¿será solo un Sueño? (la historia de Alexandra)

Capitulo 36 Una caricia

Mientras la noche seguía su curso, mientras di miles de vueltas en la cama para lograr dormir, lo sentí, el primer indicio de que no estaba sola fue la caricia. Suavidad en mi piel, un roce delicado que me hizo despertar con una sensación de paz que no había sentido en semanas. Mi cuerpo aún estaba atrapado en la somnolencia, pero mi mente reconoció de inmediato que algo había cambiado.

Abrí los ojos lentamente, dejando que la luz de la calle me guiara de regreso a la realidad. Y ahí estaba él.

Zacarías.

Sentado junto a mí, mirándome con una sonrisa tranquila, sus ojos reflejando una calidez que no había visto en mucho tiempo. Su presencia era tan real, tan tangible, que el aire pareció detenerse por un instante.

Mi cuerpo reaccionó antes de que mi mente pudiera procesarlo. Me incorporé de golpe, sin dudarlo, y me lancé hacia él, envolviendo mis brazos alrededor de su cuerpo con una urgencia que me tomó por sorpresa.

Él me recibió sin titubear. Sus brazos me rodearon con la misma intensidad, como si supiera exactamente cuánto lo había necesitado.

Mi pecho se apretó al sentir el olor de su piel, la firmeza de su abrazo, la manera en que sus dedos se aferraban a mí con tanta certeza. Durante demasiado tiempo, su ausencia había sido un vacío imposible de ignorar. Y ahora, ahora estaba aquí.

—Pensé que nunca volverías —murmuré contra su cuello, mi voz temblando.

Sentí su exhalación cerca de mi oído antes de que su voz llegara, baja, íntima.

—Nunca me fui del todo, Alex —susurró—. Solo necesitaba encontrar el camino de regreso.

Mis brazos se estrecharon aún más alrededor de él, como si quisiera fusionarme con su presencia, con la certeza de que estaba de nuevo conmigo. No me importaba el cómo ni el por qué, no aún. Solo quería quedarme aquí, en este momento, dejando que su existencia ahuyentara el peso de las noches en que su ausencia me había consumido.

Zacarías deslizó una mano sobre mi espalda, su tacto tan seguro como siempre, y me dio un leve apretón, como si quisiera recordarme que estaba realmente aquí, que podía confiar en este instante.

Y por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía respirar.

El latido de su corazón contra mi pecho era la confirmación de que esto era real. Que no estaba soñando. Que él estaba aquí, después de tanto tiempo sintiendo su ausencia como un hueco imposible de llenar. No quería soltarlo. No quería moverme, por miedo a que si lo hacía, todo se desvaneciera y volviera a la soledad que había estado habitando desde su partida.

Mi rostro aún estaba contra su cuello cuando logré murmurar:

—¿Cómo volviste?

Zacarías inhaló profundamente, su pecho elevándose contra el mío antes de que soltara el aire en un suspiro bajo, como si mis palabras lo hicieran consciente del peso del momento.

—Las luces me guiaron a casa —respondió.

Mi cuerpo se tensó ligeramente al escuchar la frase que me había perseguido en sueños, en pensamientos, en señales que no entendía. Me separé lo suficiente para mirarlo a los ojos, buscando respuestas en ellos.

—Me guiaron a ti —continuó, su voz baja pero cargada de emoción.

Las luces. Siempre las luces.

Me mordí el labio, tratando de entender todo lo que eso significaba, tratando de unir las piezas, pero era imposible hacerlo en ese instante. Lo único que realmente podía procesar era el calor de su piel, la intensidad con la que me sostenía, la certeza en sus palabras.

—No entiendo, Zac... —dije, mi voz quebrándose.

Él levantó una mano y la colocó en mi mejilla, su pulgar rozando mi piel con una suavidad que me hizo cerrar los ojos por un instante.

—Lo harás cuando sea el momento —susurró—. Ahora solo quiero estar contigo.

Su declaración dejó un eco dentro de mí, como si fuera la única verdad que importaba ahora. No necesitaba respuestas en este momento. Solo necesitaba su presencia, su cuerpo cerca del mío, el peso de su realidad envolviéndome.

Sin decir nada más, Zacarías se movió. Sus brazos se ajustaron alrededor de mí, y antes de que pudiera reaccionar, me levantó con facilidad, como si cargarme no fuera más difícil que sostener el aire mismo. Instintivamente rodeé su cuello con mis brazos, mi cuerpo apoyado contra el suyo mientras él se acomodaba en la cama conmigo sobre el.

Cuando nos dejamos caer sobre el colchón, el mundo pareció reducirse a este instante. La suavidad de las sábanas bajo nosotros, el calor de nuestros cuerpos juntos, su mano aún aferrada a mí, como si temiera soltarme.

—Dormí sin ti demasiado tiempo —dijo suavemente—. No quiero volver a hacerlo.

Su confesión se asentó en mí como un ancla, y sin pensarlo dos veces, me acerqué más, envolviendo su cintura con mis brazos, mi cabeza apoyada contra su pecho.

—Entonces quédate —murmuré, sin poder controlar el temblor en mi voz.

Zacarías exhaló nuevamente, su mano recorriendo mi espalda en un gesto suave, pausado, como si estuviera memorizando cada parte de mí.

—Siempre lo haré, Alexandra.

Y mientras la noche avanzaba y la calma se instalaba entre nosotros, supe que esta vez, sus palabras eran más que una promesa.

Eran una verdad.

Zacarías me miraba con una intensidad que hacía que el resto del mundo desapareciera. Su mano seguía en mi mejilla, su pulgar trazando pequeños círculos que enviaban una corriente cálida por todo mi cuerpo. No podía apartar la mirada de sus ojos, esos ojos que siempre parecían contener más de lo que decían.

—No sabes cuánto te extrañé —dije, mi voz apenas un susurro.

Él sonrió, una sonrisa suave, casi melancólica, y se inclinó hacia mí. Su frente tocó la mía, y por un momento, todo se sintió en equilibrio.

—Yo también te extrañé, Alex —respondió, su voz baja, cargada de emoción—. Cada día, cada noche... no había un momento en el que no pensara en ti.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no las dejé caer. En lugar de eso, me acerqué más, dejando que nuestras respiraciones se mezclaran. Su mano se deslizó hacia mi cuello, y el calor de su toque me hizo cerrar los ojos.




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