Serás mía

10

Por primera vez en mi vida no quiero que llegue el día de mañana. Pero no se puede detener el tiempo. Detrás de mi ventana el sol amanece como siempre.

Suena el despertador, y empiezo a prepararme para ir a trabajar.

Hay un solo pensamiento en mi cabeza: "¿Y ahora qué hago?"

Cuando asentí con la cabeza respondiendo a la sombría propuesta de Black, solo quería que aquel bastardo me dejase en paz lo antes posible. Pero, ¿acaso ahora tengo que ir con él?

Hoy. Esta noche.

Me da escalofríos en este momento. Ni siquiera puedo pensar en ello. ¿Pero qué otra salida tengo? El bastardo está seguro de que haya aceptado su propuesta. Si no cumplo sus condiciones, solo se enfadará más.

Es un callejón sin salida.

Hoy es el séptimo día de mi práctica. Ha pasado la mitad del tiempo. Sólo me queda una semana más para aguantar. Probablemente, es estúpido esperar que suceda algo que me libre de tal visita. Pero, ¿y si tengo suerte?

¿Quizás, Black de nuevo peleará con alguien? Tiene un carácter pesado. ¿Quizás, cometerá otro delito y terminará en una celda solitaria por un par de días más?

Él mismo me dijo: “Estoy ocupado, debo resolver algunas cosas”.

-Ordena los medicamentos que se encuentran en unas cajas en el almacén –dice fríamente Svetlana Viktorovna al entrar al despacho–. Este será tu trabajo de hoy.

-¿Quién hará el vendaje? ¿Una enfermera? –decido aclarar.

-¿Qué vendaje? –la doctora frunce el ceño, y luego comprende–. Ah, eso... Bueno, primero termina con tu paciente, luego te encargarás de los medicamentos.

-Vale.

Tomo la carta médica del paciente y me voy. No quiero quedarme a solas con Svetlana Viktorovna. Simplemente no podré mantener la calma, si la mujer de nuevo intente a convencerme de ser más complaciente con Black.

El paciente se está mejorando rápidamente, y esto me agrada. Estaba gravemente herido. Pero su organismo se está recuperando.

Después de una breve inspección, hago notas en su carta médica, luego procedo a cambiarle el vendaje.

Si ahora traen a algún enfermo en estado grave, tendré que quedarme en este puesto médico. No, en realidad no quiero que alguien salga lastimado. Pero un “estado grave” no siempre significa unas heridas de arma blanca. Podría ser un ataque de apendicitis, o algo por el estilo.

Sacudo la cabeza nerviosamente. ¡Vaya, que pensamientos los míos!

 Y luego me doy la vuelta como si sintiera con la espalda que alguien me esté mirando. Me estremezco al ver al Carnicero parado en la puerta. ¿Cómo se las arregla para moverse tan silenciosamente?

Tal parece que el hombre me está observando desde hace algún tiempo. Ha adoptado una postura totalmente relajada, apoyándose contra el marco de la puerta. Sus manos están cruzadas sobre el pecho, su cabeza está inclinada hacia un hombro.

-¿Puedo hablar con él ahora? –me pregunta.

-Sí –asiento con la cabeza–. Terminaré con el vendaje, y puede hablar.

Aparto la mirada y sigo con mi trabajo, pero siento que el Carnicero continúa observándome meticulosamente. No siento ninguna amenaza de su parte, no es como estar con Black. Pero tampoco puedo sentirme relajada. En absoluto. Y tampoco puedo confiar en él, ni en nadie.

Otra vez tengo una loca idea de entablar una conversación con el Carnicero.

Pero, ¿qué le voy a decir exactamente? ¿Cómo?

Descarto la idea. Termino de poner el vendaje al paciente y dejo a los prisioneros a solas. Voy al almacén donde me espera un montón de cajas.

Tengo mucho trabajo, pero lo terminaré antes de la noche. Incluso si alargo el tiempo a propósito. Cierro los ojos y hago una mueca.

Basta. Debo dejar de pensar en eso. Aún es temprano. Hay tiempo. Cualquier cosa puede suceder. Si sigo pensando en lo malo, mi situación no mejorará. El trabajo que hago al menos ayuda a que me distraiga un poco.

Abro las cajas, guardo cada medicamento en su lugar.

En ese momento oigo cómo se abre la puerta.

-¿Cuándo lo van a devolver a su celda? –me pregunta el Carnicero.

-No lo sé –dejo a un lado otra caja vaciada–. Esta decisión no depende de mí.

Frunce las cejas como si estuviera pensando en algo.

-Entiendo –dice lacónicamente.

-La condición del paciente es estable –sigo explicando–. Entiendo que aquí nadie se queda por mucho tiempo. Solo si es una emergencia. Ya no existe la amenaza para su vida, el peligro ha pasado.

El Carnicero sigue dudando, y de repente me mira.

-¿Y a ti qué te pasa? –me pregunta.

-Estoy bien –respondo en voz baja.

-¿Segura que estás bien? –hace una mueca y se me aproxima sin dejar de mirarme detenidamente–. ¿Por qué tienes esos ojos?

Me callo. No sé qué responderle.




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