Serás mía

7

No puedo decir nada. Simplemente no se me salen las palabras. Mis labios se mueven, pero ningún sonido sale de mi boca.

-¿Qué estás mirando? –muestra los dientes en una sonrisa espeluznante.

Sacudo la cabeza.

-Bueno, eso ya no importa –interrumpe Black–. Se acabó el tiempo.

Su mirada se pone sombría, mientras sus dedos se deslizan por mi cuello. De arriba hacia abajo. Me acaricia lentamente, con una suavidad engañosa. Cada movimiento suyo hace que mi cuerpo tiemble. Estoy al borde de un ataque nervioso.

Black deja claro que ya no quiere hablar. Prefiere algo completamente diferente. Mientras me sujeta por el cuello con una de sus manos, con la otra desabrocha mi bata médica y me agarra por la cintura. Su toque es poderoso. Ansioso.

Estoy temblando. La desesperación hace que me asfixie. Ni yo misma entiendo cómo me las arreglo para hacer frente al pánico y decirle:

-No me harás nada.

El bastardo sonríe. Levanta una ceja y me mira burlonamente. Pues claro, está seguro de que puede hacer cualquier cosa conmigo. Pero, como dijo una vez el jefe de seguridad, "también hay otras personas importantes". Esta es mi única oportunidad de salvarme.

-El Carnicero me protege.

Los dedos de Black se congelan. Enseguida deja de acariciar mi cuello, suelta mi cintura, ya no intenta de arrimarse hacia mí. Incluso sus manos se ponen cada vez más frías ahora.

Los ojos de Black están llenos de ira. Están fríos como el hielo. Sus labios se curvan en una sonrisa temeraria.

-¿Qué dices? –pregunta en voz ronca–. Repítelo.

Me mira de tal manera, que me da miedo repetir. Pero debo ir hasta el final.

-Estoy hablando del Carnicero –me esfuerzo mucho para que mi voz no tiemble–. Estoy bajo su protección, así que no puedes tocarme.

-¿De verdad? –se ríe.

Y luego su mano se mete debajo de mi suéter, actúa con tanta destreza e impetuosidad que dejo de respirar por la sorpresa. Pero en el siguiente segundo ya se me pasa esta sensación.

-Suéltame –siseo.

Clavo mis uñas en su mano. Lo rasguño, intento escapar de él. No soporto sus toques insolentes.

Es un monstruo enfermo.

Me agarra por el pelo bruscamente, envuelve un mechón alrededor de su puño y tira, obligándome a inclinar la cabeza hacia atrás. Me mira a la cara.

-¿Desde cuándo conoces al Carnicero? –gruñe Black rechinando los dientes–. ¿Desde cuándo estás follando con él?

Dice una palabrota tan sucia, que me quedo boquiabierta.

Claro que he oído esa palabra antes. Pero definitivamente no así. No estaba dirigida a mí.

Y luego de su boca salen tantos insultos que prefiero tapar los oídos con las palmas de mis manos.

-¡Suficiente! –exclamo–. ¡Basta!

Él se calla. Me mira con sorpresa que brilla en la oscuridad de sus misteriosos ojos. E incluso suelta mi pelo.

-¿Qué cosas estás diciendo? –muerdo mis labios nerviosamente.

Me estremezco de asco. Black piensa mal de mí, pero en realidad nunca he estado con un hombre.

¿Qué tal si se lo cuento? ¿Quizás, entonces por fin me dejará en paz? No tengo los talentos que este sinvergüenza busca en una mujer.

Pero no. Es inútil hablar. No escucha mis palabras.

-¿Qué tienes con el Carnicero? –pregunta Black sombríamente.

“¡Nada!” –tengo ganas de gritar, pero, después de una pausa, doy una respuesta completamente diferente.

-Él es un médico –digo tranquilamente–. Tenemos mucho en común. Hablamos sobre los temas de medicina.

Black sonríe. Su mirada es peligrosa. Alocada. Su reacción es completamente anormal. Él mismo es anormal.

Sus cejas oscuras convergen sobre el puente de su nariz. Sus mandíbulas están tan apretadas que parecen cuadradas. Las venas de su cuello se hinchan tanto que me imagino que su la presión arterial es mucho más alta de la normal.

Se siente como si estuviera... ¿celoso? No, que mierda.

-El Carnicero dijo que cualquiera que se atreviera a ofenderme se las vería con él –continúo en voz baja.

-¿Te hiciste su amiga hablando con él sobre los temas de medicina? –enfatiza la última palabra como si fuera obscena.

-Entiendo que para ti es una sorpresa –murmuro–. ¿Pero sabes qué? Algunos hombres saben comunicarse con las mujeres, y no solo abalanzarse sobre ellas en los pasillos oscuros.

Black se queda callado. Y luego se inclina bruscamente hacia mí. Por un momento parece como si estuviera a punto de clavar sus dientes en mi garganta. Pero lo que hace el bastardo es pasar su nariz por mi cuello. Desde el huequito entre las clavículas hasta el mentón. Y más allá. Hacia los pómulos. Me huele. Aspira el aire ruidosamente.

Unos escalofríos recorren mi cuerpo. Fríos, desgarradores. Me agarra con tanta fuerza que me hace sentir débil e indefensa.




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