pero al final, fue mi frustración la que habló por mí.
—No puedo seguir así —comencé, sin tratar de ocultar el enojo en mi voz—. No puedo seguir sintiendo que estoy caminando en círculos, esperando que me digas algo que sé que estás ocultando. Ya es suficiente, Zacarías. Necesito respuestas, y las necesito ahora.
Su expresión permaneció tranquila, pero había algo en sus ojos que delataba una tensión interna. Era como si mis palabras estuvieran alcanzando algo dentro de él, pero aún no estaba dispuesto a dejarlo salir.
—Alexandra —comenzó, su voz suave—. Sé que estás frustrada, pero hay razones por las que no puedo decirte todo.
Me incliné hacia adelante, sin dejar que su tono me calmara.
—¿Razones? —repliqué, mis palabras llenas de incredulidad—. ¿Qué razones podrían justificar que me dejes en la oscuridad? ¿Es porque no confías en mí, Zacarías? Porque eso es lo que parece.
Él negó con la cabeza, su expresión cambiando ligeramente. Ahora parecía más conflictuado, casi vulnerable.
—No es falta de confianza —respondió, su voz apenas un susurro—. Es... más complicado que eso.
Solté una carcajada seca, incapaz de contener mi molestia.
—Complicado —repetí, cruzándome de brazos nuevamente—. Claro, todo siempre es complicado contigo. Pero, ¿sabes qué? Ya no me importa lo complicado que sea. Quiero saber la verdad, Zacarías. Sea lo que sea, estoy preparada para escucharla.
Sus ojos se oscurecieron por un momento, como si una sombra pasara por ellos. Pero aun así, no dijo nada. Su silencio me estaba destrozando.
Me levanté de mi asiento, sintiendo cómo la tensión en mi cuerpo alcanzaba su límite.
—Si no quieres hablar, entonces encontraré la manera de descubrirlo por mi cuenta —solté, mi voz firme pero cargada de emoción—. Porque no puedo seguir viviendo con esta incertidumbre. Ya es suficiente.
Me di la vuelta y caminé hacia la puerta, pero su voz me detuvo.
—Alexandra, espera —dijo, su tono más bajo, casi suplicante.
Me detuve, pero no me giré. Él tenía que ser quien rompiera el muro esta vez.
—¿Qué quieres decirme? —pregunté, manteniendo mi mirada fija en la puerta.
El silencio que siguió fue breve, pero se sintió como una eternidad. Finalmente, su voz volvió a llenar el espacio.
—No estoy listo para contarte todo... pero prometo que lo haré. Solo dame tiempo.
Respiré hondo, sintiendo que la frustración no se desvanecía del todo, pero al menos había un avance. Sabía que esto no sería sencillo, pero estaba decidida a no rendirme. Zacarías tenía que enfrentar la verdad, tanto para mí como para él.
—Tiempo, Zacarías —respondí, girándome para mirarlo—. No te pido perfección, pero necesito saber que este tiempo no será una excusa para seguir evitando lo que tienes que decirme.
Él asintió, su expresión seria.
—Lo entiendo —dijo finalmente—. Y te lo prometo, Alexandra, cuando llegue el momento... lo sabrás todo.
Aunque no estaba completamente satisfecha, decidí darle el espacio que pedía. Pero esta vez sería diferente. Esta vez, yo controlaría el tiempo. Decidí confiar en alguien mas, en aquella persona que siempre estaba conmigo en todo lo relacionado a mi vida.
El teléfono sonó un par de veces antes de que la voz de Matt llenara el silencio. Era un sonido cálido y familiar, el tipo de voz que siempre lograba calmarme, incluso en los momentos más tensos.
—Hola, cariño —dijo Matt, su tono genuino como siempre—. Qué sorpresa tu llamada. ¿Todo bien?
Cerré los ojos por un instante, intentando reunir las palabras. La conversación no iba a ser sencilla, pero él siempre había sido alguien en quien podía confiar, incluso cuando no estaba segura de cómo empezar.
—No exactamente —admití, tratando de mantener mi voz tranquila—. Necesito hablar contigo sobre algo... bueno, sobre alguien. Zacarías.
Matt guardó silencio por unos momentos. No era la primera vez que hablaba de él, pero el peso en mis palabras seguramente lo había tomado por sorpresa.
—¿Zacarías? —repitió, con un ligero matiz de curiosidad en su voz—. ¿Qué pasa con él, cariño?
Me pasé una mano por el cabello, sintiendo cómo la frustración que llevaba acumulando comenzaba a filtrarse en mi tono.
—Es complicado. Hay cosas en él que no entiendo. Es tan... reservado. Cada vez que intento que se abra conmigo, se cierra aún más. Y hoy, simplemente sentí que ya no puedo más. Necesito respuestas.
Matt soltó un leve suspiro, su voz bajando un poco, como si intentara ser aún más reconfortante.
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Editado: 09.09.2025