La luz de la mañana llenaba la habitación con un resplandor cálido, suavizando las sombras y envolviéndonos en una calma reconfortante. Zacarías estaba a mi lado, su brazo rodeándome con la misma firmeza con la que lo había hecho durante toda la noche. No podía evitar mirarlo mientras seguía dormido; su rostro tranquilo, su respiración pausada, todo en él era una confirmación de que esto era real.
El mundo seguía girando fuera de estas paredes, pero en este momento, parecía que éramos los únicos que existían. Finalmente, sentí que debía decir algo, que las preguntas que habían estado acumulándose en mi mente no podían esperar más.
—Zac —murmuré, tocando ligeramente su brazo para atraer su atención.
Él se movió, su cuerpo girándose hacia mí mientras sus ojos aún adormecidos me miraban con ternura.
—¿Qué pasa, Alex? —preguntó, su voz baja, cargada con esa tranquilidad que siempre traía consigo.
Respiré profundamente, buscando las palabras.
—Hay algo que no me estás diciendo —dije finalmente—. Lo siento en ti, en la forma en que me miras, en cómo hablas.
Zacarías se quedó en silencio por un momento, su mirada perdida en el techo como si estuviera organizando sus pensamientos.
—No quiero que te preocupes —dijo finalmente, su tono lleno de ternura pero también de cautela.
—Eso no ayuda —respondí, apretando su mano para reforzar mis palabras—. Necesito saber qué está pasando.
Zacarías giró hacia mí completamente, su rostro quedando tan cerca del mío que podía sentir su aliento contra mi piel.
—Alexandra —dijo, pronunciando mi nombre con una intensidad que me hizo contener la respiración—. Hay cosas sobre ti, sobre nosotros, que no son lo que parecen.
Mi pecho se apretó, y aunque quería preguntar más, me quedé en silencio, esperando que continuara.
—Cuando te conocí, supe que había algo especial en ti —continuó—. Algo que iba más allá de lo que podía entender. Pero no fue hasta que me alejé que comencé a ver las piezas con claridad.
—¿Qué piezas? —pregunté, mi voz temblando ligeramente.
Zacarías tomó mi rostro entre sus manos, sus ojos buscando los míos con una intensidad que me dejó inmóvil.
—Eres más de lo que crees, Alex —dijo—. Hay algo en ti, algo que siempre ha estado ahí, pero que no has visto completamente.
Las palabras resonaron en mi mente, y aunque no entendía del todo lo que significaban, sentí que eran verdad.
—¿Qué soy? —pregunté, mi voz apenas un susurro.
Zacarías exhaló lentamente, como si estuviera preparándose para decir algo que había estado guardando por mucho tiempo.
—Eres una guía, Alex —dijo finalmente—. Alguien que está destinado a conectar mundos, a llevar luz donde hay oscuridad.
Mi mente se llenó de preguntas, pero antes de que pudiera formular alguna, Zacarías continuó.
—Y no estás sola en esto —dijo—. Siempre has tenido a alguien contigo, incluso cuando no lo sabías.
—¿A qué te refieres? —pregunté, mi voz temblando.
Zacarías me miró con una mezcla de amor y tristeza, como si lo que estaba diciendo fuera tan difícil para él como lo era para mí escucharlo.
—Tienes dos guardianes, Alex —dijo—. Uno que te protege desde la luz, y otro que te guía desde las sombras.
Las palabras se asentaron en mi pecho como un peso imposible de ignorar.
—¿Guardianes? —repetí, mi mente luchando por entender.
Zacarías asintió, su mirada firme.
—Siempre han estado contigo, incluso cuando no podías verlos. Y ahora, están empezando a revelarse.
El silencio que siguió fue abrumador, pero no incómodo. Era el tipo de silencio que traía consigo más preguntas que respuestas, pero también una certeza: mi vida estaba cambiando, y no había vuelta atrás.
Zacarías me abrazó con fuerza, su cuerpo envolviéndome como si quisiera protegerme de todo lo que estaba por venir.
—No importa lo que pase —susurró—. Estoy contigo, Alex. Siempre.
Y mientras el sol seguía ascendiendo, iluminando el nuevo día, supe que este era solo el comienzo de algo mucho más grande.
El peso de sus palabras aún flotaban en el aire, como si no hubieran terminado de asentarse en mí. Guardianes. Conectar mundos. Llevar luz donde hay oscuridad.
Todo lo que había sentido en las últimas semanas, todos los signos que parecían apuntar a algo mayor, ahora tenían un significado que no terminaba de comprender. Mi cuerpo seguía pegado al suyo, envuelta en la calidez de su abrazo, pero mi mente ya había comenzado a moverse en todas direcciones.
Finalmente, me separé lo suficiente para mirarlo. Su expresión seguía firme, pero había algo en su mirada que indicaba que aún no me había dicho todo.
—Esto no tiene sentido —murmuré—. ¿Cómo es posible que toda mi vida haya sido esto y yo no lo haya sabido?
Exhaló lentamente, su pulgar trazando una línea en mi mejilla mientras me observaba.
—Porque así debía ser —respondió—. Algunas verdades solo se revelan cuando estamos listos para verlas.
Me pasé una mano por el cabello, frustrada. —¿Y cómo sé si estoy lista?
Sonrió levemente, ese tipo de sonrisa que siempre lograba tranquilizarme.
—Porque ya lo estás preguntando.
Sus palabras me hicieron soltar una risa baja, aunque cargada de incredulidad.
—Eso no es suficiente, Zac. Necesito pruebas, necesito entender lo que esto significa.
Su expresión cambió entonces, su mirada oscureciéndose ligeramente.
—Ya lo has visto, Alex. Solo que no te has dado cuenta.
Mi cuerpo se tensó. —¿Qué?
Se movió, tomándome de la mano y entrelazando sus dedos con los míos.
—Has sentido las luces. Has visto los mensajes. Has escuchado los susurros. Todo eso es parte de lo que eres.
Mi respiración se aceleró ligeramente.
—Pero... ¿los guardianes? —pregunté, sintiendo cómo cada pregunta abría una puerta más grande dentro de mí—. ¿Dónde están?
Sonrió, pero esta vez su sonrisa tenía algo más... algo enigmático. —No estás mirando en la dirección correcta.
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Editado: 09.09.2025