El hombre entra al despacho como si él fuese el dueño. Sus movimientos son tranquilos y confiados. Camina hacia adelante y se sienta imponentemente en una silla en frente de mí. Me mira detenidamente. Parece que me está poniendo un precio.
Da la impresión de que él es el que me atiende, y no al revés.
-¿Cuántos años tienes? –pregunta de repente.
Su voz suena ronca, agrietada. Y el tono es tan extraño que prefiero morderme la lengua para no decirle enseguida que tengo veintidós años.
-Tengo la edad suficiente para que Svetlana Viktorovna me confíe la atención de los pacientes –respondo tranquilamente–. Estoy capacitada para realizar un chequeo médico.
-Bueno, vamos a comprobarlo –sonríe con ironía y añade–: Estoy hablando de tus habilidades.
Su mirada es pesada. Sombría. Probablemente es por el color de sus ojos. Son absolutamente negros. Sin siquiera un reflejo de luz.
¿Y cómo tienen que ser los ojos de un criminal que cumple una condena en una cárcel de régimen cerrado?
No me gusta cómo me mira. No aparta la mirada ni por un segundo.
Bueno, no importa. Haré mi trabajo y nada más. No tengo de que preocuparme. Hay unos guardias de seguridad detrás de la puerta. Lo han acompañado hasta la enfermería. También hay cámaras de seguridad en el despacho. Apenas tengo que lanzar un grito, y ellos en seguido irrumpirán al despacho.
Repaso en mi mente las medidas de seguridad que hay aquí. Esto me ayuda a respirar tranquilamente.
-¿Desde hace cuánto tiempo atiendes a los hombres? –pregunta el reo fríamente.
¡Vaya, que pregunta!
-Un médico debe atender a los pacientes de ambos sexos –involuntariamente me encojo de hombros–. Me dijeron que usted tenía un dolor agudo en el área del pecho, pero a juzgar por su comportamiento, el problema ya está solucionado.
Él guarda silencio. Sigue examinándome con su mirada. Abiertamente. Descaradamente. En sus ojos negros se encienden unas chispas, que me asustan aún más.
Todo esto es muy extraño. El reo se comporta de una manera descarada. Y el hecho de que Svetlana Viktorovna salió tan de repente, en el último momento, también parece sospechoso.
-Taya, estoy segura de que puedas manejarlo –me dijo la doctora–. Hay que atender solamente a un paciente. A Ruslán Black. Nunca causó problemas.
Presiono el botón de emergencias. Ya que el paciente no tiene quejas, que lo lleven de vuelta a su celda.
Si me hubieran dicho hace una semana que iba a pasar la práctica pre profesional en una cárcel, lo habría considerado una broma tonta.
-Por supuesto, tienes derecho a negarte –me dijo el curador–. Pero entonces no puedo garantizar que termines bien el semestre. Y esto podrá tener consecuencias más graves. Incluso te pueden expulsar de la universidad.
-Voy a hacer la pasantía en una clínica de mi barrio. Ya he presentado mi solicitud. No participé en la distribución de la universidad.
-Ya discutimos esto –hizo un gesto con las manos–. No hemos podido encontrar su solicitud. Por lo tanto, la secretaria te ha asignado automáticamente un lugar para pasar tu práctica pre profesional.
Entendía muy bien la razón por la cual mi solicitud se "había perdido" a propósito. Y también sabía que no podía probar nada.
O aceptaba el trabajo en el sitio asignado o me iban a expulsar. Y no podía permitirlo. Mis padres estaban muy felices cuando he logrado ingresar a la universidad. Ya tienen suficientes problemas. No puedo abandonar los estudios.
-¿Dónde se encuentra la cárcel? –pregunté en voz baja.
-No muy lejos de la ciudad –respondió el curador–. Es una cárcel modelo. Tienen un gran sistema de seguridad. Todo un ejército de guardias de seguridad. La enfermería se encuentra en un edificio aparte. No hay amenaza, de lo contrario no te enviaríamos allí. La universidad no arriesga su reputación. No necesitamos una mala fama. Trabajarás de enfermera durante dos semanas y eso es todo. Luego estarás libre.
He tenido una conversación sobre mi pasantía únicamente con mi mejor amiga. Era difícil quedarme callada, pero no me atrevía hablar sobre eso con mis padres. No quería dejarlos preocupados.
-¿Acaso estás loca? –exclamó Katia–. Taya ¿te das cuenta en qué te estás metiendo? Son todos unos delincuentes, matones. Estarán tras las rejas por alguna razón. No quiero ni pensar en los crímenes que hayan cometido. Imagínate de lo que son capaces estando en prisión sin poder ver a una mujer por mucho tiempo. Y de repente apareces tú, una chica joven y hermosa.
-Trabajaré como enfermera. Solo tendré que aguantar dos semanas, y luego mi periodo de práctica va a terminar.
-Taya, piénsalo bien, por favor.
-Ya no puedo decir que no –sacudí la cabeza–. Katia, o hago la pasantía, o me expulsan de la universidad. Suena espeluznante, pero he averiguado todo sobre las condiciones.
-Ah, Taya, ¿y cuáles son las condiciones?
-Los médicos y las enfermeras trabajan en un edificio separado del resto de la prisión. Los guardias tienen todo bajo su control. También cuentan con un sistema moderno de videovigilancia. Vigilan cada rincón. En fin, intentaré no salir del despacho si no es necesario, para no llamar la atención de nadie.