Me callo. Hago un esfuerzo para tragar saliva. De nuevo intento empujar la puerta, aunque entiendo que es un gesto tonto e inútil. Miro a mi alrededor. Sé que no tengo a nadie que me ayude, pero lo hago instintivamente.
Y este cabrón está absolutamente tranquilo. Sabe que no puedo escapar. Me trajeron hasta aquí siguiendo sus órdenes. Los guardias le obedecen. Vaya que genial, estoy en una prisión dirigida por un reo.
¿Cómo podría llamar todo eso?
-Ven aquí, acércate –dice en voz ronca.
Niego con la cabeza. Nerviosamente estiro el borde de mi suéter. Qué bueno que me haya cambiado. En vez de uno de cuello alto, me puse el otro: suelto, de punto grueso, que no enfatiza mi figura de ninguna manera.
Aunque aquí y ahora ninguna ropa me parece segura. Ni siquiera puedo imaginar qué debería ponerme para sentirme tranquila bajo su mirada tan pesada y ardiente.
Qué horror. Este reo me mira como si estuviera desnuda frente a él. Físicamente siento como su mirada se desliza por mi pecho, por mi estómago, por mis caderas. Y lo peor de todo: ni mi suéter grueso me protege. La ansiedad me inunda por dentro de nuevo.
-Será mejor si te me acercas tú misma –dice Black en un tono que me parece imposible decirle que no.
Doy unos pasos hacia adelante. Tengo miedo de que el cabrón se enfade conmigo. Estamos solos, él y yo, nadie me va a salvar.
Sigo estirando el borde de mi suéter, no puedo tranquilizarme, no encuentro una salida a esta situación tan terrible.
¿Qué puedo hacer yo?
Me detengo frente al sofá.
Es un mueble bonito. De alta calidad. Parece estar hecho de cuero genuino. También tiene unos detalles de madera en los reposabrazos y en la parte trasera. La madera tiene un tallado precioso. Estoy observando los detalles del tallado.
-Siéntate –me ordena, y un pequeño escalofrío recorre mi cuerpo.
El bastardo da unas palmaditas repetidas en su rodilla. Es un gesto corto y tiene un toque de desprecio. La mirada de Black ahora se pone aún más oscura, más peligrosa.
Me siento en el sofá. Lejos de él. Me aferro al reposabrazos.
Pero él enseguida me obliga a cambiar de lugar. Sus enormes manos me agarran por la cintura y me obligan a que me siente sobre su regazo.
Intento deslizarme hacia un lado, pero no puedo moverme.
Siento algo en sus pantalones, de lo que me gustaría estar lo más lejos posible. Ahora cualquier movimiento que haga solo empeorará mi situación. La reacción del bastardo es tan obvia que me siento mal.
-Quítatelo –se refiere a mi suéter.
-N-no –digo sofocada, y sacudo enfáticamente la cabeza.
-Quítatelo ya –me ordena firmemente–. ¡Rápido! ¿O acaso no entiendes lo que se te dice?
Tengo ganas de decirle: “¡Quítamelo tú, si es lo que quieres!". Pero no puedo pronunciar ni una palabra. Me falta aire.
No me voy a desvestir. Definitivamente, no.
Él se pone sombrío. Su respiración se vuelve ruidosa. Sus fosas nasales se dilatan de ira. Comprime las mandíbulas con tanta fuerza que las venas de su fuerte cuello se hinchan por la tensión. Parece un toro enfadado frente una muleta roja.
-Quítatelo –repite, y mi piel se vuelve fría por el tono de su voz.
No puedo.
No, no…
Black agarra el cuello de mi suéter, tira tan fuerte que la tela se adhiere dolorosamente a mi piel, me lastima. Lanzo un grito, pero este grito se atasca en mi garganta cuando me doy cuenta de la facilidad con la que el suéter se deshace entre sus dedos ásperos.
Lo parte en dos.
Hace un par de movimientos bruscos, y de repente me encuentro frente a él solamente en ropa interior. El suéter, al romperse, me deja unas rayas rojas en la piel.
Llevo un sostén cerrado. Cómodo. Apto para practicar deporte.
Pero eso no impide que Black observe mi pecho como si estuviera desnuda. Intento cubrirme con las manos, pero el sinvergüenza intercepta mis manos y no me deja hacerlo.
-¿Qué haces? –exclama.
Se inclina sobre mí y roza mi cuello con sus labios. Suavemente. Incluso cariñosamente. Luego mordisquea ligeramente mi piel con sus dientes. Y de nuevo presiona sus labios contra mi cuello.
Me siento incluso peor que hace unos segundos, cuando me ha rasgado mi suéter. No aguanto a que me toque. Intento empujarlo.
Agarro su pelo moreno tratando de alejar su cabeza de mí. Pero no se mueve ni por un milímetro. Frota su barbilla contra mi cuello.
Doy un sollozo. Le propino un puñetazo en la nuca. Pero todo es inútil. Este cabrón ni siquiera ha notado mi golpe. Me retuerzo desesperadamente, pero tal parece que mi resistencia para él es algo insignificante.
Black me empuja hacia el sofá, separa mis piernas y se acomoda entre ellas. Me sujeta fuertemente para que no pueda huir.