Yo sabía que aquel viajero se tenía que marchar por eso me hice el dormido cuando pronunció mi nombre:
—Tyr...—susurró un par de veces.
Nunca nadie había pronunciado mi nombre con tanta dulzura. Estaba tan triste y me sentía tan sólo que ni siquiera me molesté en prepararme el desayuno. Sabía que tenía que comenzar con mis quehaceres de rutina pero solo me quedé allí, sentado, mirando el fuego crepitar y suspirando.
El vacío de la habitación me humedecía los ojos. Recordaba el sueño de la noche anterior una y otra vez. Ese abrazo que aquel viajero me daba había sido tan dulce que había llorado al despertar. Pero entonces algo llamó mi atención y miré a través del cristal escarchado de la ventana. Alguien se aproximaba hacia la cabaña, dejando profundas huellas en la nieve plateada. Caminaba presuroso y sonriente y a su lado un enorme perro negro lo seguía dando brincos de alegría. Creí que era una visión cuando reconocí su rostro. Salí corriendo hacia él.
La mañana invernal me hizo tiritar y los pies descalzos en la nieve se me congelaron pero no me importó. Cuando llegué a él, frené mi impulso de abrazarlo. Pero él fue más rápido y me envolvió entre sus brazos. Tiritando de frío y de emoción recordé el sueño. Sin decirnos nada comenzamos el camino hacia la casa y mientras entrábamos, noté que él elevaba brevemente su mirada al cielo y pude leer en sus labios un silencioso gracias...
Esa misma noche me confesó que había sido un Serafín pero que ahora era un humano..., un humano enamorado...
—Mi caso está en revisión, y probablemente me expulsen de mi hogar por revelarme...— me dijo mientras me abrazaba. Y con timidez, me besó en los labios.
—Éste es tu hogar ahora...— le susurré —No debes preocuparte.
— No lo haré...— me dijo— Esta puede ser la primera vez que un ángel y un humano se enamoran pero estoy seguro que no será la última. Y el Amor es lo más justo que existe. Y el Padre Creador ama la justicia...