Serás mía

3

Mi teléfono vibra y leo un mensaje que parpadea en la pantalla. “Desafortunadamente, no hay autos disponibles en su área. Intente subir el precio o repita  la solicitud más tarde”.

Ofrezco el precio más alto. Vuelvo a enviar la solicitud. Busco otra aplicación de taxis. Y una más. Alguien tiene que atenderme.

Muerdo los labios nerviosamente. Dejo mi teléfono sobre la mesa. Me abrazo a mi misma, tratando de dejar de temblar. El zumbido del teléfono hace que me dé un sobresalto. Cojo mi móvil y leo otra respuesta negativa. Ninguna de las tres aplicaciones me ayudó a encontrar un taxi. Tengo que llamar personalmente a un operador.

-Necesito un taxi –dicto la dirección–. Con urgencia.

Pausa.

-Señorita, ¿sabe a qué dirección está pidiendo un taxi? –por fin escucho la voz del operador–. Es una prisión.

-Lo sé, trabajo aquí –toso de emoción y agrego apresuradamente–: Soy la enfermera. Y necesito urgentemente ir a casa.

-Si trabaja allí, debe conocer las reglas de seguridad. Hay que tener un permiso especial para poder acceder al territorio.

-No estoy pidiendo que el taxi entre al territorio de la prisión. Me acercaré a la parada del autobús.

-Nosotros no atendemos esa zona.

El fin de la llamada.

Durante un rato me quedo mirando la pantalla que ya se puso negra. Me doy cuenta de que pedir un taxi realmente no era la mejor idea. Nadie vendrá por mí, los guardias simplemente no lo dejarán pasar.

Lo mejor es que hable con el director de la cárcel. Le contaré todo.

Mi mirada de repente cae sobre el botón de seguridad. Cuando lo había apretado, nadie acudió en mi ayuda.

Solo puede significar una cosa.

Las náuseas suben por mi garganta.

¿Con quién puedo hablar y qué le voy a decir?

No. Tengo que seguir pensando. Encontrar otra manera para poder huir.

Suena el móvil. En la pantalla parpadea: “Svetlana Viktorovna”. Atiendo la llamada.

-¿Qué estás haciendo? –me pregunta con enfado.

-¿Yo? –me quedo atónita, no encuentro las palabras adecuadas.

-¿Qué le dijiste? –continúa la doctora obviamente irritada–. Salió del despacho furioso, casi quería matar a los guardias. Pensé que eras más inteligente. ¿Acaso no entiendes que a un hombre como él no se le puede fastidiar?

-Le expliqué todo –respondo secamente–. Yo no soy la que estaba esperando. Y... quiero irme hoy.

-¿Qué dices? –está sorprendida por mi respuesta, y luego agrega firmemente–: No irás a ningún lado. Tienes dos semanas de práctica. Está escrito en el contrato. O escribiré una queja y te van a echar de la universidad en menos que canta un gallo.

¿De verdad cree que me quedaré aquí para pasar la práctica? ¿Qué pasaré la noche con aquel prisionero?

-Está bien –digo–. Puede quejarse si quiere. Yo estoy aquí por la pasantía. Y lo que usted está haciendo... Ni siquiera quiero saberlo. Me voy, eso es todo.

-¿Quién te permitirá salir de la cárcel? –pregunta bruscamente, y me da escalofríos–. No te pongas así. Lo mejor para ti sería hacer lo que Black desea.

-¿Qué? –me quedo sin palabras.

-Lo que oyes –responde inmutablemente Svetlana Viktorovna y continúa como si nada hubiera pasado–: Él necesitaba a una mujer, y tú necesitabas pasar la práctica. Era una coincidencia.

-Usted es una mujer –exclamo con indignación–. ¿Cómo puede decirme algo así?

-Black suele pagar bien. Te recompensará por... hmm… las molestias. No seas estúpida. No tienes nada que perder. Estando en libertad, este hombre ni siquiera te miraría. Eres demasiado flaca, huesuda. En fin, deja de tontear. Haz lo que él espera de ti. De lo contrario, te vas a arrepentir.

Hay un nudo en mi garganta que no puedo tragar. Todo lo que dice parece una broma estúpida. Una mujer adulta no puede decir todo eso.

-Te lo advierto –añade Svetlana Viktorovna–. Por las buenas. Black siempre logra lo que quiere. No estuvo con una mujer desde hace seis meses. Así que no lo cabrees.

Ella continúa hablando, pero ya no la oigo. El pánico se apodera de mí. Y también una desesperación estúpida.

¿Cómo puedo salir de aquí?

Cuelgo la llamada y dejo mi móvil a un lado. Todavía no puedo creer que Svetlana Viktorovna haya arreglado todo esto, y que me hable así. Me levanto y me aproximo a la ventana.

Ya está oscureciendo.

El tiempo vuela demasiado rápido.

¿Tendré que pasar la noche aquí?

No quiero pensar en cómo Black podría encontrarme. Estoy segura de que ni las rejas lo detendrán. Tiene aquí todo arreglado.

No sé qué hacer ¿Me quedo en el despacho? ¿Me encierro por dentro? Pero los guardias tienen llaves. Abrirán cualquier puerta.

No puedo pensar en nada. La ansiedad confunde mis pensamientos.




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