Serás mía

6

El resto del día transcurre de una manera tranquila. La tarde también. Por la noche nadie viene a visitarme, pero yo no me relajo, porque ya no tengo ilusiones.

Sé que es una pausa temporal. Black lo hace a propósito, para que me acostumbre y lo acepte, y que no le haga berrinches. Que no le cabree.

Así es. Este cabrón está seguro de que aceptaré sus reglas. ¿Cómo no? Si no me deja otra opción.

Estoy pensando en lo que podría hacer. ¿Pedir al Carnicero que me preste un teléfono móvil? Para hacer una llamada a mis amigas. O pedirle que me consiga un coche. ¿Y si aun así no me dejan salir de la cárcel?

El hombre vino a visitar al paciente esta mañana. Pero el jefe de seguridad estaba acompañándolo, por eso era un mal momento para una conversación.

-Voy a volver para echarle un vistazo de nuevo –dice el Carnicero–. Esta tarde.

-El paciente aún no estará en condiciones de hablar –le explico–. Necesita más tiempo para recuperarse.

-No importa –se encoge de hombros con indiferencia–. Si aún no se despierta, entonces hablaré contigo.

Noto la tensión en la mirada del jefe de seguridad.

¿No le gusta que estemos hablando?

El Carnicero se va junto con el jefe de seguridad, y en un par de horas me espera una sorpresa. Svetlana Viktorovna vuelve al despacho. La mujer está sonriente, me saluda con alegría.

Por un instante estoy dispuesta a creer que nuestra última conversación telefónica nunca sucedió, fue tan solo un sueño. Y que la mujer no intentó entregarme a Black.

Ella enciende la cafetera y saca una caja de bombones.

-Lo hiciste muy bien, Taya; tú sola realizaste una cirugía tan complicada. Me lo ha contado Oleg Sergeevich. Cómo te comportaste, cómo lidiaste con unas heridas muy graves. Él te admira. Incluso bromea diciendo que podrías reemplazarme fácilmente.

-No, no podré reemplazarla de ninguna manera.

No voy a conseguir mujeres para los reos.

Svetlana Viktorovna prepara café, me ofrece una taza de la bebida aromática; pero a mí se me hace un nudo en la garganta con tan solo ver a esta mujer.

¿Qué tan hipócrita puede ser ella?

-Bueno, ¿qué te pasa? –frunce el ceño y muerde los labios nerviosamente, se sienta frente a mí y me acerca la caja de bombones–. ¿Por qué me miras así?

-Quiero salir de aquí.

-¿Otra vez con lo mismo? –hay cierta molestia en su voz, pero la mujer todavía se contiene, no quiere entrar en un conflicto abierto–. Taya, créeme, es mejor que no peleemos. La situación es cómo es.

-No –respondo firmemente–. No haré nada de lo que espera de mí. Por favor, explíqueselo a su... cliente.

También trato de contener mis emociones.

-¿Conoces al Carnicero desde hace mucho tiempo? –de repente pregunta ella.

-¿Qué? –involuntariamente levanto las cejas–. Por supuesto que no. Nos hemos conocido ayer.

-Eso pensé –sacude la cabeza–. Ten cuidado con él. ¿Crees que él es mejor que Black? Pues, no. Al revés. Puedes pensar en mí lo que quieras, pero no te deseo nada malo.

Mi reacción se muestra en mi rostro. No puedo hacer nada con eso. Svetlana Viktorovna frunce el ceño.

-No puedes salir de aquí así como así –dice finalmente–. Tú misma ya lo entiendes. Eres una chica inteligente, espabilada. Te voy a dar un consejo: hazlo de la mejor manera posible. Así pasarás tu práctica con una nota alta y ganarás dinero. Black no te hará daño. Sí, tiene un carácter pesado. Pero las chicas suelen estar contentas con él. Aunque, por supuesto, puede pasar cualquier cosa. Tú comprendes...

Svetlana Viktorovna se calla al darse cuenta de que me haya dicho demasiado. Comienza de nuevo a persuadirme, inventa unos argumentos, pero ya no la escucho. Me siento asqueada.

¿En serio trata de convencerme? Los recuerdos de nuestro último encuentro pasan ante mis ojos. La forma en que Black rasgó mi ropa. Como me quedé aplastada debajo de él. ¡¿Cómo puede ser normal un animal cómo él?!

-Suficiente –digo nerviosamente–. Por favor.

-¿Por qué no te gusta? –la mujer parece estar sorprendida–. ¡Es un hombre guapo! Las chicas se vuelven locas por él.

-Basta, por favor.

-Taya, vivimos en un mundo dirigido por los hombres –continúa en un tono profesional, es obvio que quiere convencerme–. Es así en todas las partes del mundo. Y siempre ha sido así. Las mujeres tenemos que adaptarnos. Ceder. ¿No ves que estás empeorando las cosas? Él te tomará de todos modos.

-Tengo que ver cómo está el paciente.

Me levanto y salgo del despacho. Afortunadamente, Svetlana Viktorovna se calla y no intenta detenerme.

Paso por un punto de seguridad, doy la vuelta y salgo al otro pasillo. Pero no alcanzo el bloque “A”. Una figura oscura se cruza en mi camino.

Black aparece tan abruptamente que ni siquiera entiendo de dónde apareció. ¿Me estaba esperando en este pasillo?




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