Serás mía

8

Por un momento me quedo inmóvil y miro al vacío. Apenas logro superar el ataque de la histeria. Me acuerdo que tengo que hacer una visita al paciente. Tengo que comprobar cómo está. Ya es hora de hacerle una inspección.

Pero mis pensamientos están lejos. No puedo pensar en el trabajo.

Por ahora logré ganar tiempo. Otra vez. Pero no podré escabullirte de él para siempre. Necesito encontrar otra salida. Lo mejor que podría hacer es salir de aquí.

-Buen trabajo –me dice un guardia cuando me acerco al puesto médico–. Su paciente se está recuperando. Abrió los ojos y murmuró algo. Y yo estaba seguro de que se iba a morir.

-Yo también estaba seguro –agrega el otro guardia–. Cuando lo hemos traído al puesto médico, ya estaba pensando en cómo escribir un informe explicando la aparición de un cadáver.

Le respondo algo distraídamente, y me apresuro para entrar a la habitación.

El paciente sacude la cabeza. Sus ojos están entrecerrados. Hay unas gotas de sudor en su frente. Bueno, es una reacción normal.

Tengo que ponerle una inyección; es lo que iba a hacer de todos modos. Eso le va a ayudar.

-Guau, ¿quién eres tú? –de repente abre los ojos y emite un silbido; luego murmura–:  ¿Y dónde está la doctora esa? Bueno, la gorda...

-Yo seré su doctora.

-¿Ah, sí? –levanta las cejas.

-Debería calmarse –intento tranquilizarlo–. Ahora le pondré una inyección que le ayudará para que se relaje y duerma.

-No quiero dormir…

En este momento la aguja entra en su cuerpo haciéndole lanzar un grito débil. Hace una mueca mientras le inyecto la medicina. Y luego se desvanece dentro de un par de segundos.

Observo su comportamiento.

Las acciones mecánicas y repetidas me ayudan a que me distraiga un poco. No me toman mucho tiempo, pero por lo menos ya puedo respirar tranquila.

La temperatura del paciente está bajando. El proceso de curación va bien. Es demasiado pronto para hacer un pronóstico preciso, pero si las cosas continúan así, el paciente no tendrá problemas.

No tengo ganas de salir de la habitación. Incluso cuando mi trabajo ya está hecho, y no hay nada más que hacer aquí.

Luego de una pausa decido ir al quirófano, para revisar los instrumentos. Siempre hay algo que hacer ahí. Esterilizar unos instrumentos. Ver si hay que ordenar unos medicamentos nuevos.

Ya me di cuenta de que Svetlana Viktorovna no está muy atenta a su trabajo. Aunque la comprendo. Ella tiene otras preocupaciones, que son mucho más importantes para ella.

Hago una mueca. Siento un peso en la nuca, como si mi cabeza estuviera llena de plomo.

Todo es cuestión de nervios. La tensión me está pasando factura. Cuando quería ser médica, entendía que era un trabajo duro. Que desde el principio tenía que acostumbrarme a pasar las noches sin dormir, a hacer turnos interminables. Sabía que tenía un largo camino por recorrer.

Pero, ¿cómo podría imaginar todo esto?

Cierro los ojos y enseguida me imagino la cara de Black. Su mirada ardiente. Su sonrisa bestial.

Toco mi cuello. Todavía siento sus toqueteos asquerosos allí. Froto mi piel intentando borrar los recuerdos.

¿Por cuánto tiempo me va a seguir manoseando?

Me encojo de hombros. No estoy segura de que el Carnicero pueda ayudarme. Su nombre causó una fuerte impresión en Black. Pero no era la impresión que esperaba, en absoluto.

Este cabrón se quedó enfadado. Rabioso.

Pero aun así se fue y me dejo en paz. Se fue a hablar con el Carnicero. Prometió volver por mí al terminar su charla. Pero no creo que pueda derrotar al Carnicero.

Sería bueno que su “charla”  durara como mínimo dos semanas. Dentro de dos semanas voy a salir de aquí.

El resto del día transcurre sin incidentes. Cuando termina mi turno, regreso a mi habitación y me encierro. Me ducho tratando desesperadamente de quitarme el pavor bajo los chorros de agua caliente.

Me meto en la cama, pero no dejo de dar unos sobresaltos al oír el menor susurro. No sé cómo, pero al fin me duermo. Quizás, mi cansancio ya se volvió demasiado fuerte. Esta ansiedad me agota por completo.


 




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