Los días pasaron con una monotonía inquietante. Después de quedarme en casa de Matt por un tiempo, finalmente había decidido volver a la mía. Necesitaba enfrentar la realidad, incluso si eso significaba enfrentar también la soledad que parecía esperarme tras cada rincón. Zacarías no estaba. No había dejado ninguna señal, ningún rastro de lo que había pasado la última vez que lo vi. Y aunque trataba de convencerme de que él estaría bien, no podía evitar sentir el peso de su ausencia.
La mañana comenzó como cualquier otra, pero esta vez había algo diferente: hoy sería mi primer día volviendo al trabajo después de todo lo que había ocurrido. Mientras me preparaba, dejé que la rutina me guiara, intentando no pensar demasiado. Café, ducha, ropa cómoda pero profesional. Nada fuera de lo habitual, pero el simple hecho de moverme a través de esos pasos me ayudó a mantener la mente ocupada.
Cuando llegué a la oficina, las caras familiares me saludaron con una mezcla de entusiasmo y curiosidad. Todos habían notado mi ausencia, pero nadie parecía atreverse a preguntarme directamente qué había pasado.
—¡Alexandra! —dijo Juani, una de mis compañeras más cercanas, mientras se levantaba de su escritorio—. Qué bueno verte de vuelta. Te extrañamos.
—Gracias, Juani —respondí, esforzándome por sonreír de manera convincente—. Yo también los extrañé... aunque no sé si extrañé el caos de siempre.
Ella río suavemente, y por un momento, todo pareció normal. Pero sabía que no podía escapar de las preguntas por mucho tiempo.
Me dirigí a mi escritorio, dejando mi bolso en la silla y encendiendo la computadora. Los correos acumulados eran un recordatorio de cómo la vida había seguido adelante mientras yo estaba atrapada en mi propio torbellino personal. Respiré profundamente antes de comenzar a revisarlos.
—¿Estás bien? —preguntó de repente, acompañándome a mi oficina.
Levanté la vista, encontrando su mirada preocupada.
—Sí, solo... cosas de la vida, ya sabes —respondí, intentando sonar casual.
—Si necesitas hablar, ya sabes dónde estoy —dijo, su voz suave pero sincera.
Asentí, agradecida por su apoyo, incluso si no estaba lista para compartir todo lo que había sucedido. La verdad era que no sabía cómo explicar lo inexplicable, y tampoco sabía si quería intentarlo.
El día en la oficina paso con la misma mezcla de rutina y desconexión. Trabajar me mantenía ocupada, me daba una excusa para ignorar el vacío que se sentía al volver a casa y no encontrar a Zacarías. Pero incluso en los momentos más tranquilos, cuando las tareas eran mundanas y mecánicas, no podía evitar que mi mente se desviara hacia él. Sus últimas palabras, la intensidad en su mirada, seguían grabadas en mí como si las hubiera escuchado hace solo minutos.
Juani se había convertido en mi refugio en el trabajo. No hacía preguntas innecesarias, no intentaba presionarme. Simplemente estaba ahí, con sus comentarios rápidos y su capacidad de hacerme reír en los momentos más inesperados. Pero incluso su compañía no llenaba el hueco que sentía cuando me encontraba sola, frente a mi computadora o al final del día en casa.
Mientras revisaba un informe que apenas lograba mantener mi atención, sentí su presencia detrás de mí.
—Tienes cara de estar aburrida a morir —dijo Juani, apoyándose casualmente en mi escritorio.
Sonreí levemente y me recosté en mi silla.
—¿Eso es tan obvio? —pregunté.
Ella se río, agitando una mano.
—Oh, totalmente. Vamos, Alex, vámonos a almorzar. Necesitas despejarte un poco.
Acepté sin pensarlo demasiado. Salir de la oficina, aunque fuera por un rato, se sentía como una pequeña victoria. Caminamos hasta una cafetería cercana, y durante el trayecto, llenó el silencio con historias sobre su gato y sus desventuras tratando de entrenarlo para que no saltara sobre la mesa. Era refrescante escuchar algo tan simple, tan ajeno a lo que había ocupado mi vida últimamente.
En la cafetería, mientras esperábamos nuestros pedidos, ella finalmente me miró con algo más de seriedad.
—Sé que no quieres hablar de eso —dijo—, pero estoy aquí si lo necesitas. No tienes que cargarlo todo sola, ¿sabes?
Mis labios se apretaron, y por un momento, consideré decir algo, compartir siquiera una pequeña parte de todo lo que estaba ocurriendo. Pero, ¿cómo le explicas a alguien algo que ni siquiera tú entiendes por completo?
—Gracias, Juani. De verdad, gracias. Pero estoy bien... por ahora.
Ella asintió, sin presionarme más, y dejó que el tema quedara ahí. Sin embargo, su gesto, su disposición a escuchar, me hizo sentir un poco menos sola, incluso si no podía contarle la verdad.
Al final del día, cuando regresé a casa, el silencio me recibió una vez más. Dejé mis cosas junto a la puerta y me dirigí al sofá, dejando escapar un suspiro mientras me dejaba caer. Encendí una lámpara, la luz cálida llenando la habitación, pero no lograba eliminar esa sensación de vacío que se había instalado en mi pecho.
A veces, en momentos como estos, sentía que podía escuchar a Zacarías. No su voz, pero algo más... como un eco en mi mente, una sensación de que estaba allí, de que aún estábamos conectados, incluso si no sabía dónde estaba ni qué estaba enfrentando. Esa conexión me mantenía firme, incluso cuando el resto de mi vida parecía tan incierto.
Me encontré reflexionando sobre todo lo que había pasado. La rutina había sido un respiro, pero no podía ignorar las preguntas sin respuesta, las piezas del rompecabezas que seguían faltando. Y aunque no quería admitirlo, no solo extrañaba a Zacarías. También extrañaba la presencia constante de Matt, su manera de estar ahí sin juzgar, sin presionar, solo siendo... él.
Entré en mi departamento y cerré la puerta detrás de mí, dejando que el silencio me envolviera. Había vuelto a la rutina, pero sabía que esto era solo temporal. Había algo más esperándome, algo que aún no podía definir. Y aunque el peso de la soledad era difícil de ignorar, me aferré a la pequeña certeza de que no estaba completamente sola. Al menos, no del todo.
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Editado: 09.09.2025