El día transcurrió como en un estado de neblina. Aunque intentaba seguir mi rutina habitual, no podía sacudirme la sensación opresiva que había dejado el sueño. Cada vez que cerraba los ojos, veía a Zacarías siendo separado de mí, su desesperación resonando como un eco interminable en mi mente. Pero no era solo el sueño. Era algo más, algo que parecía estar entre nosotros como un velo invisible.
Regresé al departamento al anochecer, cargada con la tensión acumulada de un día difícil. Al abrir la puerta, encontré a Zacarías sentado en la sala, su figura iluminada solo por la tenue luz del atardecer que se filtraba a través de las cortinas. Había un libro en su regazo, pero su mirada estaba fija en algún punto indefinido, como si estuviera perdido en sus propios pensamientos.
Cuando entré, levantó la vista, y una leve sonrisa apareció en su rostro, tan cálida y familiar como siempre. Pero algo en su expresión me detuvo, una sombra apenas perceptible que me hizo dudar.
—Hola —dije suavemente, dejando mis cosas a un lado.
—Hola, Alex. —Su voz era tranquila, pero había un peso en sus palabras que no lograba descifrar.
Nos quedamos en silencio por un momento, el aire entre nosotros cargado de algo que ninguno parecía dispuesto a nombrar. Finalmente, me acerqué y tomé asiento frente a él, sintiendo cómo mi corazón comenzaba a latir más rápido.
—Tuve un sueño anoche —solté de golpe, mi voz más firme de lo que esperaba.
Zacarías me miró con atención, cerrando el libro y dejándolo a un lado.
—¿Un sueño? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia mí—. ¿De qué trataba?
Tomé aire, intentando calmarme antes de continuar.
—Era sobre nosotros. Estábamos juntos, pero alguien... alguien nos separaba. Te encerraron en una habitación, y no pude alcanzarte. Me dijeron que no podíamos estar juntos. —Mi voz tembló al recordar las palabras exactas, pero me obligué a mantener la mirada fija en él—. Fue tan real, Zacarías. No puedo sacudirme la sensación de que hay algo que no sé, algo que estás ocultando.
Hubo un destello en sus ojos, algo que desapareció tan rápido como había aparecido. Se recargó en el respaldo del sillón, cruzando los brazos mientras me estudiaba en silencio.
—Alexandra... —comenzó, su tono más bajo ahora—. Hay cosas de mí que son complicadas, cosas que no quería que te preocuparan.
—No es suficiente —lo interrumpí, sintiendo cómo la frustración comenzaba a ganar terreno—. Estoy cansada de sentir que hay un muro entre nosotros. Si esto es real, si lo que tenemos importa, entonces merezco saber la verdad.
Sus facciones se endurecieron, pero no de manera hostil. Parecía debatirse internamente, como si las palabras que necesitaba decir estuvieran atrapadas en algún lugar dentro de él.
—Si te lo digo, cambiará todo —dijo finalmente, su voz apenas un susurro—. No puedo prometerte que entenderás lo que soy, pero tampoco quiero perderte por no intentarlo.
Mis manos temblaron sobre mis piernas mientras lo miraba, esperando, sintiendo que lo que estaba a punto de decir redefiniría todo lo que creía saber.
—Alexandra... —murmuró finalmente, pero su voz se apagó, como si estuviera eligiendo con demasiado cuidado cada palabra.
Esperé, mi corazón latiendo con fuerza mientras él volvía a hablar.
—Hay cosas que no puedo explicarte... no todavía —continuó, su tono bajo, casi inaudible—. Pero lo que viste... lo que soñaste... no es algo que deberías ignorar.
Su confesión, aunque incompleta, hizo que un escalofrío me recorriera. Mi garganta se secó, pero no podía dejar pasar lo que acababa de decir.
—¿No es solo un sueño? —pregunté, mi voz temblando pese a mis esfuerzos por mantenerme firme.
Zacarías desvió la mirada por un momento, sus ojos perdiéndose en las sombras de la habitación. Sus dedos se movieron inquietos, como si estuviera librando una batalla interna que no podía ganar. Finalmente, volvió a mirarme, y en su expresión no había más calma, solo algo que parecía una mezcla de resignación y culpa.
—No puedo decirte más... pero tienes que confiar en mí —dijo, inclinándose ligeramente hacia adelante—. Lo que está pasando... lo que sientes... tiene un propósito. Solo que aún no estás lista para entenderlo.
—¿Lista para entender qué? —insistí, incapaz de contener la frustración que comenzaba a crecer en mi interior—. Zacarías, esto no tiene sentido. Si hay algo que debo saber, si hay algo que me está afectando, merezco la verdad.
Él cerró los ojos por un instante, como si la presión de mis palabras fuera demasiado. Cuando volvió a abrirlos, su mirada estaba cargada de algo que no lograba identificar: no era solo tristeza, no era solo preocupación. Era algo más profundo, algo que parecía arrancarle la esencia misma de su ser.
—A veces, el amor no es suficiente para proteger a las personas de lo que no pueden ver —dijo finalmente, sus palabras cayendo como un peso en el silencio de la habitación.
Quise responder, exigirle más, pero las palabras se atoraron en mi garganta. Todo en mí me decía que estaba tocando algo que iba más allá de lo que podía comprender, algo que no estaba preparada para enfrentar. Pero al mismo tiempo, sabía que no podía seguir así, atrapada entre la incertidumbre y los secretos que él se negaba a revelar.
Zacarías se levantó entonces, su figura alta y serena recortándose contra la tenue luz del atardecer que se filtraba por la ventana. Dio unos pasos hacia la ventana, cruzando los brazos mientras contemplaba la ciudad más allá del cristal.
—Solo quiero protegerte, Alexandra. Pero a veces, proteger significa también guardar silencio —dijo, sin girarse para mirarme.
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, y yo me quedé allí, sentada, luchando con las emociones que se arremolinaban dentro de mí. Si lo que decía era cierto, ¿qué tan grande era el peligro que intentaba ocultarme? Y si no podía confiar en lo que él no decía, ¿cómo podría seguir confiando en lo que sí decía?
#762 en Fantasía
#3452 en Novela romántica
novela romántica, novela romantica de misterio, fantasía drama romance acción misterio
Editado: 09.09.2025