-Ya le he explicado todo –digo mordiéndome nerviosamente el labio inferior.
Es inútil hablar con él. No le importa nada. A juzgar por su mirada, ni siquiera escucha mis palabras.
De nuevo me llena la desesperación. No sé cómo detener a este cabrón. Él no tiene frenos. Sus manos continúan toqueteando mi cuerpo. Y cuanto más me retuerzo, más fuerte es su agarre.
-¿Por qué no me escucha? –mi voz se quiebra por la emoción.
-Estoy pensando en que parte de mi cuerpo tu boca se vería mejor –responde en voz ronca.
Y de nuevo su mano cae sobre mi nuca. Con su otra mano me sigue sujetando por debajo de la cintura. Lo hace con tanta facilidad, como si no le costara ningún esfuerzo.
Sus grandes dedos acarician mi cabeza. Me agarra por el pelo y enseguida suelta. Tira y afloja. Una y otra vez. Por culpa de sus toqueteos esporádicos se me pone la piel de gallina.
Su mano desliza por mi cuello. Su pulgar acaricia lentamente mi garganta. Se mueve hacia abajo y se detiene en el huequito entre las clavículas.
Ahora puede sentir cómo late mi corazón. Locamente.
Una oscuridad brilla en sus ojos. Las venas en sus sienes están abultadas. Sus mandíbulas están fuertemente apretadas.
Su enorme mano de repente desciende a la parte baja de mi vientre. Sus dedos aprietan el cinturón de mis pantalones vaqueros. Fuertemente. Brutalmente. Haciendo que me atragante con mis sollozos.
En el siguiente instante me va a rasgar los pantalones vaqueros. Y aunque la tela es densa, en sus manos se va a deshacer fácilmente como una gasa. Este cabrón es fuerte. Y luego... No quiero ni imaginar lo que pasará luego.
Me estremezco de horror, pero no desvío la mirada. No sé por qué sigo mirando en sus terribles ojos. ¿Acaso aún tengo la esperanza de poder explicarle todo y hacer que se detenga? ¿Es posible?
Mis labios tiemblan. Todo mi cuerpo está temblando como si tuviera fiebre.
-Continuaremos por la noche –dice de repente.
Y me suelta. Da un paso hacia atrás.
Rápidamente me arreglo la ropa y me pongo la bata. Me abrazo a mí misma tratando de calmar un poco mis nervios.
-¿Por qué estás temblando? –sonríe irónicamente.
Dejó de toquetearme, pero me mira de tal manera que literalmente siento sus dedos sobre mi cuerpo.
-Estás libre hasta la noche –me dice sombríamente.
Y sale por la puerta.
Yo sigo de pie, aferrada a la pared. Y me quedo así por un largo rato. El temblor no se me pasa.
Este reo es capaz de cualquier cosa.
Respiro contando hasta cuatro. Hago una pausa. Exhalo, también contando hasta cuatro.
Esta técnica debería ayudarme a vencer el pánico. Pero pierdo la cuenta. No puedo respirar correctamente.
Tengo que salir de aquí. Ahora mismo. No esperaré hasta la noche para ver si este bastardo cumplirá sus amenazas.
Me siento en una silla.
¿Cómo puedo salir de aquí?
Muerdo mis labios. Me froto las sienes con mis dedos temblorosos. Tengo que concentrarme, debo pensar en una salida.
Saco mi teléfono móvil. Estoy tan nerviosa que me lleva unos minutos hacer una simple consulta. Miro el horario de autobuses y me quedo atónita. Resulta que por aquí pasa solamente un autobús. Una sola vez al día, por las mañanas.
Calma. Debe haber otra opción. Siempre puedo llamar un taxi. Ingreso a la aplicación. Espero a que algún conductor acepte mi orden.
Definitivamente no voy a pasar aquí la noche.
-Te vas a arrepentir, Taya, te vas a arrepentir muchísimo –una voz burlona suena en mi cabeza.
No tengo ninguna duda de que el que está detrás de toda esta pesadilla es Zhdánov. Nadie más podría hacerlo. Solo él tiene suficientes conexiones e influencia para poder causarme problemas.
¿Qué me dijo aquel día? Que tendré una cita inolvidable.
Andrey Zhdánov estudia en el mismo curso que yo. Aunque es difícil llamar lo suyo “los estudios”. Aparece en la universidad solo cuando están controlando la asistencia. Lo único que quiere es conseguir un diploma de médico. Afortunadamente, nunca va a atender a los pacientes. Sus padres ya le han comprado una clínica privada. Necesita un diploma para poder ser nombrado el director.
Zhdánov desde niño está acostumbrado a obtener lo que quiere. A juzgar por su reacción a mi negativa, escuchó la palabra “no” por primera vez en su vida. Cuando me invitó a una cita. Aun así, me negué de una manera educada. Una vez. La segunda. Para la tercera vez ya se me acabó la cortesía. Y sí, él se pasó de la raya.
-Deja de fingir –sonrió Zhdánov–. Sé que también quieres divertirte. Lo noto en un santiamén. Otras chicas enseguida saltan encima de mí, y tú te haces la difícil. Sube al coche. Vamos a dar un paseo.
No fueron solamente las palabras. También intentó arrastrarme a su coche.